Loquillo, Rock and Roll actitud a los 64: “La España de los ochenta no es la que cuentan"
El rockero barcelonés ha publicado ‘Corazones legendarios’, disco doble con sus canciones más conocidas repleto de colaboraciones
Loquillo habla por primera vez de su grave operación de corazón: "Vi la luz blanca"
A sus 64 años, Loquillo está pletórico de actividad. Este 2025 ha publicado no uno, sino dos discos: Europa, en marzo, basado en poemas de Julio Martínez Mesanza; y en septiembre, Corazones legendarios, un compendio de sus temas más emblemáticos cantados a dúo por un all star de estrellas del rock, el pop, el flamenco y la canción de autor.
“Lo que hago —explica— es guionizar mi vida a través de canciones y elijo a los actores perfectos para interpretarlas. Me comporto como un director. Hago un casting con todos los artistas con quienes he tenido relación; conozco muy bien cuáles son los temas y estilos que más se acercan a su manera de interpretar”.
Asegura que crear un disco (además, doble) de las características de Corazones legendarios no ha sido difícil. “La noticia corre —dice— y la gente quiere estar; a otros los llamo; otros ya lo sabían. Esto no es un disco hecho por una discográfica que te dice con quién tienes que cantar. Esto es vieja escuela. Es un tema de piel”.
Su fértil productividad sorprende en unos tiempos en que parece que los artistas veteranos no necesitan nuevos discos para mantenerse de gira todo el año: “Un artista de rock debe ser ante todo peligroso, molestar a un lado y otro y seguir su camino sin prestar atención a tendencias”.
Entre los invitados en el disco (de Rubén y Leiva a Dani Martín pasando por Andrés Calamaro y Miguel Ríos) destacan dos nombres sin filiación rockera. Uno es el cantaor Miguel Poveda, quien interpreta un poema de Gil de Biedma. “Llevo una vida paralela dedicada a la poesía contemporánea”, apunta Loquillo.
“Hago giras en las que repaso exclusivamente mis discos de poesía contemporánea. A Poveda lo vi crecer en salas de Barcelona y ambos grabamos poemas de Gil de Biedma”. El otro es el cantautor Ismael Serrano. “Canta un tema de la banda sonora de Mujeres en pie de guerra, sobre la memoria histórica de las mujeres en la lucha antifranquista; nadie mejor que él”, dice Loquillo.
En la preparación de la magna obra, el rockero catalán ha tenido ocasión de reescuchar su viejo material, ahora actualizado. “Son canciones que reflejan un tiempo”, subraya. “Hay cuatro décadas de canciones en este disco, de hits que han traspasado barreras generacionales. Simplemente lo que se buscaba era el legado. Con las versiones, las canciones siguen vivas. Antes podía ser extraño: España en cuarenta y cinco años ha hecho el camino que la cultura europea ha hecho en setenta. Aquí la cultura pop llegó troceada, porque la censura lo invadía todo y los músicos no podían escribir libremente. Es solo a partir de 1978, con Ramoncín y Burning, todavía con la ley de censura, cuando empiezan a escribirse canciones que tienen que ver con la realidad de la calle”.
Y añade, como queja: “Es injusto cómo se ha tratado en este país a los artistas pioneros. Se han portado muy mal, pero porque no hay una educación al respecto. En Francia aman su propia cultura, e Inglaterra hace de eso bandera, y la exporta”, declara.
El disco trae consigo una gira que comenzará el 10 de octubre en Barakaldo (Vizcaya) y que pasará, hasta el 27 de diciembre, por Zaragoza, Madrid (este mismo viernes, 24 de octubre), A Coruña, Gijón, Valencia y Barcelona. Sigue experimentando Loquillo la agradable comezón de encontrarse con sus fans en los escenarios de España. “Mientras entiendas que si no subes a un escenario, dejas de respirar, y si dejas de respirar, mueres, lo seguirás haciendo”, arguye.
“Hay artistas a quienes no les gusta”, prosigue. “Las giras no son duras; son vida. Tienen un componente maravilloso que es la cercanía con la gente que viene a verte, que se siente feliz con tus canciones. Eso es lo mejor para este oficio. Es una satisfacción que se escapa al ego; es energía pura”. Define la serie de conciertos como “una gira de rock español, austera, sin artificios, sin fuegos artificiales que generalmente lo que hacen es tapar la habilidad que el artista que está sobre el escenario. No entiendo el rock si no es una explosión de energía. No llevo audiovisuales; quiero que me vean a mí y a los músicos”.
