A Coruña, crónica de unos apetitos sin prisa
Un recorrido por los restaurantes Bido o la Taberna 5 Mares en A Coruña
Crónica de un Bierzo iluminado por 200 puntos Parker
“Viajar es cambiar de piel”, escribió Cavafis, y nos lo tomamos al pie de la letra en cuanto pusimos un pie de nuevo en A Coruña. El Atlántico soplaba suave pero con la autoridad de un maestro viejo y, en cada esquina, olía a sal y a pan recién horneado. Era verano.
Bido y la elegancia en miniatura
La cena en Bido (2 soles Repsol) fue un prólogo de novela breve. Un salmorejo terso, casi de seda, abrió el baile. Luego, el steak tartar, tan afinado que podría citar a Borges: “la precisión no es la verdad, pero se le parece”. Xoán Crujeiras transmite con su cocina pasión y vida: el canelón de gallo celta se deshacía como un recuerdo bien contado, y el lomo de bonito con jugo de pimientos fritos puso el punto de exclamación. Galicia sabe escribir finales.
Todo escoltado por un Couto Mixto 2021, que se presentó como un suspiro de bosque gallego: hojarasca húmeda mezclada con fruta roja madura, cereza y mora, aire puro de monte y una pizca casi perceptible de especias suaves. En copa, el color recuerda al granate de los tejados mojados al amanecer, con ribetes rubí que juegan con la luz. Uno de esos vinos que no solo acompañan, se convierten en interlocutor. Un Couto Mixto que da nombre al mito y al terruño, que abraza lo clásico con guante nuevo. Récord de lugar.
Mañana de espuma: MEGA y la historia líquida
Al día siguiente, el Museo de Estrella Galicia (MEGA) me recordó que la cerveza es, en el fondo, pan líquido. Desde los egipcios—que la usaban incluso como moneda—hasta la aparición del lúpulo en el siglo XII, magnífico conservante, todo fue cultura y sed.
En el siglo XVI llegó la ley de pureza bávara, ese canon germánico que exigía agua, malta y lúpulo, y en 1827, con el descubrimiento de la fermentación y las levaduras, el juego cambió para siempre. La estrella en la etiqueta brilla como emblema: identidad líquida, alimento que hidrata, “pan y rosas” en un solo trago.
Degustación de cervezas y quesos gallegos para finalizar una visita de esas que dejan huella sin querer dominar el recuerdo. Una experiencia muy recomendable.
Cena en Oleiros: fuego y conversación
La noche la pasamos en Oleiros, cobijados en la hospitalidad de Tati y Juan. Para cenar: empanada de churrasco, ensaladas, y un chuletón de Provacuno hecho al fuego lento del Kamado que fue pura geología de brasas. El vino, Rapolao La Bienvenida 2017 se presentó con memoria de bosque, como un suspiro contenido del viñedo. Tras el descorche, apareció un primer aroma profundo, casi secreto: bosque viejo, leve humo y fruta negra que comenzaba su canción con mora madura, ciruela y quizá algo de grosella. Un matiz terroso, húmedo, como senda de monte tras la lluvia, enredado en la madera con la elegancia de quien no necesita presumir. Un vino de conversación lenta, de sobremesa extasiada, de mirada a la brasa viva del kamado. El Rapola La Bienvenida, acoge con abrazo de madera; memoria de uva; susurro de lo que espera. “Toda familia es una forma de hogar”, pensé mientras la luna se iba por el cielo, iluminándolo con su sola luz, que decía Valente.
Último acto: mar, canciones y un banquete de mares
Desde lo alto del Monte San Pedro, la ciudad se desplegaba en un abanico de tejados y olas, como si A Coruña quisiera besarse con el mar. Las barandillas se fundían con el horizonte, y los barcos portuarios parecían pequeñas letras blancas escritas sobre el azul profundo del océano. La bruma marina se colaba entre los pinares, perfumando el aire con sal, algas y una luz que desprendía reflejos dorados. Allí, al mirar hacia abajo, entendimos que esta ciudad es piedra, música, rumor, olvido y memoria.
En el Observatorio se celebraba el 50 aniversario de Zara con una instalación inmersiva de la artista británica Devlin, “50 Songs of the Sea”. En el exterior del recinto hay una banda que proyecta 50 poemas sobre el mar, un redondel giratorio de delicadeza y belleza. Bajo su cúpula de 28 metros de diámetro, tres plataformas circulares, proyecciones marinas y la voz de Elena Anaya envuelven al visitante en un homenaje al Atlántico y a la ciudad que vio nacer la marca.
Después, la Taberna 5 Mares (Bib Gourmand Michelin) de Luis Veira (Árbore da Veira) puso la guinda. Aperitivos que parecían un conjuro: esferificación de aceituna, salmón encurtido, pimiento de padrón en mousse con migas de chorizo. Un bodegón inmejorable de productos. Luego, una procesión de platos que llegaron pidiendo calma: Bonito de Burela con tomate y piparra en aliño de salpicón triturado. Vieira a la gallega sobre patata trufada. Mejillones en escabeche de cítricos. Corvina en dos cocciones—vapor y plancha—con una ajada suave, casi de hada. Arroz meloso de carrillera con cecina de wagyu. Y un epílogo dulce: crème brûlée con helado de queso azul. El disfrute de las pequeñas cosas. Mientras un Godeval 2024 chispeaba como conversación de sobremesa. Color amarillo de luz temprana, entre pajizo y limón con reflejos verdosos. Al acercarlo, los aromas despliegan fruta blanca: manzana fresca, notas cítricas y limpias. En boca, es un vino ligero pero con presencia. La acidez brota viva, refresca, despierta. Volumen y persistencia.
“La vida es un viaje de regreso al sabor primero”, escribió Marcel Proust. En A Coruña, ese sabor tiene forma de ola y de estrella, de pan líquido y de muchos momentos compartidos. Allí, uno no solo come: se queda un poco para siempre.