Hasta ahora, se creía casi con total consenso en la comunidad científico que ingerir la nieve, fuera en las cantidades que fuera y sin importar circunstancias, era peligroso. Sin embargo, ahora un equipo de inversigadores liderados por Istvan Mathe, de la Universidad de Transilvania, ha llevado a cabo un estudio donde querían comprobar si la ingesta de nieve es mala de verdad. La inspiración de llevar este estudio a cabo surgió mientras Mathe observaba que sus hijos pequeños mientras, además de jugar con la nieve, sino que la comían con total normalidad.
Para llevar a cabo el experimento, estos científicos de Rumanía recogieron nieve durante los meses de enero y febrero del pasado año. Las muestras obtenidas fueron depositadas en contenedores herméticamente cerrados, donde intentaron cultivar bacterias y moho con temperaturas extremadamente frías.
Una vez obtenidos los resultados, Istvan Mathe y sus compañeros concluyeron que comer nieve que ha caído en las últimas doce horas es seguro y más si es en los meses de mayor frío. No obstante, en ningún momento se decidió a animar a convertir este fenómeno atmosférico en un ingrediente más.
Y, realmente hizo bien. Otros estudios científicos llevados a cabo en 2016 comprobaron que la nieve, incluso antes de tocar el suelo ya tiene numerosos contaminantes atmosféricos que proceden, entre otras cosas, del humo de los coches.
De esta forma, la conclusión del estudio es clara: no te mueres por probar un poco de nieve, y tampoco se debe montar un escándalo si los niños la prueban (lo peor que les podría pasar es caer en una gastroenteritis muy molesta). No obstante, convertir la nieve en un ingrediente habitual de la dieta sí supone un problema porque es añadir muchas substancias tóxicas o cancerígenas a la alimentación de manera gratuita. Además, comer un buen bloque helado hará descender de golpe nuestra temperatura corporal y podríamos hacernos quemaduras en la boca y los labios, que al infectarse harán más difícil la ingesta de otros alimentos y líquidos.