Pepi, la mujer que acompaña cada día al vendedor de la ONCE del barrio de la Macarena: "Un ángel sin alas"

Pepi se pasa las horas junto a Alberto Ferrer, vendedor de la ONCE en el arco de La Macarena, en Sevilla
Pepi se pasa las horas junto a Alberto Ferrer, vendedor de la ONCE en el arco de La Macarena, en Sevilla. ONCE
  • Pepi Casasola, con una vida marcada por dificultades desde niña, ha encontrado en el puesto de cupones de Alberto Ferrer un lugar donde sentirse acompañada y útil cada día

  • Desde hace años es su apoyo constante, le hace compañía, cuida el expositor cuando él se ausenta y se ha ganado el cariño del barrio

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SevillaEn Sevilla, en el Arco de la Macarena, donde se mezclan turistas, devotos y vecinos de toda la vida, hay una figura que muchos reconocen incluso antes de fijarse en los números del expositor de cupones. Sentada en una banquetita, siempre cerca del vendedor de la ONCE Alberto Ferrer, está Pepi Casasola. A sus 70 años, se ha convertido en una presencia tan cotidiana y apreciada que es, como dicen en la Delegación Territorial, "un ángel sin alas". Una centinela de los centinelas de la ilusión.

Pepi nació en Triana y su vida ha estado marcada por obstáculos que empezaron pronto. Desde los cuatro años pasó por cinco operaciones de pierna que condicionaron toda su infancia. "No podía correr, no podía jugar, no podía hacer ná", resume con una mezcla de resignación y humor. No tuvo amigas, no fue al colegio, y apenas aprendió a leer y escribir. Se buscó la vida como costurera y como limpiadora en casas particulares hasta que tuvo que dejarlo para cuidar primero a su madre y después a su padre. Llegó a trabajar hasta los 65 años. Hoy reconoce una discapacidad del 65%, aunque nunca quiso pedir trabajo en la ONCE porque no creía que pudiera.

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El rastro de su historia está lleno de huecos y silencios que han ido modelando su carácter. Fuerte ante la adversidad, con un poso de amargura bien sostenido, pero también con un arte y una simpatía que brota sin forzar nada. La vida la ha puesto a prueba varias veces. La muerte de su padre en 1989 y la de su madre en 1997 fueron golpes que la dejaron desubicada. Y durante mucho tiempo, demasiado tiempo, la soledad se le hizo grande.

Una nueva vida tras conocer a Alberto

Aun así, Pepi asegura que ha sido feliz. "Lo que pasa es que cuando se murió mi madre me vine un poquito abajo", reconoce. Después llegó la pandemia, y con ella un encuentro que cambiaría su día a día. Alberto Ferrer, vendedor de la ONCE en el Arco de la Macarena.

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Ella llevaba ya décadas viviendo en el barrio (más de cuarenta años), pero fue entonces cuando una compra ocasional de un cupón se convirtió en amistad. "Yo salía a unos mandaos y le compraba uno porque yo no podía tanto, que tengo una paga muy chica", se justifica. Poco a poco, se quedaron hablando. Y ya no se separaron.

Hoy Pepi acompaña a Alberto durante prácticamente toda su jornada. Es su sombra. Si hace frío, si llueve o si cae un sol sevillano de 40 grados, allí está ella, sentada junto al expositor. Le trae un café por la mañana, le cuida el puesto cuando él tiene que ir al baño o se acerca a la Delegación Territorial para resolver algún recado rápido. Su presencia es tan habitual que forma parte del paisaje humano del barrio. "Pepi es un corazón más grande que la Macarena", dice Antonio Jiménez, conserje de la Delegación Territorial. "Es un apoyo enorme para Alberto. Son los ángeles de los trabajadores de la ONCE. Un ángel sin alas".

Tranquilidad, seguridad y amistad

Alberto también piensa que la tranquilidad que le da tenerla al lado no tiene precio. "Me da muchas cosas. Su gran amistad, que es excepcional. Me vigila las cosas, el café de las mañanas… Soy un privilegiado", afirma entre venta y venta. "Estando ella aquí estoy más tranquilo que la mar. Eso me permite trabajar al 100%".

Pepi, por su parte, lo dice con ternura: "A él lo quiero como si fuera mi hijo. Más que a un familiar. Y espero que él me quiera mucho a mí". Conoce a toda su clientela, sabe quién compra siempre, quién solo viene a saludar y quién necesita una palabra amable. "A donde yo vaya, todo el mundo me quiere. Me dan abrazos y besos. Y cuando no estoy, me echan de menos".

La soledad es un tema que ambos conocen bien. Alberto la ve cada día en las personas que se paran en su puesto. "Hay gente que viene solo a hablar. Se nota que están solos. Y hay que escucharlos, porque no cuesta nada". Pepi también ha sentido ese vacío. "Lo peor es la noche. Cierras la puerta y te quedas sola. Me pongo a pensar y me vuelvo loca". Ese sentimiento, dice, ahora ha cambiado. "Ya he cogido mi ritmo. Solo estoy sola por la noche; el resto del día, estoy con él".

"Solo le pido a la vida salud", concluye Pepi. Tiene 37 sobrinos, pero sabe que la vejez puede hacerse estrecha. "Si no fuera por Alberto… estaría muy sola". Porque en esa esquina del barrio de la Macarena los dos han encontrado, cada uno a su manera, una forma de estar menos solos.