Cómo hacer que tus hijos no se pasen las vacaciones pegados al móvil: "Cuanto más prohibido, más deseable"

El verano es una oportunidad única para redefinir la relación que los menores tienen con los dispositivos móviles
Las consecuencias del abuso de las pantallas en menores: de problemas de sueño a la disminución en el volumen cerebral
Las vacaciones de verano, paradójicamente concebidas como el espacio natural para el descanso y la desconexión, se han convertido en muchas familias en el epicentro de una batalla silenciosa: la lucha contra la omnipresencia de las pantallas. Gabriela Paoli, psicóloga especializada en adicciones tecnológicas y presidenta de la Asociación Nexum, no duda en afirmar que este periodo es, si se gestiona con inteligencia, una oportunidad única para redefinir la relación que los menores tienen con los dispositivos móviles.
El verano como palanca de cambio
Lejos de plantear una desconexión radical y punitiva, que suele resultar tan ineficaz como contraproducente, Paoli subraya que el verano ofrece un contexto privilegiado para reeducar en el uso consciente del móvil. El cese de las rutinas escolares, combinado con la posibilidad de realizar actividades al aire libre, permite reemplazar el entretenimiento digital por experiencias reales.
"El verano puede ser un momento idóneo para reconducir el abuso de pantallas que ha habido durante el año escolar", apunta la experta. Y matiza: "No es un barra libre, pero tampoco debe vivirse como una cárcel digital. La clave está en convertir la desconexión en una experiencia gratificante".
El error más frecuente de las familias, sostiene, es imponer restricciones unilaterales, sin diálogo ni contexto. "Cuando las normas se aplican desde la autoridad y no desde la comprensión, lo único que generan es rechazo", señala. A ello se suma el fallo estructural de muchos progenitores: exigir a sus hijos lo que ellos mismos no practican.
"No podemos pedir a los adolescentes que desconecten si nos ven todo el día enganchados al móvil", recalca. El uso del dispositivo como premio o castigo es otro de los grandes errores, pues refuerza su carga simbólica, lo vuelve más deseable y perpetúa un círculo de dependencia emocional.
JOMO: el placer de desconectar y cómo instalarlo en casa
Para contrarrestar el temido FOMO (Fear of Missing Out o miedo a perderse algo), Paoli propone abrazar el concepto opuesto: JOMO, Joy of Missing Out, el placer de desconectarse del ruido digital y reconectar con uno mismo y con los demás. "El JOMO debe presentarse como una ganancia, no como una renuncia", explica. La psicóloga recomienda verbalizar de forma positiva este hábito: "Vamos a regalarnos un rato para nosotros, sin interrupciones. A veces, desconectarse es la mejor forma de reconectar con lo que importa".
Implementar este enfoque en la familia requiere generar espacios libres de pantallas que no sean vividos como castigo, sino como oportunidades compartidas: noches de juegos de mesa, tardes de cocina colaborativa, excursiones improvisadas o rituales sencillos como cenar juntos sin móviles. Y no basta con diseñarlos: es imprescindible modelar el comportamiento. "Si verbalizamos nuestro propio placer al dejar el móvil a un lado diciendo cosas como ‘Qué gusto me ha dado leer sin interrupciones’, estamos normalizando y validando el JOMO como un valor deseable", sostiene.

Este cambio no es puramente conductual, sino que está respaldado por la neurociencia: reducir la sobreestimulación digital permite un descenso de los niveles de cortisol (hormona del estrés) y favorece la liberación de neurotransmisores asociados al bienestar, como la dopamina en contextos no digitales, la oxitocina y las endorfinas.
Síntomas de alarma y soluciones
Detectar si el móvil está generando aislamiento o malestar, aunque el menor parezca entretenido, requiere una observación atenta. Cambios bruscos en la interacción social, incremento del phubbing o tele-cocooning, alteraciones en el estado emocional (ansiedad, apatía, irritabilidad), deterioro del sueño o de las rutinas y actitudes compulsivas hacia el dispositivo son indicadores de un uso problemático. "No se trata solo del tiempo frente a la pantalla, sino de cómo y para qué se usa", advierte Paoli.
La solución no pasa únicamente por reducir el uso, sino por ofrecer alternativas con mayor poder de atracción que las pantallas: actividades físicas, retos creativos, experiencias sensoriales intensas o encuentros presenciales con pares. "Cuando los adolescentes experimentan placer, desafío o conexión en el mundo real, la pantalla pierde poder", concluye la psicóloga.
En definitiva, el verano no debe entenderse como un paréntesis tecnológico forzado, sino como un laboratorio emocional donde las familias ensayan y consolidan un equilibrio digital más saludable. La desconexión no es un castigo: es una oportunidad, casi siempre, de reconexión.

