Sacar las sillas al fresco o por qué cargarse las cosas que nos unen

Sacar las sillas al fresco
Detalle de la campaña estival para televisión del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad 2025. .
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Unas señoras tomando el fresco en la puerta de casa, entre otras escenas típicas del verano, son las protagonistas de la campaña estival para televisión del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad 2025. Justo en un momento en el que la tradición de sacar las sillas a la calle en las noches veraniegas para charlar con los vecinos mientras corre el aire está en serio peligro, ante las amenazas de prohibición que traen bajo el brazo las nuevas ordenanzas municipales.

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Muchos ayuntamientos están endureciendo sus normativas sobre el uso del espacio público para adaptarlas a la nueva realidad de las ciudades, más comerciales, turísticas y pensadas para el consumo que para la convivencia. Al parecer, colocar sillas o sentarse en la calle sin autorización puede suponer una ocupación indebida de la vía pública que entorpece el paso de peatones y vehículos. Así, un gesto tan inofensivo como sacar la silla al fresco podría costar de 500 a 750 euros en Barcelona o Granada.

Una forma de vida

Pero prohibir una costumbre tan arraigada en la memoria colectiva de los españoles es negar una parte esencial de nuestros pueblos y ciudades, de lo que somos. Durante generaciones, sacar las sillas a la fresca ha sido siempre mucho más que una forma de combatir los rigores del verano, ha sido una forma de vida.

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En los pueblos, las aceras y las plazas han sido siempre una extensión natural del hogar de muchas familias. El lugar donde compartir conversaciones, anécdotas, risas y confidencias, sin prisas ni urgencias. La verdadera red social, en la que los interlocutores no estaban detrás de una pantalla, sino frente a frente, en directo. Y para muchas personas mayores que viven solas esta costumbre ha sido siempre el antídoto perfecto contra la soledad.

Equilibrar tradición y normativa

Puede que desde cierta condescendencia clasista algunos vean esta humilde costumbre como algo anticuado o incluso como un síntoma de falta de modernidad, especialmente en zonas gentrificadas donde se intenta proyectar una imagen más cosmopolita, pero sacar la silla sigue siendo una forma de tejer comunidad, de cultivar la convivencia, de construir barrio, de ser felices. No podemos olvidar el célebre estudio de Harvard que siguió a más de 700 personas a lo largo de 80 años y concluyó que ni el dinero ni el éxito son la clave de la felicidad, sino la calidad de nuestras relaciones humanas.

Encontrar un equilibrio entre la tradición y la normativa se antoja necesario. Quizás la solución, más que por prohibir, pase por regular con sentido común, establecer horarios o fomentar los espacios de reunión con mejores infraestructuras, pero no podemos olvidar que, a veces, la vida no necesita más que una silla, una brisa y alguien con quien compartir una buena charla para ser maravillosa.