La indignación del novio de la doctora asesinada por Noelia de Mingo en 2003: "Ya predije que volvería a pasar"

Fernando Alberca realizó una declaración lúcida nada más perder a su pareja a manos de Noelia de Mingo La residente Leilah El Ouamari fue una de sus víctimas en abril de 2003 en la Fundación Jiménez Díaz y Alberca, minutos después, explicó a los medios que el comportamiento de De Mingo era una señal de alarma que sus superiores no habían sabido o no habían querido ver. No transmitió odio, sólo dolor e indignación por una pérdida que se podría haber evitado.

Esta semana, De Mingo ha vuelto ha agredir de nuevo con un arma blanca a otras dos personas en la localidad madrileña de El Molar, donde residía desde 2017, en teoría, bajo custodia familiar. Algo que en la práctica recaía en la supervisión de su madre, una mujer de edad avanzada. Empezamos preguntando a Fernando Alberca por sus sentimientos al conocer esta agresión.

Respuesta. Siento, por una parte, una tristeza profunda, porque es inevitable recordar todo lo que pasó entonces. Te vuelve todo. Pero por otra parte también un sentimiento de indignación y de impotencia porque en 2017, cuando salió libre bajo custodia familiar de la madre, los familiares de las víctimas ya avisamos de que ella podría volver a intentar matar.

Un tribunal decidió que saliera del hospital y se quedara en manos de una persona de casi 80 años que ya había demostrado mucho antes, en 2003, que no tenía capacidad de controlar los brotes esquizofrénicos de su hija. Si la madre no había sido capaz de controlar la enfermedad mental de Noelia cuando era mucho más joven ¿por qué iba a serlo una década después?.

Antes que a su madre, le ofrecieron la tutela a sus dos hermanos, pero la rechazaron, no quisieron cargar con esa responsabilidad. También a un primo, que fue el abogado que la representó en el juicio en 2006, pero también se negó, así que el marrón se lo acabó comiendo la madre.

P. Se la deja en libertad porque los informes de los psiquiatras aseguran que no constituye un peligro

R. Sí, nosotros pedimos otro informe de un psiquiatra independiente pero no se nos concedió. Los que se presentaron eran del hospital psiquiátrico de Alicante donde llevaba ingresada diez años, ya se habían establecido unos vínculos con ella, y además claro que estaba bien, pero porque se encontraba en un entorno controlado, se tomaba la medicación a diario. Los problema de Noelia y de otros enfermos con esquizofrenia paranoide, como ella, llegan cuando se dejan de tomar la medicación. Y la que actualmente controlaba que se tomara las pastillas era su madre, una mujer de 80 años, dime tú qué podía pasar.

P. ¿Tienes entonces la sensación de que las agresiones de esta semana podían haberse evitado?

R. En 2017 ya lo predije. Recuerdo haber dicho públicamente que al dejarla en libertad nadie estaba pensando en los derechos de los vecinos de El Molar, que cualquier día saldría de casa y se pondría a dar puñaladas otra vez, y así ha pasado, desgraciadamente. Menos mal que esta vez no ha habido víctimas mortales, aunque una de las agredidas siga muy grave.

Pero no solo creo que se podía haber evitado lo que sucedió ayer, también los asesinatos del 2003. Para mi ambas cosas son resultado de negligencias. Todo lo que rodea a Noelia de Mingo es muy raro. Hace 18 años antes de que matara a mi novia y a otras dos personas en el Fundación Jiménez Díaz e hiriera a cinco más, todo el mundo sabía en el Hospital que no estaba bien, que estaba desequilibrada. Recuerdo los comentarios de mi pareja y de otros compañeros suyos que no entendían por qué no la apartaban del servicio. Mi novia, Leilah, temía que le hiciera daño a algún paciente.

Pero el hospital la mantuvo en su puesto a pesar de todo, desde mi punto de vista porque su familia era muy amiga de la familia del fundador de la clínica, Carlos Jiménez Díaz. Ambas son de El Molar de toda la vida y tienen una relación muy estrecha desde siempre. Me imagino que alguien debió decir que Noelia tenía que acabar la residencia fuera como fuera y la encubrieron en todo momento. Como eran conscientes de su estado de salud, sus guardias las hacía otro y las firmaba por ella, las historias clínicas que escribía las rehacían, en fin... pero aún así la dejaron seguir en el hospital a pesar de sus delirios. No pensaron, claro, que fuera a hacer lo que al final hizo, pero tenían que haberlo previsto, eran médicos. Cuando todo sucedió ella creía que vivía en una farsa, que sus compañeros y los pacientes eran actores, se sentía perseguida, vigilada... una locura.

P. ¿Leilah le tenía miedo?

R. Más que por ella, lo que temía, como antes te dije, era porque le hiciera algo a los pacientes. Pero sí me contaba muchas veces que era muy inquietante, que hacía que escribía con el ordenador apagado, que se reía sola con una carcajada aterradora, que la había pillado observando sigilosa lo que hacía...

P. ¿Tú la llegaste a conocer?

R. Solo de pasada, de verla cuando iba a buscar a mi novia al hospital y me pareció siempre inquietante, huidiza, una persona hosca.

P. Al final pasó lo peor...

R. Exacto, compró en una ferretería un cuchillo de grandes dimensiones, se lo metió en la bata y se lió a cuchilladas. Primero atacó a tres doctoras residentes y ahí fue cuando mató a mi novia, después la emprendió con quien encontró a su paso.

Leilah murió intentando arrebatarle el cuchillo, pero no lo consiguió, le dio varias puñaladas en el tórax y alguna le alcanzó en el corazón. No se pudo hacer nada.

P. Han pasado 18 años, ¿aún duele la herida?

R. Por supuesto, me costó años recuperarme y esto no hace más que abrir la herida de nuevo. Lo advertimos todos los familiares de las víctimas, podía volver a ocurrir. Lo vuelvo a advertir ahora. La ingresarán de nuevo en un psiquiátrico y dentro de un tiempo volverá a salir e intentará matar a alguien, porque Noelia de Mingo, cuando se descompensa no tira una figurita de porcelana en su casa, ella acuchilla gente.

Yo no quiero menoscabar sus derechos. Está enferma, pero algo hay que hacer para evitar que dentro de unos años me volváis a llamar porque ha vuelto a apuñalar a alguien.