CAZATESOROS

El cazatesoros de lo que otros tiran: “He encontrado de todo valioso y mis directos buscando los sigue muchísima gente"

Cristian, con su puesto en el mercado de fondo
Cristian, con su puesto del mercado la fondo. Cabello
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En el Aljarafe sevillano, cuando la mayoría enciende la televisión para poner una serie o abre un libro antes de irse a dormir, Cristian Cabello arranca la furgoneta y empieza su ruta. Son las 8:45 de la tarde y hasta las tres de la mañana irá de contenedor en contenedor, con la mirada entrenada para distinguir la basura de los tesoros, para saber que justo en ese contenedor puede haber un bolígrafo Mont Blanc, una caja repleta de billetes antiguos, una Play Station, una bicicleta o un joyero. En sus directos de Instagram, miles de personas (ya acumula más de 52.000 seguidores) siguen sus ‘cacerías’ nocturnas como si fuera un programa de televisión improvisado.

“Lo único que me queda por encontrar es un cadáver”, suelta sin dramatismo, pero con la certeza de alguien que sabe que aquello sucederá. Ojalá, dice, no le pase. Pero después de nueve años en esto, habiendo encontrado casi de todo, la idea se convierte en recurrente día tras día.

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Cristian es fontanero de profesión, pero la vida le condujo hacia sus cacerías en busca de tesoros. “Trabajé desde los 18 hasta los 24 ó 25 en una empresa. Cuando me quedé parado, hacía chapuzas por mi cuenta. Y con un coche viejo de mi padre empecé a buscar chatarra”. Lo cuenta como si fuera lo más natural del mundo, pero en realidad todo empezó mucho antes, en las excursiones infantiles con su padre a un descampado donde se acumulaban hierros y cacharros.

Al principio, lo suyo era el metal: cables, motores, piezas que se podían vender por peso. Si encontraba un microondas, ni se molestaba en probarlo. “Lo desmontaba y me quedaba con el motor”, dice. Fue un amigo el que le enseñó que había vida más allá de la chatarra y que tal vez merecía la pena echar un vistazo con un poco más de detenimiento a cada contenedor y a cada cosa que sacaba de allí.

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Un día en su vida

El día de Cristian empieza cuando muchos todavía están soñando. Aunque se acueste a las tres, a las ocho está en pie. “En verano me levanto igual, pero en invierno es para llevar a mi niño al cole. Luego voy a casa de mis padres, donde tengo mi almacén. Era mi habitación, quitamos los muebles y ahora está llena de cajas y estanterías”. Allí descarga lo que ha encontrado la noche anterior, enseña a posibles compradores, guarda lo que es para el mercadillo y desmonta lo que solo vale como chatarra.

A mediodía come, va al gimnasio y por la tarde prepara envíos o recoge cosas que le ofrecen sus seguidores. A las ocho en punto empieza la rutina de la cena y, cuarenta y cinco minutos después, la furgoneta arranca para afrontar una nueva ‘cacería’.

Cristian calcula que puede abrir hasta 500 contenedores en una sola noche. Lo que vemos en Instagram es la parte bonita: el momento en que, al abrir una tapa, aparece algo con valor. Lo que no se ve son las decenas de contenedores vacíos o con restos que no sirven para nada.

Pero él no busca al azar. Su ruta está medida al milímetro: sabe qué calles recorrer, qué lado de la acera y a qué hora pasar para llegar justo antes que el camión de la basura. “Es muy importante tanto el recorrido como los horarios para saber que los contenedores estarán llenos y que, además, no molestaré a nadie dejando mi furgoneta en doble fila”, explica de forma minuciosa.

Uno de los tesoros encontrados por Cristian

En el Aljarafe, ha probado todas las zonas y horarios, pero desde hace dos años repite siempre el mismo recorrido. De momento, no tiene competencia en su ruta aunque existe “muchísima” en el oficio. Si surge, cambiará de ruta “sin problema”, aunque la actual le encanta.

Limpieza y presentación: el truco para vender

A Cristian no le vale con encontrar sus tesoros particulares. Cada cosa que saca de un contenedor la deja impecable. “Aunque esté buscando en la basura, soy muy limpio. Me gusta que las cosas estén arregladas, limpias y desinfectadas, dejarlas casi como nuevas”, apunta. 

Lo mismo pasa la pistola de agua a presión a un carro de bebé que a una bicicleta. El resultado se nota en el mercadillo: la gente no se cree que su puesto esté montado con cosas rescatadas de contenedores. Él no lo esconde y además está convencido de que no por ello pierden valor.

Ese cuidado le ha librado de un rechazo que otros sí sufren. “Nunca me ha pasado que alguien no quiera comprar porque venga de la basura. Influyen muchas cosas: que todo esté limpio, ordenado, que vayas de cara… y que el aspecto del que vende sea bueno”, apunta.

Poner precio a lo encontrado

Después de tantos años, sabe cuánto vale la mayoría de lo que encuentra y calcula que el 70% de lo que saca lo vende y el otro 30% vuelve a la basura. Cuando duda, Google Lens le saca de apuros. “Escaneo el objeto, veo en internet diez anuncios y me fijo en los precios más bajos para vender rápido”, explica. Prefiere darle salida antes que acumular. Unos tesoros salen, otros entrarán.

