35 años siguiendo a Sabina: "Lo que me ha hecho sentir él no me lo ha hecho sentir nadie"
Joaquín Sabina llega hoy a Madrid inmerso en su gira de despedida, 'Hola y adiós'
Alberto, fan incondicional desde hace más de tres décadas, ha vivido de todo con el Maestro en el escenario
Joaquín Sabina dice adiós a los escenarios dejando sin consuelo a más de uno. Parece que, esta vez sí, es la definitiva y anda recorriendo el mundo de acá para allá, con su voz rota pero impecable, despidiéndose uno a uno de todos aquellos lugares a los que jamás debió volver porque en ellos ha sido muy feliz.
Su gira ‘Hola y adiós’ ya ha pasado por México, ha dejado atrás Buenos Aires y también Nueva York. Aún por visitar quedan París, Londres, Barcelona o Úbeda, en lo que seguró será uno de los conciertos más especiales de su carrera.
Pero hoy mismo hace su primera parada en Madrid. ¡Ay, Madrid¡ Esa estación en la que Sabina se detendrá hasta en ocho ocasiones de aquí al 30 de noviembre, cuando colgará el bombín en el perchero para siempre.
En Madrid Sabina lo ha vivido todo sobre las tablas. Se ha quedado sin voz, le ha dado un ataque de pánico, se ha caído del escenario… y ha triunfado una y mil veces. En muchas de esas ocasiones, abajo, en el albero de Las Ventas, en la grada del Wizink o en la Casa de Campo ha estado uno de sus incondicionales. Sabina tiene muchos, pero casi seguro ninguno tan fiel.
Él se llama Alberto, tiene 52 años, es periodista, de José Tomás y de Sabina. Muy de Sabina.
Tan de Sabina que su hija mayor se llama Jimena por la canción ‘Rosa de Lima’. Ya saben: ‘Horizontal, seis letras, nombre de dama…’.
Tan de Sabina que en su boda no sonó el vals nupcial sino que Alberto y Concha bailaron ‘Contigo’. No se lo habían dicho a nadie y quizá por eso se sonreían cuando varios de sus amigos les pedían durante el banquete que pusieran “una de Sabina” para el primer baile de casados.
Tan de Sabina que si lees su columna de opinión en Marca podrás comprobar que se titula ‘Sobran los motivos’; si lees su bio en ‘X’ te toparás con “si la vida se deja yo le meto mano, y si no aún me excita mi oficio”; y si tienes su contacto de WhatsApp verás que lo encabeza: “Y seguir coronando montañas, y seguir conquistando escaleras…”.
Tan de Sabina que siempre le ha llamado Maestro porque tiene la teoría de que “cualquier cosa que quieras escribir, Sabina ya lo ha hecho antes y lo ha hecho mejor de lo que podrás hacerlo tú. Para mí no es el mejor letrista, es el mejor escritor de España, el mejor poeta”.
Para mí no es el mejor letrista, es el mejor escritor de España, el mejor poeta
Jimena, por cierto, no es su única hija. Concha y él también tienen a Iria (quede constancia de que ni ella ni su hermana escuchan a Sabina más allá de algún rato en el coche), protagonista involuntaria de este reportaje, toda vez que la charla con Alberto se vio salpicada por constantes visitas tanto suyas como de un servidor (amistad manda) a la cola de compra de entradas para los conciertos que dará Bad Bunny en Madrid en 2026. Ironías de la vida. Dos fans de Sabina persiguiendo entradas de reggaetón. No hubo suerte, dicho sea de paso.
La primera vez
Bad Bunny al margen, Alberto tenía 18 años cuando se plantó por primera vez frente a Sabina. Fue en Las Ventas, en 1990. Recuerda que fue casi de rebote, sin esperarlo, gracias a un amigo al que le sobraba una entrada. La historia oficial cuenta que aquella noche fue un desastre. Él, en cambio, salió flotando de allí. “Flipé con todo el concierto”, dice. Sea cual fuera la tecla que Sabina tocó en Alberto aquel día, no ha parado de sonar en 35 años.
Desde aquel 7 de septiembre del 90, este incondicional ‘sabinero’ cuenta que al menos habrá ido unas 30 veces más a disfrutar del Maestro en directo. Sin importar su situación personal, sin rendir cuentas, sin esperar nada a cambio. Sólo a disfrutar.
