Qué pasa en tu cerebro cuando nadas a partir de los 50

Cuando nadamos, activamos simultáneamente cuerpo, respiración y mente
¿La natación siempre sirve de verdad para aliviar el dolor de espalda?
A partir de los 50 años, o incluso antes, el cerebro cambia. Alguna conexiones neuronales se vuelven menos eficientes, el estrés crónico deja más huella y la capacidad de atención o memoria puede resentirse. La buena noticia es que el cerebro sigue siendo plástico toda la vida, y una de las formas más completas de estimularlo es nadando.

Efectivamente, la natación constituye uno de los ejercicios mas completos para mejorar no solo nuestra salud física, sino también la mental. Además, es una de las actividades más seguras y sostenibles en la edad madura: protege las articulaciones, regula la presión arterial y mantiene el sistema cardiovascular activo sin impacto excesivo.
Pero más allá de lo físico, nadar es una gimnasia neuronal. Un estudio con adultos mayores que nadaban regularmente observó mejoras en funciones ejecutivas (memoria de trabajo, inhibición y flexibilidad cognitiva) frente a un grupo sedentario.
Cuando nadamos, activamos simultáneamente cuerpo, respiración y mente. Esa combinación hace que el cerebro trabaje de forma integrada, potenciando la oxigenación, la coordinación y la calma mental. Carolina Alfonso Crispi, neuropsicóloga, explica en una publicación de su cuenta de Instagram que al deslizarnos por el agua estamos sincronizando hemisferios, regulando el estrés y fortaleciendo nuestra capacidad de concentración.
Sincronización cerebral total
Cada brazada exige coordinar respiración, ritmo y atención. "El patrón rítmico de respiración y movimiento sincroniza la actividad neuronal y regula el eje hipotálamo-hipófiso-adrenal", apunta la experta. Eso hace que los dos hemisferios del cerebro trabajen juntos: el izquierdo (más analítico) y el derecho (más creativo). Además, se produce una menor secreción de cortisol, lo que favorece el equilibrio emocional y mejora la respuesta al estrés.
Liberación neuroquímica
Mientras nadamos, nuestro corazón trabaja y manda más sangre al cerebro, aportando oxígeno y glucosa. Además, la inmersión provoca en el cuerpo una explosión de endorfinas, dopamina y serotonina. "Esto explica la sensación de bienestar, claridad y optimismo que muchos nadadores describen como 'meditación en movimiento", señala Alfonso Crispi.
Regulación del eje del estrés
Al respirar de forma rítmica y estar inmerso en el agua, se activa el nervio vago, una autopista directa entre el cerebro y los órganos internos cuya función es calmar el sistema nervioso simpático -el que se activa en momentos de tensión-. Nadar ayuda a bajar pulsaciones, relajar músculos y favorece que el cerebro entre en un 'modo de ahorro energético' similar al que se logra con la meditación o la respiración diafragmática. Nuestro sistema nervioso puede 'bajar defensas' y entrar en modo recuperación emocional.
Más plasticidad, más claridad
El ejercicio acuático estimula la liberación de BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), una proteína clave para la supervivencia neuronal y la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro de aprender, adaptarse y reparar conexiones neuronales.
Por eso, después de nadar, muchas personas sienten la cabeza más despejada. "Mejora la concentración, el estado de ánimo y la capacidad para afrontar el estrés", añade la neuropsicóloga.
Una práctica neuroprotectora
Una revisión sistemática que incluyó más de 1.700 adultos mayores de 70 años de media halló que el ejercicio acuático tiene efectos positivos sobre la calidad de vida mental, el ánimo, la ansiedad y funciones cognitivas. En definitiva, nadar es mucho más que hacer ejercicio, es una práctica neuroprotectora. Y para quienes pasan de los 50, es una de las formas más efectivas, seguras y placenteras de mantener la mente joven y clara.
