Isabel Alba, exguionista de 'La bola de cristal': "A los jóvenes de ahora les ha tocado un futuro muy malo"

Isabel Alba
Isabel Alba. cedida
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'La bola de cristal' comenzó a emitirse en televisión en 1984, el mismo año en el que EnriqueTierno Galván, alcalde de Madrid, dijo aquello de "rockeros, el que no esté colocado, a colocarse y al loro". Palabras que podría haber pronunciado la Bruja Avería. O que podría haber escrito Isabel Alba, que trabajó como guionista en el mítico programa que creó su madre, Lolo Rico.

Si 'La bola de cristal' aún es recordada por cariño por toda una generación es porque cambió por completo el modo en el que se le hablaba a un niño o a un adolescente. Se dirigió a los chavales evitando tratarles como a idiotas, que es el primer e irrenunciable paso para comunicarse con ellos y comprenderlos. Isabel ya no está muy interesada en rememorar el legendario programa, pero sigue abriendo ventanas hacia el mundo juvenil.

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La última es 'Tortugas' (Acantilado, 2024), una novela de formación en la que vuelve a explorar el cosmos adolescente, el de aquí y ahora. Y lo hace en forma de historia de amor entre tres generaciones de mujeres. "Sofía, la adolescente protagonista; Estrella, su abuela, bióloga, su referente principal; y Blanca, su madre, médica de urgencias atrapada en un sistema sanitario cada vez más infravalorado", nos cuenta la escritora. Y de fondo, como es pertinente en estos tiempos, la crisis climática, los discursos de odio y los negacionismos.

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¿Por qué tortugas para hablar de adolescentes? 

Cuando escribo un libro siempre empiezo por el título. En el contexto climático que tenemos, las tortugas son un símbolo de resiliencia. “Los dinosaurios se extinguieron, las tortugas siguen aquí”, dice Estrella en un momento de la novela. Como ellas, debemos encontrar formas de adaptarnos a un mundo que ha cambiado irreversiblemente. Necesitamos frenar, buscar formas de decrecimiento. Y es curioso, en esta lucha por el clima los que más presencia tienen son los más mayores y los más jóvenes.

Para la generación de Sofía es difícil entender el mundo porque les ha tocado uno muy malo. Es la primera vez en la historia de la humanidad que los jóvenes no sienten que tienen por delante un futuro infinito lleno de posibilidades. Se enfrentan a un probable colapso climático en pocas décadas, y son muy conscientes de ello, lo que les genera incertidumbre, desesperanza y ansiedad. Es una generación que parte de la idea de que igual no hay futuro, igual nos extinguimos. ¿Cómo mantener la esperanza cuando no sabes si vas a tener futuro? Como dice Sofía, “no hay ganas de pensarlo”. 

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El relato está construido a partir de de audios, mensajes en redes sociales y emojis. ¿De dónde surgió esa idea?

Me costó mucho encontrar la forma narrativa. Sentía que la escritura no era, en la actualidad, el medio de comunicación más cercano a una persona adolescente. Suelo darle vueltas a una nueva novela paseando, nunca cojo apuntes. Lo fío todo a la memoria. Y, de pronto, con ésta, me encontré tomando notas en audio. Cada vez que se me ocurría una idea, automáticamente, la grababa en el móvil. Entonces me di cuenta de que iba a hacer un libro a base de audios.

A la edad de Sofía, hay un vínculo de dependencia, incluso afectivo, con el móvil, y era lo más natural que no solo se comunicara a través de él, sino que depositara en él sus pensamientos y sentimientos más íntimos. Como ella misma expresa en un momento del libro, el móvil es su cerebro, uno mucho más exacto que el físico en cuanto a memoria se refiere. En su interior queda todo registrado, pensamientos, conversaciones y experiencias. 

¿Fue un reto adaptarte a ese lenguaje? ¿Qué fue lo más difícil?

Lo más complicado, más aún que el uso adolescente de las redes sociales, que se caracteriza por una fluidez francamente interesante entre códigos expresivos, al combinar texto, audio, fotografía, que es una capacidad única de las nuevas generaciones, fue dar autenticidad a las voces de los personajes más jóvenes, muy en especial a la de Sofía.

Tuve que hacer un trabajo de investigación con personas adolescentes y profesorado para asimilar su forma de hablar. Y luego había una dificultad añadida: esa forma de hablar variaba según el interlocutor. Sofía no podía expresarse igual cuando se dirigía a su abuela, a su madre, a una amiga o a compañeras de clase. Estoy francamente satisfecha con el resultado.

¿Qué es lo que más echa de menos de ‘La bola de cristal’? ¿Triunfaría un programa así entre los niños y jóvenes de hoy?

Sin duda 'La bola de cristal' jugaba con el humor y una parte importante del programa era el entretenimiento, lo que no estaba reñido con que fuera un programa serio, en el mejor sentido de la palabra. Esa combinación fue un acierto y tuvo mucho que ver con su éxito. El programa dejó huella en varias generaciones. Les enseñó a pensar, a ser críticos frente a la realidad. Creo que ahora, cuando bulos y fake news se extienden sin control, esa perspectiva es más necesaria que nunca.