Residencias

Así serán las residencias que están imaginando los que ahora tienen 50: "Adiós a que te retiren de la sociedad"

Cineteca, un proyecto de Michel Rojkind. Rojkind
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A los que ahora mismo tienen 50 no les cabe en la cabeza la palabra asilos, o al menos el concepto de residencia que conocemos hoy en día. Se trata de una generación que ha llenado festivales, abierto startups y aprendido a vivir a golpe de WhatsApp, pero que hoy empieza a preguntarse algo muy incómodo: ¿dónde y cómo quiero envejecer yo?

El arquitecto mexicano Michel Rojkind lleva tres años dándole vueltas a esa pregunta. En una entrevista reciente describe un proyecto que abandona la idea de residencia geriátrica y la sustituye por otra muy distinta: clubes sociales para personas 50+, con comunidad, educación continua, salud, apoyo legal y acompañamiento emocional como pilares. No se trata de esconder la vejez, sino de rediseñarla desde cero.

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De asilos a clubes sociales 50+: el giro de modelo

El punto de partida es casi un manifiesto: dejar atrás el imaginario de “aparcadero” de mayores y pensar en ecosistemas urbanos donde quienes hoy tienen 50 o 60 años puedan seguir teniendo proyectos, curiosidad y vida social intensa.

En el proyecto Rojkind se trabaja en “clubes sociales para personas de 50+ donde existan comunidad, educación, salud y apoyo legal”, un marco que pone la vejez al mismo nivel que cualquier otra etapa vital: con servicios, sí, pero también con estímulo intelectual, red de iguales y sentido de pertenencia.

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Las residencias se convertirían así en algo más cercano a un centro cultural habitado. Es decir, en espacios para aprender, compartir mesa, hacer ejercicio, recibir asesoría jurídica o psicológica… y, solo como una parte más, disponer de atención sanitaria y cuidados cuando hacen falta.

Arquitectura que acompaña toda la vida

La obsesión de Rojkind con el envejecimiento no es nueva. Hace años desarrolló el concepto “Thinking Ahead!”, una vivienda pensada para acompañar al residente “desde el nacimiento hasta el final de la vida”, con un núcleo doméstico que funciona como centro de salud integrado, y que cuenta ducha escáner, sanitarios que monitorizan parámetros, suelos que se adaptan a los cambios de postura y movilidad.

El propio arquitecto lo resumía con una frase que hoy, con el debate sobre las nuevas residencias, cobra aún más sentido: “El envejecimiento es algo que tenemos que considerar ya mismo; la casa debe ser un lugar donde puedas vivir y eventualmente morir sin que te trasladen a un hospital o una residencia”.

La idea de fondo está clara, y es que la arquitectura no es solo decorado, sino una infraestructura de cuidados. Si el espacio está pensado desde el principio para una vida larga, adaptable, con tecnología amable y sin barreras, muchos de los problemas que hoy empujan a las personas mayores a una residencia simplemente no aparecerían tan pronto.

Cómo serían esas nuevas residencias

Si se escucha a quienes están diseñando su propia vejez, el modelo que se dibuja se parece más a un co-living senior avanzado que a un geriátrico clásico. Las experiencias de vivienda colaborativa para mayores que ya funcionan en Europa, que son espacios donde se combina vivienda privada con zonas comunes, actividades sociales y apoyo mutuo, ofrecen una pista clara de lo que podría venir, con comunidades autogestionadas, arquitecturas sin barreras y servicios compartidos para evitar la soledad y la dependencia extrema.

Trasladado al lenguaje de Rojkind, esas “residencias” serían, en realidad:

  • Clubes urbanos con cafetería, biblioteca, aulas, talleres, gimnasio suave, salas de música o cine, zonas de trabajo compartido.
  • Viviendas compactas pero muy bien diseñadas, adaptadas desde el día uno a cuerpos que cambiarán con el tiempo.
  • Un núcleo de salud y cuidados en el propio edificio o a muy poca distancia: enfermería, fisioterapia, telemedicina integrada, apoyo psicológico.
  • Servicios legales y administrativos que acompañen trámites de pensiones, herencias, dependencia o conflictos de vivienda.

La clave no es solo el diseño físico, sino la forma de ver cómo será la vida cotidiana de quienes la habitan. Se podrán hacer cursos, habrá proyectos intergeneracionales, voluntariado, mentoría profesional, cultura. En vez de una rutina marcada por el horario del comedor, una agenda de actividades elegidas por quienes viven allí, como sucede en muchos modelos de co-living senior que surgen ya en España y otros países europeos.

De la utopía al plano: retos de un modelo nuevo

El entusiasmo no borra las preguntas difíciles. Hacer realidad estos espacios requiere dinero, regulación flexible y voluntad política. Es clave pensar en cómo se financiarán estos proyectos, cómo se garantizan la inclusión de aquellos con rentas bajas y la accesibilidad universal, además de, por supuesto, que papel juegan los sistemas públicos de salud y dependencia.

Esto es importante sobre todo por el contexto, ya que la demografía empuja en la misma dirección, con un aumento sostenido de la población mayor y una clara preferencia social por opciones que eviten la soledad y el aislamiento hacen del co-living senior y de estos clubes 50+ algo más que una extravagancia arquitectónica; son, cada vez más, una necesidad estructural.

En el fondo, la pregunta que plantean Rojkind y tantos otros no es dónde vamos a “guardar” a los mayores, sino qué tipo de vida queremos tener cuando nos toque a nosotros cruzar esa frontera. Si las residencias del futuro se parecen más a un gran club social que a un pasillo de puertas cerradas, será porque quienes hoy tienen 50 no han aceptado la vejez como un desenlace, sino como una etapa más para diseñar, con la misma ambición con la que diseñaron todo lo demás.