Un reloj antiguo rescatado por Cristian

Hay piezas que vuelan nada más enseñarlas. “Los Playmobil y los Lego están muy cotizados, aunque sean juguetes de niños y de lo que más se encuentra junto con la ropa y el calzado. También electrónica antigua tiene mucha salida: radios, móviles, portátiles… Hay cosas que saco y ya están vendidas”, asegura sin dudar, ya que tiene clientes fijos para ese tipo de productos.

Los Playmobil y los Lego están muy cotizados, aunque sean juguetes de niños. Hay cosas que saco y ya están vendidas

Los propios seguidores, de hecho, son claves a la hora de conocer el valor real de algunos de los objetivos que este cazatesoros encuentra en los contenedores. “Muchas veces, en los directos de Instagram, yo voy diciendo que no sé lo que es algo o que no creo que tenga valor y me empiezan a llegar muchísimos mensajes para avisarme de que sí lo tiene”, cuenta.

Lo que la gente tira

A Cristian le llueven los comentarios de incredulidad por todo lo que va encontrando. La gente no entiende cómo pueden llegar determinadas cosas al contenedor antes que a las múltiples aplicaciones de compraventa que existen a día de hoy. Pero no todo el mundo tiene tiempo, ganas o conocimientos para vender por internet. “En el mundo tiene que haber de todo: el que vende, el que guarda y el que tira. Hay gente que ni sabe lo que es Wallapop y otra que no quiere perder tiempo”, razona.

En el mundo tiene que haber de todo: el que vende, el que guarda y el que tira. Hay gente que ni sabe lo que es Wallapop y otra que no quiere perder tiempo

Algunas cosas, simplemente, no tienen lógica. Como una bolsa llena de boomerangs sin haberles quitado siquiera el envoltorio, centenares de prendas de ropa con la etiqueta puesta o incluso cosas más surrealistas. 

“Lo más raro que he encontrado nunca son unas 30 urnas funerarias con restos de cenizas. Eso no tenía sentido ninguno. Tal vez fueran de alguna funeraria cercana, pero no tiene lógica deshacerte de eso en un contenedor cualquiera”, rememora para abrir la puerta al tema de la muerte. Entre bolsas de basura ha encontrado docenas de animales muertos: “He visto perros, gatos, pájaros, serpientes… Me he llevado más de un susto porque, cuando tu tocas la serpiente no sabes que está muerta. Ahora sólo me queda encontrar un cadáver humano. Ojalá que no pase nunca, pero siempre lo pienso”.

Un uniforme antiguo rescatado por Cristian

La lista de objetos raros o valiosos que ha sacado de la basura daría para un catálogo: una aspiradora Kobold valorada en 1.200 euros a la que estuvo a punto de cortar el cable para vender el cobre. “No creía que tuviera ningún valor especial hasta que la puse a la venta en internet por un precio muy bajo y me la querían comprar muchísimas personas de repente. Una de ellas me escribió para decirme que esa aspiradora no era una más”.

También se ha topado un reproductor de DJ antiguo que se vendió por casi mil euros y que él recogió pensando que no tendría apenas valor; cantidades enormes de camisetas de equipos de fútbol de todas las épocas; muñecos de colección e incluso una hucha llena de monedas de uno y dos euros.

El mercadillo: su escaparate

Pero la labor de Cristian no consiste en buscar y encontrar. También en dar salida a todo lo que recoge. El domingo es día de mercadillo. Allí monta un puesto que cuida como si fuera una tienda de centro comercial. “Quiero que la gente pase y se pare a mirar. Que le llame la atención lo ordenado y limpio que está todo”, comenta.

Una videoconsola, de las muchas que ha encontrado Cristian

Los clientes son de todo tipo. Muchos regatean por costumbre o cultura, como los marroquíes o nigerianos que revenden lo que compran: “Si pido diez y se lo llevan por cinco, son cinco que he sacado. Y ellos, más margen”.

La ropa, salvo que sea de marca, está muy devaluada. Los juguetes también, salvo que sean de colección. En ambos casos, la competencia es brutal: en un mercadillo puede haber 200 puestos y 160 vender ropa. La media de precio es un euro la prenda.

Cuando empezó, Cristian se quedaba con muchas cosas: Playmobil, Legos, camisetas… Hasta que se dio cuenta de que no podía llenar su casa de trastos: “Si comes de esto, no puedes cogerle cariño a nada. Lo que encuentro, cuanto antes lo venda, mejor”, asegura, aunque no esconde que de vez en cuando se permite alguna licencia.

El directo como entretenimiento nocturno

Sus directos en Instagram no sirven sólo para enseñar sus hallazgos, sino que se han convertido ya en compañía para mucha gente. “Muchas personas mayores me dicen que soy su entretenimiento de sofá por la noche. Para mí es un orgullo. La vida da más cosas malas que buenas, y si puedo hacer que alguien pase un rato bueno, me compensa todo”, sice.

Lo cierto es que, a esas horas, mientras la mayoría duerme, Cristian está en su salsa: con la furgoneta, las luces de emergencia, abriendo contenedores y dejando que miles de ojos vean, en tiempo real, qué se esconde en la basura de la ciudad.