¿Cómo pueden afectar los castigos al cerebro de los niños?

Los castigos pueden afectar al cerebro de los niños
Los castigos pueden afectar al cerebro de los niños. Freepik
Compartir

MadridLos castigos siempre han sido una herramienta tradicional en la crianza y educación de los niños. No obstante, investigaciones recientes en neurociencia y psicología infantil han revelado que estas prácticas pueden tener efectos adversos en el desarrollo cerebral y emocional de los niños. Se ha demostrado que la relación que se establece con el niño desde que nace hasta sus tres primeros años de vida es lo que determinará su comportamiento a lo largo de su vida.

Debido a esto, está en auge la crianza respetuosa, también conocida como neurocrianza, que basada en la educación sin gritos, intentando entender por qué el niño actúa de una determinada forma según la maduración de su cerebro y haciendo que se cree una mayor consciencia y menos desbordes emocionales.

PUEDE INTERESARTE

En este tipo de crianza son valores fundamentales la confianza, la seguridad en uno mismo o la autoestima. En ella, en la medida de lo posible, se educa sin castigos, pero esto no significa que no haya consecuencias. En este caso, hay que diferenciar entre consecuencia y castigo.

Una consecuencia es una acción que se relaciona directamente con la acción del niño, por ejemplo, si está dando balonazos a una puerta, la consecuencia sería que si sigue jugando a la pelota así, tendrá que meterse en casa y dejar de jugar. El castigo de esta acción sería que si sigue jugando a la pelota así, se quedará una semana sin videojuegos.

PUEDE INTERESARTE

¿Por qué afectan los castigos al cerebro del niño?

Lo primero que hay que entender es que los castigos no deben hacerse a la ligera. Este acto puede tener diferentes consecuencias en el cerebro de un niño. Tradicionalmente, siempre se ha creído que se debe castigar a los niños en su infancia cuando no hacen algo bien, ya que si no se hace esto no se educan, manipulan a los padres y hacen lo que quieren. Estas creencias están muy lejos de la realidad.

Cuando se castiga a un niño se puede activar la zona de miedo por la amenaza, y puede que el niño deje de hacer esa acción, pero no va a ser por aprendizaje, sino por miedo. Al hacer esto, no se producen las conexiones neuronales en la parte frontal o racional en su cerebro, lo que va a hacer que vuelvan a repetir esa acción por no entender cuál es la consecuencia real de su acción y por qué está mal eso que hacen.

PUEDE INTERESARTE

Por otro lado, los castigos, poco a poco, van a ir afectando a las zonas más emocionales del niño causándole mucha frustración y enfado. Como el pequeño no sabe cómo se puede gestionar, va a producirle un sentimiento de injusticia. Esto puede provocar distintas reacciones, puede que empiecen a asumir que no se puede confiar en los adultos, ya que les provoca ese sentimiento del que hablamos.

Otra opción es que tengan que sentir que ellos tienen la razón, esto lleva a que comiencen a actuar de forma rebelde o que muestren que no les importa lo más mínimo que se les castigue. Por último, pueden comenzar a pensar que son malas personas y que se merecen ese castigo que se les impone, algo que afecta a su autoestima.

¿Qué pasa cuando se sustituye el castigo por la consecuencia?

Como ya hemos mencionado, en la crianza respetuosa se utilizan las consecuencias. Una consecuencia bien utilizada y acorde a la acción del niño va a generar carreteras cerebrales importantes. Esto quiere decir que el niño va a ser capaz de pensar que las acciones que realiza tienen un impacto. Lo cual, a su vez, hace que se desarrolle su zona frontal de toma de decisiones y de medición de riesgo-beneficio de sus acciones. Así el niño va a ser capaz de conocer que cada acción puede tener una consecuencia, ya sea esta positiva o negativa.

Cuando se enseña a un niño cuál es la consecuencia de uno de sus actos, esto va a hacer que esté más preparado y que pueda ser más tolerante cuando llegue a la edad adulta o cuando pueda surgirle algún dilema en su vida.

Según una neuropsicóloga, una consecuencia para que sea buena o lógica debe tener dos o tres de estas partes, por una parte, la consecuencia debe estar relacionada con la acción, esto quiere decir que tiene que ver con lo que está pasando y haciendo el niño. Por ejemplo, si está pintando el suelo, en vez de los folios, tendrá que recoger las pinturas y dejar de pintar.

Por otro lado, esta consecuencia debe ser respetuosa con el niño. No se busca humillar a nadie, tampoco amenazar. El niño tiene que entender que lo que está haciendo está mal, pero no por ello hay que hacerle sentir inferior. Por último, esta consecuencia debe ser razonable, esto quiere decir que se debe poder cumplir y tiene que ser acorde a lo que ha pasado.

¿Qué pasa si el niño está muy frustrado y no quiere razonar?

Cuando los niños son pequeños, se pueden dar situaciones en las que no entiendan por qué está mal eso que han hecho, ya que su cerebro todavía no está preparado para comprender esa situación a la que se enfrenta. Lo que los padres deben entender es que si se decide establecer una consecuencia, es fundamental que se cumpla.

Se tiene que entender que puede causarles frustración y enfado, pero por ello se les debe enseñar a gestionar esas emociones validando lo que siente pero, invalidando la acción que ha realizado por la que hay una consecuencia que cumplir. Se le ayuda a calmarse y se le transmite esa consecuencia a cumplir.

En ocasiones, cuando una conducta se repite, por ejemplo, cuando llega la hora del baño, la consecuencia puede marcarse antes con ellos para prevenirlos de manera tranquila, anticipándose al momento crítico. No siempre se puede anticipar a estas situaciones, y en esos momentos hay que saber manejar esa situación y mantenerse en la consecuencia.