Cabe pensar que el planteamiento de la gira difiere con el modo en que Loquillo afrontaba los conciertos en los ochenta. “La España de los ochenta no es la España que cuentan, de luz y de color”, dice. “Había un paro tremendo, una reconversión industrial descomunal, y acabamos entrando en Europa. Recorrías en furgoneta carreteras polvorientas; para llegar a Barcelona tardabas dos días. Eran ganas de viajar, salir del barrio y, sobre todo, vivir. He vivido todo lo que tenía que vivir a la edad en que debía vivirlo. Lo ridículo es gente de 40 años intentando hacer lo que no hacía con 20”.
El rock de los ochenta
¿Qué queda de aquel Loquillo que debutó en 1981 con Los Intocables y el disco Los tiempos están cambiando? “Espero que nada”, espeta. “Solo la capacidad de seguir sorprendiéndome con lo que hago. No creo en eso de que sigo siendo el mismo de antes, porque sería terrorífico. Era de una manera cuando tenía 18 años y ahora soy de otra cuando tengo 64. La vida es un recorrido de cambios. Un artista tiene la obligación de quemar etapas y pasar página rápidamente. No dejo ser un Frankenstein de todas las personas que he conocido y las situaciones que he vivido”.
En los años de la nueva ola y la movida madrileña, Loquillo, rocker barcelonés, convivió en alegre armonía con otras tribus urbanas. “Recuerdo esa época muy fugazmente”, admite. “Crecí con mods, rockers, heavies… Tenía amigos de todo tipo. Nunca entendí el sello de las tribus urbanas, que fue algo que pusieron los progres, que son otra tribu urbana. Solo sirvió para dar titulares para nada, porque luego nadie se fijaba en la cultura que había detrás. La cultura de los mods era impresionante, y en el mundo de los rockers está la primera cultura juvenil que rompió moldes. Las chicas que se atrevían a salir a la calle con pelos de colores se llevaban los peores insultos de todos; y fue la época del sida, lo que menguó muchísimo la explosión social que había en este país y destrozó a mucha gente”.
No se arrepiente de ningún paso dado en su larga carrera. “Los errores son parte de la vida —afirma—, igual que la muerte. Siempre se deben tomar como aprendizaje. Si te equivocas, es porque has tomado decisiones. El problema es no tomar decisiones. Si te caes, te levantas. Incluso haciendo cosas mal, esos errores me han servido para ser mejor”.
"No me educaron para ser blando"
Durante más de cuarenta años, José María Sanz Beltrán ha cultivado una imagen de tipo duro que no hay quien derribe. Aunque él lo matiza: “No soy un tipo duro. Duro es aquel que se levanta a las cinco de la mañana para mantener a una familia. Soy hijo de estibadores; de familia obrera que ha luchado por llegar más allá del sitio al que podían tener acceso. Soy un chico de barrio, sin más. No me educaron para ser blando: mi padre estuvo en la Guerra Civil, en la cárcel y en campos de concentración, y mi madre sufrió la represión. No es que no sea blando, es que en mi casa se ha sufrido. No tengo derecho a quejarme. Lo único que hago es trabajar y no quejarme. Además, era hijo único, introvertido y raro. ¿Tengo miedo de algo? Sí, el miedo es algo que define a los audaces, porque saben que, cuando toman una decisión, les va mucho en ello. El miedo es necesario”.
Concede que no podría empezar ahora una carrera, con la misma música e idéntica actitud. “Empecé en un cabaret de Las Ramblas tocando con 17 años, siendo menor de edad, para los marines americanos y las señoras de la vida. Eso ahora es imposible. No podemos extrapolar las épocas y pensar en una obra artística con la mentalidad actual”, dice.
