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Quitarte de encima el síndrome de 'la niña buena’ a los 50: “No hay que ser Juana de Arco, pero sí aprender a negarte”

Fotograma de la serie Undoing, con Nicole Kidman y Hugh Grant. (HBO)
  • Georgina Hudson describe el síndrome de 'la niña buena' como esa actitud que se adopta “por la sociedad, por los mandatos, por la cultura y que responde al ‘pórtate bien, calla, no lo digas'"

  • Creer que si expresas un límite, te estás peleando, es uno de los grandes mitos que persiguen a algunas personas desde la infancia y durante toda su vida

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Georgina Hudson, psicóloga, coach y autora de ‘Sonriendo estás más guapa’, es esa persona que te va a poner frente al espejo. Porque ella se puso pero su madre no. Porque ella sabe que fue una niña buena y esa actitud le llevó a perderse muchas cosas en la vida, cosas que no quiere que te pierdas tú. Ella, durante un tiempo, vivió la vida de otra. Cuando se dio cuenta, trabajó para liberarse, tomar las riendas y ser feliz.

Georgina ha descrito el 'síndrome de la niña buena’ como esa actitud que se adopta “por la sociedad, por los mandatos, por la cultura y que responde al ‘pórtate bien, calla, no lo digas’”. Esa orden silenciosa, repetida desde tu infancia, se convirtió en un mantra interior: callar, obedecer, complacer para merecer amor y aceptación. 

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Quizá te suene lo que le pasó a la propia Georgina. Su primera carrera, la de Filología Inglesa, no nació de su curiosidad sino de un “tú eres buena en eso” que instaló el molde antes de que ella pudiera cuestionarlo. Es un botón de muestra de lo que significa ser ‘una niña buena’: “Representa a una mujer que le cuesta entender lo que desea, que se siente vacía, porque ha exteriorizado lo que necesita según lo que le han dicho siempre los demás”.

Representa a una mujer que le cuesta entender lo que desea, que se siente vacía, porque ha exteriorizado lo que necesita según lo que le han dicho siempre los demás

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A partir de ahí, Georgina empezó a observar que ese guion impuesto afecta a mujeres de todas las edades, aunque con una intensidad especial cuando llegas a la mediana edad y descubres que algo esencial se te ha escapado. “La niña buena es una mujer silenciada por los mandatos. Y sobre todo una mujer que necesita, al tener tanta influencia la mirada del otro, buscar la perfección para conseguir esta aprobación de afuera. Ser complaciente… para que nadie se enoje con ella”. Con esa honestidad brutal, ella reconoce que, durante un tiempo, cada sonrisa únicamente tenía la misión de mantener el equilibrio, de no despertar el conflicto.

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Condicionada por su madre

La influencia familiar se cuela en el ADN de la niña buena. Georgina rememora a su madre, “muy muy guapa” pero convencida de ser “la gordita linda”, que controlaba su alimentación desde la infancia: “Me enviaban al cole con unas galletas horrorosas que yo intercambiaba por las ricas. Para sobrevivir”. 

También recuerda la figura de su padre, con su propia tribu de perfección: “Si eres agradable, delgada, te comportas como una mujer ejemplar, entras en este clan acomodado. Entonces, te casas bien, no cuestionas. Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, ¿no?”, apunta irónicamente. 

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Si eres agradable, delgada, te comportas como una mujer ejemplar, entras en este clan acomodado

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Y ella, niña, asumió ese guion sin pestañear, hasta que un día se preguntó por qué se sentía vacía teniéndolo todo. Aquel día comenzó su propia liberación.

Ese miedo a herir, a ser la mala del cuento, se había asentado en la idea de que un límite equivalía a una pelea. “Creer que si expresas un límite, te estás peleando, es uno de los grandes mitos. No. Simplemente estás diciendo: ‘Ahora no puedo, después vemos si puedo, y si puedo, te aviso’”. Con esa fórmula, ella empezó a levantar su propio lenguaje de la autonomía, a soltar el ‘sí’ automático y construir un ‘no’ amable. Una revolución silenciosa con sabor a libertad.

Pero la sociedad no ayuda: sigue premiando al alumno que saca dieces, al trabajador que nunca cierra la puerta, al familiar que está siempre disponible. “La sociedad entera, no solo los padres, está encaminada a crear niños y niñas buenas. Los domesticamos y valoramos más al que ayuda en casa o al que rinde en exámenes”. 

Georgina señala que existe un entramado de creencias limitantes de tres tipos: las que nacen dentro de ti (“si no soy así, no me querrán”), las que brotan de tu ambiente (“si no actúo como una señorita, me miran mal”) y las que impone la cultura global (“solo aprecian al curioso que saca notas altas”). Cuestionar esas creencias es una tarea colectiva, pero también individual: abrirse a la posibilidad de que tu curiosidad desordenada valga tanto como un sobresaliente.

Dar el paso hacia lo desconocido provoca vértigo. “Igual pasas de ser una niña buena a ser una niña rara, y eso puede dar miedo. El cerebro patalea cuando sale del statu quo mental, porque ahí entiende que estás a salvo. Pero a veces ese confort te duele más que cualquier incomodidad nueva”. 

A veces ese confort te duele más que cualquier incomodidad nueva

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Para contener ese miedo, recomienda agrandar tu contenedor emocional: “Dale espacio a tu desasosiego. Permítete sentir temblar tu voz antes de hablar y, aun así, exprésate”. Ese consejo, sencillo en apariencia, implica reconocer que la zona de confort puede ser una jaula invisible que ha robado tu autenticidad, que ahora debe salir sí o sí a la luz.

