El aislamiento social en la adolescencia provoca alteraciones en el cerebro y puede aumentar el riesgo de problemas de salud mental
Los adolescentes más retraídos mostraron alteraciones en regiones cerebrales ligadas a la emoción y la interacción social
Los expertos advierten que una detección temprana del aislamiento puede facilitar estrategias de prevención y resiliencia
La adolescencia supone una etapa de reorientación social: una transición de un entorno centrado en la familia hacia otro influido por los compañeros, la escuela y las redes sociales. Esta apertura es clave para un desarrollo sano, pero también incrementa la vulnerabilidad frente al estrés social.
Cuando ese estrés conduce al aislamiento, con una preferencia creciente por la soledad frente a la interacción, el cerebro puede experimentar cambios significativos.
Un estudio identifica correlatos cerebrales
Con ese objetivo, Caterina Stamoulis y su equipo del Hospital Infantil de Boston analizaron el impacto del aislamiento social en adolescentes, un riesgo especialmente relevante en esta etapa de crecimiento. Para ello recurrieron al estudio sobre el Desarrollo Cognitivo del Cerebro Adolescente (ABCD), una cohorte de 11.880 jóvenes financiada por los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, que incluye neuroimagen avanzada, evaluaciones de comportamiento y mediciones ambientales.
El equipo examinó resonancias magnéticas estructurales y funcionales de unos 3.000 adolescentes, cuyos padres informaron sobre su conducta social y su tendencia a buscar la soledad.
"El estudio ABCD es único porque es el único que utiliza neuroimagen profunda para medir la actividad cerebral tanto estructural como funcional", comenta Stamoulis. "También toma muestras del entorno juvenil y mide el comportamiento social, la salud mental, etc.".
Cambios estructurales y funcionales
Los hallazgos muestran que los adolescentes más retraídos presentan alteraciones en regiones cerebrales ligadas al procesamiento social y emocional, como la ínsula y la corteza cingulada anterior. Además, sus redes neuronales exhiben conexiones más débiles y mayor vulnerabilidad en circuitos que sostienen la interacción social y la toma de decisiones.
"Confirmamos que el aislamiento social afecta no solo las áreas cerebrales que sustentan la función social, sino también otros procesos", explica Stamoulis. "Su asociación con circuitos cerebrales generalizados sugiere que el aislamiento social puede aumentar el riesgo de problemas de salud mental".
Posibles aplicaciones clínicas
Para los especialistas, estos resultados subrayan la importancia de vigilar los patrones de retraimiento persistente, incluso cuando cierta soledad es parte natural de la adolescencia. "Es fundamental educar a las familias mostrándoles lo que sucede en el cerebro de sus hijos", apunta Stamoulis.
Detectar la abstinencia de forma temprana y presentarla como un fenómeno medible en el cerebro puede ayudar a padres y médicos a reconocer antes los riesgos y a impulsar estrategias de protección de la salud mental y refuerzo de la resiliencia.
Próximos pasos en la investigación
Este trabajo es un primer avance. Dado que el estudio ABCD prevé nuevas imágenes cada dos años, el equipo podrá rastrear cómo evolucionan estos cambios a lo largo del tiempo. "Ahora podemos empezar a ver una tendencia temporal en cómo se desarrolla el cerebro y compararlo con aquellos niños que no tienen estas preferencias o comportamientos", señala la investigadora.
La siguiente fase examinará si la soledad sostenida deja huellas permanentes y hasta qué punto el reconocimiento y el apoyo tempranos pueden modificar ese curso.