Esa es la razón, quizá, por la que no ha vuelto a asomar la cabeza un nuevo Loquillo en el rock español. “Las cosas suceden una vez”, indica. “En todo caso, aparecen de otra manera. Quizá cambie el estilismo, pero no la actitud. Soy hijo de un tiempo, de un tiempo que no va a volver: el final de una dictadura y el inicio de un periodo democrático; hijo de una generación que rompió moldes y cambió absolutamente todo. En la Barcelona que conocí a finales de los setenta tuve la suerte de observar cómo eran las Ramblas, esa Barcelona libertaria, donde colectivos que ahora se han normalizado pululaban reivindicando un mundo distinto. Crecí en medio de la libertad sexual, de la libertad con las drogas, y eso me educó en lo que vino luego. Soy hijo de eso. No vivo del pasado en absoluto, pero sé de dónde vengo. Lo que hago es sobrevivir a estos tiempos asesinos que vivimos”.
Abanderado del rock español, no cree Loquillo que ese género haya quedado para disfrute exclusivo de personas de más de 50 años. “El rock se retroalimenta de las músicas que van surgiendo”, alega. “Hay jóvenes raperos que tienen el rock como referencia. Por otro lado, el rock es un concepto que tiene que ver con todas las artes. Y tiene la obligación de ser peligroso; y ser peligroso no es romper hoteles y drogarse. Hace años sí lo era, porque era lo prohibido. Para ser peligroso hay que pensar. Y el rock tiene la obligación de investigar en los márgenes, allí donde no se llega, contar lo que no se puede contar y sacar a relucir lo mejor y lo peor”.
Reivindica la actitud como ingrediente básico en cualquier rockero. “La actitud es importante para cualquier creador”, dice. “La vida te va poniendo en el sitio. Si eres capaz de ver cómo te ordena, perfecto; si no, te pegará una hostia. En ese sentido, es muy importante seguir tu intuición. Jamás antepongas la técnica a la energía”.
Más que músico (“no sé solfeo ni tocar la guitarra"), y aunque escribe letras, se considera un “gestor de talentos”: “En el baloncesto aprendí que es un deporte individual que se juega en equipo; lo mismo ocurre con el rock and roll. Si algo soy, es intuitivo”, explica. Defiende su autenticidad en el escenario. “Es cierto que hay artistas que interpretan papeles; yo creo que es al revés: interpretas cuando te bajas del escenario. Cuando estás arriba eres tú. Es la gran diferencia entre los grandes y los mediocres”, dice.
No han cambiado en este largo periodo de tiempo sus referentes musicales. “Tengo una escuela muy clara —señala—, que va de Gardel a Piaf, Sinatra, Elvis… Y después está lo que sucede a partir de que Bob Dylan revoluciona todo con sus textos. Ese cruce de caminos es en el que siempre he estado”. Tolera la música que hoy conquista a los jóvenes y que llaman género urbano latino. “No tengo ningún problema con la música latina. Pero soy europeo: es mi cultura. Es como si me preguntas: ‘¿Eres neoyorquino?’. Te diré que no. Otros artistas consideran los estilos que vienen de Latinoamérica no válidos; yo pienso que representan a colectivos muy grandes”.
Recientemente superó un problema de salud —una arritmia que provocó que sus pulsaciones se elevasen a 147—, que no le impidió actuar cinco días después de la intervención. “Soy deportista —dice—, y he sido jugador de baloncesto muchos años. Tengo una forma física potentísima. Conozco a jugadores de baloncesto a quienes les ha pasado lo mismo que a mí. No tiene que ver con nada más que esa situación momentánea. No hay una causa externa. Hago bastante deporte; me cuido muchísimo”.
Se le ve cómodo en su fachada de elegante rockero veterano. “Envejecer con dignidad es importante”, dice. “Igual que vivir con los años que uno tiene. Crecí con pandilleros y bandas de rockers juveniles, y la mayoría de mis amigos son motoristas, con sus chalecos, sus Harleys y su forma de vida. Yo no me atrevería a ponerme un chaleco porque no voy en una Harley. Hay que ser coherente con lo que eres. He vivido muchas vidas. Es importante ser cómo eres en cada etapa de tu vida, y no intentar ser lo que no eres”.
En ese sentido, recalca: “La estética es importantísima, y en ese sentido, desde los inicios del rock and roll hasta el glam rock, la imagen tiene un componente muy importante. Jamás he sido nostálgico ni reproducir una época que no he vivido; he construido mi época. Todavía mucho por descubrir de la música que se ha hecho hasta ahora. Tengo la suerte de rodearme de gente muy joven, y eso me ayuda a tener la perspectiva muy lejos que otros compañeros de profesión. Es importante no convertirte en un artista tributo de sí mismo, que de eso hay mucho”.