A los cincuenta, soltar esa jaula se siente tan urgente como necesario. Georgina propone un ejercicio: preguntarte, del uno al diez, cuán feliz eres. “Yo me hice esa pregunta y duele muchísimo. Yo he hecho terapia siempre y he terminado dándome cuenta de que decir ‘no’ no es una traición a mis valores. Es la única forma de honrar mis verdaderos deseos”.

La tolerancia a la incomodidad

Del trabajo con numerosas clientas, muchas de mediana edad, emergen cambios palpables: “El umbral de tolerancia a la incomodidad se agranda. Te animas a decirle al jefe que tal cosa no puedes seguir haciéndola, dejas de ir a la comida familiar a la que vas por inercia, reclamas tu autonomía económica. Cada uno de esos pasos representa un quiebro en el relato interior que te ha sostenido hasta entonces”, apunta Georgina. 

Esas clientas confiesan algo que ella sabe porque lo ha vivido tanto en primera persona como en sus años como profesional con docenas de casos: que sus entornos no siempre asimilan el cambio. “La reacción más habitual suele llevar a los que nos rodean a preguntarnos: ‘Tú que siempre habías sido tan buena… ¿qué te pasa? ¿Te has vuelto loca?’”.

La clave para sostener esos cambios es la asertividad sin confundirla con la rudeza. Georgina aclara: “Se puede dejar de ser niña buena sin ser egoísta. Puedes ser empática y firme al mismo tiempo. Decir ‘me encantaría ayudarte, pero a las once de la noche no puedo’; es un acto de cuidado propio, no de egoísmo. Hay que aprender a pivotar entre la generosidad y el autocuidado. Yo no digo que haya que ser Juana de Arco 24 horas, pero sí aprender a decir que no”. Porque, como ella insiste, el mundo no se va a desmoronar si tú cambias.

Se puede dejar de ser niña buena sin ser egoísta. Puedes ser empática y firme al mismo tiempo

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Para identificar si albergas el síndrome de la niña buena, Georgina propone algunas preguntas incisivas: “¿Te sientes a salvo cuando expresas lo que deseas? ¿Qué temes que pase si dices lo que piensas? ¿Te pones hipervigilante o en tensión?. Las respuestas revelan la fortaleza o fragilidad de tu zona de confort. Y cuando confiesas que tu estómago se encoge al imaginar un conflicto, empiezas el verdadero trabajo de deconstrucción”, apunta. Porque no se trata de ser combativa, sino auténtica.

Lo que siempre quiso oír

En ese trayecto, la niña que fuiste reclama lo que nunca oyó pero siempre lo hubiera deseado: “Te amamos, sé tú. Eres maravillosa”. Georgina evoca su propia adolescencia ansiosa, aquella etapa en la que lloraba sin consuelo y deseaba un abrazo más que un dictamen. “Yo tuve un trauma por el tema físico y porque no era buena en los deportes. Me hubiera gustado que me abrazaran, que me dijeran: ‘Perdona por lo que te dijimos que tenías que ser’”.

El título ‘Sonriendo estás más guapa’ (Planeta Editorial) toma otra dimensión: no es una invitación a disfrazar tu cara, sino a encontrar esa sonrisa que nace desde las tripas, la de verdad. “Si te escondes detrás de tu sonrisa, muy guapa no eres. Cuando la sonrisa sale del disfrute, eso se refleja en la cara”. Esa reflexión cierra un círculo: la autenticidad es la base de la belleza. Y el camino para alcanzarla pasa por soltar el rol de buena niña y empezar a escribir tu historia sin permiso de nadie.

Si te escondes detrás de tu sonrisa, muy guapa no eres. Cuando la sonrisa sale del disfrute, eso se refleja en la cara

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No todas las mujeres, ni todos los hombres, están dispuestos a reconocer que forman parte de ese clan de niños buenos. “Hay quienes se niegan a creer que ese sea un problema. Es como si hubieran construido toda una vida alrededor de esto y no puede ser que por actuar conforme a lo que les decían ahora no sean felices”. 

En su libro, Georgina habla de ese momento quirúrgico en el que luces tu guion heredado y notas el vacío: “En mi experiencia, es bastante liberador entender que estamos viviendo una vida que ha sido descargada de la nube. Hay como una liberación al saberlo”. Reconocerlo es el primer acto de rebeldía. Luego evoca la figura de su madre: “Ella murió siendo una niña buena. Fue al psicólogo, duró seis visitas y lo dejó porque la confrontación con lo que había construido fue demasiado fuerte. Mi madre no estaba dispuesta a trabajar sus temas”, rememora. 

Ese relato atraviesa a muchas personas que, a su vez, abandonan el viaje por miedo a desarmar el castillo de cartas de su identidad. Sin embargo, quienes siguen avanzando detectan pronto señales de la transformación interior. “Cuando el umbral de tolerancia a la incomodidad se agranda, es una victoria. Yo lo conseguí, dejé de ser una niña buena. aunque a veces aparece…”.

Esta es la herencia que puedes decidir hoy: regalarte el permiso de desobedecer esos mandatos, celebrar cada “no” que emerge de tu voz y recordar que a los cincuenta el viaje apenas comienza. Porque dejar atrás la niña buena no es un acto de rebeldía sin sentido, sino el gesto más grande de amor propio.