Deporte

El mito olímpico español que hoy guía a cientos de adolescentes: "Tratar con padres es más difícil que una final"

Albert Rocas
Albert Rocas posa en la entrada del Colegio Estudiantes. Guillermo García
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Entrar en el despacho de Albert Rocas es hacerlo en la oficina de un subdirector de colegio. Sin más. Nada hace pensar que esas cuatro paredes y esa mesa, detrás de la que trabaja el catalán, esconden a un mito del deporte español. Un campeón del mundo, un medallista olímpico y miembro del Salón de la Fama de la Liga ASOBAL. Todo eso queda fuera de plano. Rocas, el que un día fue un extremo eléctrico en la selección española de balonmano, ahora es simplemente Albert, el subdirector del colegio Estudiantes Las Tablas, el hombre que ayuda y orienta a cientos de adolescentes que apenas saben quién fue aquel jugador que levantó una copa dorada en Túnez que forma parte de la historia del deporte español.

Los jugadores españoles Albert Rocas y Eduardo Gurbindo. Foto: EFE.
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“Dejé de jugar y enseguida empecé a trabajar aquí. Siempre digo que no me he enterado de que me retiré”, dice hoy con una sonrisa medio incrédula cuando recuerda el tránsito de la pista a las aulas. Una cancha más dura que hizo que la transición fuera mucho más rápida de lo que él esperaba. “Es como si la retirada hubiera pasado en otra vida. No he tenido tiempo de echarla de menos”, explica.

Y, en cierto modo, no la necesita. El deporte le enseñó que, cuando se apagan los focos, no se acaba el partido: solo cambia el escenario. Algo que hoy, contempla desde la madurez de alguien que ya ve cerca los 50 y la calma que le dan la edad y una experiencia que ahora pone al servicio de cientos de personas. Aunque, en un primer momento, su salida del balonmano parecía ir en otra dirección.

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Su aterrizaje en la educación no fue un plan milimetrado. De hecho, ni siquiera era el camino que tenía en mente. “Cuando vi que el balonmano se me estaba acabando, sobre todo después de la tercera operación de tobillo, pensé en hacer un MBA en gestión deportiva. Había estudiado Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y me atraía la parte de gestión. Pero fue mi tutora la que me dijo: ‘¿Por qué no haces el máster de profesorado?’”.

Un nuevo tipo de presión

Cuando se le pregunta si hay algo más complicado que jugar una final de Mundial o pelearse con la defensa rival, Rocas sonríe y responde sin dudar: “Los padres”, bromea el catalán. “Hay momentos de locura máxima, y yo lo entiendo porque también soy padre y hay momentos en los que te sobrepasa la paternidad. Nosotros, en esta sociedad en la que vivimos con tanto estrés y poco tiempo con nuestros hijos, quizá lo que más me cuesta es gestionar eso, esas emociones, porque no dependen de mí”.

lo que más me cuesta es gestionar eso, esas emociones, porque no dependen de mí”

Guillermo Garcia

“Un colegio es muy complejo. Estás gestionando personas a lo bestia. Entiendo a las familias, porque yo también soy padre y a veces te sobrepasa. Al final estás un poco en el sándwich, por arriba y por abajo, entre familias, alumnos, profesores… y eso yo creo que es mucho más difícil de gestionar que la presión de jugar”.

El vestuario se ha transformado en pasillos, reuniones con padres y recreos con niños. Pero el pulso sigue ahí: la gestión emocional, la calma, el liderazgo. Y también la madurez de quien se aproxima a los 50. “Aquí no lo controlas. Nunca sabes por dónde va a salir una familia, nunca sabes por dónde va a salir un niño. Da igual la experiencia que tengas. Cada niño es un mundo diferente”.

El nuevo equipo: adolescentes hiperconectados y cansados

Ocho años después de su llegada al colegio Estudiantes, Rocas ha visto cómo las aulas cambiaban a la velocidad de las notificaciones de un móvil. Lo que le preocupa de verdad no son las pantallas, sino la falta de concentración. “El valor que más echo de menos es la constancia. Hoy los niños no aguantan más de 15 minutos atentos a algo. Lo de leer un libro hasta el final parece que han ganado una final olímpica. Lo ves en clase, lo ves en casa. Si estudian media hora, es una proeza”.

Aun así, Rocas es de todo menos catastrofista. De hecho, ve el futuro con optimismo… siempre que se sepa encauzar. “La situación en los colegios también ha cambiado. Yo creo que ahora los profesores somos más cercanos, y eso tiene cosas buenas y cosas malas, porque acabas conociendo a los niños y puedes incidir mucho más en su aprendizaje. Lo más bonito que te da esta profesión es poder intentar llegar a los chicos”.

Rocas es leyenda en el deporte español, aunque a sus estudiantes les cueste identificarlo. Tampoco él quiere que se le reconozca simplemente por sus éxitos en el balonmano. Ahora prefiere centrarse en lo académico. Por eso no tiene fotos, trofeos ni camisetas firmadas en su oficina. “No me hace sentir cómodo”, confiesa.

“No por nada. No es porque no me sienta orgulloso de ello ni por falsa modestia, pero yo quiero ser Albert Rocas, no quiero ser el exjugador de balonmano profesional, el campeón del mundo o el medallista olímpico. Quiero que se me valore por mi trabajo en el colegio, no por lo que hice en su momento, de lo cual estoy muy orgulloso y será un bonito recuerdo”.

Un recuerdo que le dejó muchas de las herramientas que usa hoy. Y ahí, en ese terreno donde se cruzan la paciencia, la constancia y la empatía, Albert Rocas sigue siendo lo que siempre fue: un competidor. Solo que ahora los triunfos no los celebra levantando los brazos, sino viendo a un adolescente encontrar su camino