A Joaquín Sabina no se le sigue. Se le vive. Se le sufre. Se le celebra. Se le escucha como se escucha a los viejos amigos que ya no te dicen lo que quieres oír, pero siempre te dicen lo que necesitas. “Lo que me ha hecho sentir ese tipo no me lo ha hecho sentir nadie en la vida”, sentencia Alberto.
Un concierto de Sabina no se mide en decibelios
Por supuesto, Alberto estará esta noche puntual a la cita con Joaquín en el Movistar Arena y lo celebrará como lo ha hecho siempre y como lo hará hasta que se baje el telón: “Para mí un concierto de Sabina siempre ha sido una especie de fiesta en la que pueden pasar muchas cosas y yo no me entere, porque me paso el concierto cantando y disfrutando”.
Si hay fallos de sonido, si el escenario se descompone, si él se va a mitad de la noche… no importa. “Le he visto irse en medio de un concierto y no me ha parecido mal. Sé que hubo mucha gente que se ofendió aquel día. Yo no. A mí me valió la pena igual. Forma parte de ese malditismo sabinero. En Madrid es siempre puerta grande o enfermería”.
Le he visto irse en medio de un concierto y no me ha parecido mal. Sé que hubo mucha gente que se ofendió aquel día
No es su única anécdota. En Burgos, el 3 de julio de 2000, avisaron a Sabina y su banda de que no funcionaba nada del espectáculo visual, pero ellos decidieron salir a tocar igual. Allí estaba Alberto. “Dieron un concierto como en los viejos tiempos. Solo la banda y Sabina. Y fue de puta madre”. Quizá, en esos días sin escenografía, sin maquillaje, es donde brilla más la verdad.
Alberto también recuerda aquella vez que no pudo conseguir entradas y tuvo que tirar de contactos porque bajo ningún concepto se quería perder el concierto. “Tocaba en Las ventas y yo no pude comprar entradas así que llamé a uno de los reventas habituales de los toros y él me consiguió los pases. Creo que el delito ha prescrito y de lo que estoy seguro es de que mereció la pena”.
La memoria de un fan de Sabina está repleta de momentos felices, pero también hay sitio para la melancolía, para el dolor. “Ha habido momentos de mi vida en que no podía escucharlo. Me dolía. Me venía muy abajo. Según te pille el momento vital, puede ser jodido escuchar a Sabina. Es que es una frase tras otra, una frase tras otra… un puto disparo”, reconoce Alberto. Porque cala. Porque Sabina, cuando andas roto, no te consuela: te refleja.
Ha habido momentos de mi vida en que no podía escucharlo. Me dolía. Me venía muy abajo. Según te pille el momento vital, puede ser jodido escuchar a Sabina
Lo cierto, y por ahí surgen estas líneas, es que Sabina se va. O al menos dice que se va. Tiene 76 años -“muy vividos”, apunta Alberto-, la voz ya no es la misma, canta con prompter, necesita pausas… Pero nada de eso importa si sientes su música como la siente el ejército de ‘sabineros’. “Yo voy a celebrarlo. Porque cuando de verdad sea el último concierto, celebraré haber estado allí. La penúltima gira ya me pareció un cierre perfecto. Esto de ahora lo vivo como un regalo”, resume.
Este punto y final se lleva intuyendo mucho tiempo. “Sus últimas canciones ya no son de mujeres que te roban el alma, ni de bares, ni de fiestas. Ahora hablan de adiós, de muerte. ‘Sintiéndolo mucho’, ‘El último vals’, ‘Lo niego todo’… No hay que leer entre líneas. Ya está todo ahí”.
La banda y las ausencias
En estos 35 años detrás de Sabina, Alberto ha visto cómo Joaquín cedía el centro del escenario una y mil veces si hacía falta. A Olga Román, a Mara Barros, a Pancho. “Siempre ha sido un tío generoso. Antes por devoción, ahora por necesidad”.
La ruptura con Pancho Varona le dolió. No lo esconde, lo asume. “Sabina fue obligado a elegir. Y eligió. Y el que pierde es Pancho. Porque Sabina sigue llenando y los conciertos siguen adelante”.
Sabina se va. Quizá. Tal vez. Pero dejen que bailemos este último vals como se merece y que, por si acaso, nos reservemos un bis en Alicante. Porque, como dice Alberto, “cuando de verdad sea el último concierto, celebraré haber estado allí”.
