Por qué cantar es bueno para tu cerebro (aunque lo hagas fatal)

Cantar, aunque lo hagas mal, y desafines estrepitosamente, supone todo un acto de salud cerebral
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El refranero castellano está plagado de dichas populares sobre el hecho de cantar y uno de ellos está resultando más cierto de lo que muchos creíamos. Hablamos del clásico ‘Quien canta, sus males espanta’, que seguro has escuchado más de una vez, sobre todo si no vives en una gran ciudad. De hecho, la neurociencia ha venido a recordarnos que la acción de cantar, aunque lo hagas mal, y desafines estrepitosamente, supone todo un acto de salud cerebral, de regulación emocional y de conexión humana de altísimo impacto.
De esta forma todo apunta a que la música, y el canto más concretamente, no es solo un ornamento cultural; es una herramienta biológica, grabada a fuego en nuestra evolución como especie, con efectos medibles sobre la plasticidad neuronal, el equilibrio bioquímico del cerebro y la salud mental. Así lo recoge, con contundencia, un reciente artículo publicado en The Washington Post, que resume décadas de investigación científica en un mensaje claro: no hace falta ser un artista consagrado para que tu cerebro te agradezca que cantes.
Un cerebro que canta es un cerebro que se reconfigura
Cada vez que entonamos una melodía, ya sea en la ducha, mientras conducimos o en un karaoke repleto de extraños, nuestro cerebro orquesta una sinfonía de conexiones neuronales que involucran de manera simultánea las áreas motoras, sensoriales, lingüísticas, auditivas y emocionales. Este nivel de coactivación no es baladí, ya que resulta ser exactamente el tipo de estimulación que potencia la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro para reorganizarse, reparar daños, compensar pérdidas y optimizar su funcionamiento.
Investigaciones recogidas en Frontiers in Psychology confirman que las personas que cantan regularmente, independientemente de su habilidad artística, muestran mejoras en la conectividad funcional interhemisférica, especialmente en aquellas redes asociadas con la memoria verbal, el procesamiento emocional y la regulación del estrés. Incluso se ha demostrado que el canto puede activar áreas cerebrales alternativas en pacientes con afasia, permitiéndoles recuperar habilidades lingüísticas a través de la música cuando el lenguaje verbal tradicional está dañado.

Biología del placer: cantar como hackeo emocional
Por otra parte, si alguna vez te has sentido inexplicablemente bien después de cantar, no es magia, sino química. Esta acción dispara la liberación de dopamina (placer y motivación), oxitocina (confianza y vínculo social) y reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Este cóctel neuroquímico no solo mejora el estado de ánimo de manera inmediata, sino que también sirve para modular la homeostasis del sistema nervioso autónomo.
Un estudio realizado por Instituto de Música y Medicina de la Universidad Goethe de Frankfurt demostró que los miembros de un coro mostraban incrementos significativos en sus niveles de inmunoglobulina A, que es un anticuerpo fundamental en la respuesta inmune, después de ensayar. De esta manera al cantar, en términos bioquímicos, no solo te vuelves más feliz, sino que también te hace más resistente a las infecciones.
La práctica colectiva multiplica este efecto. Y es que, al cantar en grupo, los patrones respiratorios y cardíacos se sincronizan, generando lo que los fisiólogos llaman coherencia cardíaca, un estado fisiológico que se correlaciona directamente con una mayor longevidad, mejor capacidad de gestión emocional y reducción del riesgo cardiovascular.
Respirar, vibrar, sostener: cantar como entrenamiento fisiológico
Finalmente, desde el punto de vista físico, el canto es un ejercicio respiratorio de altísima calidad. Obliga a utilizar la respiración diafragmática, mejorando la oxigenación, fortaleciendo los músculos respiratorios y modulando la frecuencia cardíaca. No es casual que el sistema sanitario británico haya incorporado programas de canto, como el llamado Singing for Lung Health, destinado a pacientes con enfermedades respiratorias crónicas como el EPOC. Al hacerlo se han visto mejoras significativas en la capacidad pulmonar y el bienestar general de los individuos.
A nivel postural, cantar es también un ejercicio de propiocepción: la necesidad de sostener la columna, abrir el tórax y liberar tensiones cervicales para proyectar la voz convierte cada frase melódica en un microentrenamiento postural y respiratorio. Incluso hay evidencias científicas de que la práctica continuada del canto reduce los ronquidos y mejora los patrones de sueño, al tonificar los músculos de la faringe y el paladar.
En definitiva, la ciencia respalda la afirmación de forma inequívoca: cantar, aunque se haga mal, te digan que no tienes oído, y a pesar de que desafines con cada nota, es un acto profundamente saludable. Lo es para tu cerebro, para tu sistema nervioso, para tu aparato respiratorio y para tu sistema inmunitario.
Olvídate de la autoexigencia y de compararte con otros. En esta asignatura no solo vale aquello que es perfecto, sino que el simple acto de cantar resulta ser un acto terapéutico. Sin lugar a dudas uno de los descubrimientos más revolucionarios (y subversivos) de la neurociencia contemporánea. A tu cerebro no le importa si cantas bien o mal. Solo sabe que cuando lo haces… se cura un poco.