El 'Narcobarrio' de Lo Campano, una isla de marginalidad

PILAR BERNAL 30/11/2009 20:50

Frente al fuego, pequeños traficantes y vecinos corrientes charlan sin preocupaciones. "Los problemas en este barrio los crean los de fuera, los que vienen a pillar. No nosotros", explica Antonio que trapichea desde hace años con su mujer.José María García, el comisario de Cartagena, decidió utilizar todas las herramientas a su alcance para que Lo Campano dejase de ser el mayor supermercado de droga del Levante español y para ello optó por la política de derribos. Cada vez que en una redada se desmantela un "garito" y se detiene a los narcos, se derriba el edificio con excavadoras. De ese modo, explica García, se evita que los traficantes o sus herederos vuelvan a establecerse en el mismo lugar.

Es fácil, judicialmente, porque no hay títulos de propiedad. En los últimos años ha habido trece derribos que están acabando con la moral de los vecinos: "no es justo", cuenta Ana, "nuestros hijos juegan ahora entre ratas, cables y escombros. A nadie le importa que estamos aquí completamente olvidados".

Los solares dan una apariencia de batalla a un lugar que de por si ha sido marginado y aislado, en primer lugar por su situación geográfica, alejado de la ciudad, y además por las administraciones locales que durante años se han desentendido de las necesidades de este enclave.

La mayoría de los menores que viven en Lo Campano saben bien lo que cuesta un gramo de coca y muchos distinguen bien entre el hachís bueno y el malo. Son, junto con las pastillas, las únicas drogas que se venden aquí. El aguador hace turnos de doce horas en el garito, es el vigilante que se ocupa de estar al tanto de la policía y también de los clientes.

Él es el que "da el agua", es decir el que avisa de la presencia de los "monos", policías. De manera que los de dentro tengan tiempo de deshacerse del material. Cuando se desmanteló el penal militar de Cartagena, los pequeños traficantes de Lo Campano fueron los que encontraron el "mejor" uso para las pesadas puertas de hierro que cerraban las celdas. Esas puertas son la frontera entre la legalidad y la ilegalidad y, a menudo, la salvación en caso de redada.

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