Poco sabemos de ella: solo los datos de su llegada a bordo de una embarcación y de sus tres años de pobreza y desesperación. A su llegada no conocíamos su nombre, ni si tiene padres o hermanos, ni de dónde venía. Lo único que podemos decir es que viajaba sola sin más equipaje que la ropa que llevaba puesta.
Le hicieron fotos a bordo de la lancha de la Guardia Civil intentando arrancarle una sonrisa, pero fue imposible.
No sonreía como hacen los niños de su edad, ni hablaba con nadie, no sabemos si por miedo o por intuición, pero los guardias civiles, aunque no lo sepan no solo la salvaron de un naufragio seguro, de la muerte, sino también de ese mutismo inusual. La acompañaron un rato hasta que empezó a salir a flote la niña, que apretaba su botella de agua, como un tesoro.
El rostro de esta pequeña es la cara infantil de la inmigración, de esos 4.098 menores que llegaron a las costas andaluzas solos, sin padres ni parientes, según datos del Departamento de Igualdad y Políticas Sociales de la Junta.
Los menores, en su gran mayoría "de 14 años para arriba", han llegado este año en 200 pateras. Los políticos hacen los números, porque la llegada de más de 4.000 menores suponen un coste de 17,7 millones de euros para el Gobierno de Andalucía en inversión de centros y casas de acogida.
Ellos, también son esta niña sin sonrisa, sin padre, ni madre con una botella de agua y solo eso en el mundo.