Gloria Ben, psicóloga, sobre el 'vamping' que afecta a tus hijos adolescentes: "Es similar a un jet lag, pero sin salir de casa”

El vamping interfiere en el sueño, altera los ritmos naturales del cuerpo y acaba pasando factura a nuestros hijos adolescentes
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El verano es, para muchas familias, sinónimo de descanso, tiempo libre y desconexión del ajetreo escolar. Sin clases, sin deberes y con más horas disponibles, los adolescentes disfrutan de una libertad que esperan durante todo el año. Pero en ese espacio aparentemente relajado, muchas madres y padres comienzan a notar una constante: sus hijos pasan gran parte del día —y sobre todo de la noche— pegados a una pantalla. Redes sociales, videojuegos, vídeos, series... lo que parece una forma normal de ocio veraniego puede transformarse, sin darnos cuenta, en una rutina que afecta al sueño, al estado de ánimo, a la convivencia familiar e incluso al desarrollo personal de nuestros hijos.
Cuando el uso de pantallas se extiende hasta la madrugada, el sueño se ve afectado, los ritmos naturales del cuerpo se alteran y el descanso deja de ser reparador. Y así, lo que al principio parece una forma inofensiva de pasar el tiempo se convierte, con el paso de los días, en lo que los expertos denominan vamping.
Jet lag sin salir de casa
El término vamping proviene de la combinación de las palabras vampire (vampiro) y texting (mensajear), y hace referencia al hábito de muchos adolescentes de quedarse despiertos hasta altas horas de la madrugada utilizando cualquier tipo de dispositivos electrónicos: móviles, tablets, ordenadores o consolas. Ya sea para chatear, ver vídeos, navegar por redes sociales o jugar en línea, este comportamiento nocturno se ha normalizado en muchos hogares… pero sus efectos no son inocuos.
Durante el verano, cuando no hay que madrugar, el vamping se dispara; las rutinas desaparecen, los horarios se relajan y el uso de pantallas se alarga sin apenas control. Aunque puede parecer simplemente una forma de aprovechar el tiempo libre, la realidad es que esta exposición nocturna prolongada a la luz azul de las pantallas interfiere con la producción de melatonina —la hormona del sueño—, retrasa la conciliación del sueño y disminuye su calidad, entre otras cosas.
“Aunque parezca que solo se están acostando más tarde, lo cierto es que el sueño pierde calidad: cuesta más conciliarlo, se acorta el tiempo real de descanso y se fragmenta con despertares nocturnos. El resultado es similar a un jet lag, pero sin haber salido de casa”, apunta la psicóloga experta Gloria Ben.
Un círculo vicioso
A todo esto hay que sumarle el impacto emocional y conductual. La falta de descanso no solo agota físicamente, también pasa factura en el estado de ánimo: aumenta la irritabilidad, disminuye la tolerancia a la frustración y puede derivar en apatía, tristeza o desmotivación. “Se genera un círculo vicioso: cuanto menos descansamos, menos energía tenemos para realizar actividades significativas. Eso empobrece el ocio real y nos empuja a buscar gratificaciones rápidas en el mundo digital, lo que a su vez vuelve a afectar el sueño”, explica Ben. En ese bucle, es fácil caer en comportamientos como el scroll infinito en redes sociales o el consumo compulsivo de vídeos breves y sin propósito. Esta dinámica no solo roba horas de sueño, sino que también alimenta una sensación de vacío, desconexión y fatiga mental.
Pautas clave para el descanso
Consciente de los riesgos que implica este fenómeno, la experta recomienda a las familias adoptar pequeñas rutinas que ayuden a reducir el uso de pantallas por la noche y que favorezcan un descanso reparador. Estas son algunas pautas clave:
- Establecer un momento claro de desconexión digital, al menos una hora antes de ir a dormir, alejando los dispositivos del dormitorio.
- Fomentar actividades relajantes al final del día —como leer, escuchar música tranquila o practicar técnicas de respiración— que preparen cuerpo y mente para el descanso.
- Predicar con el ejemplo: cuando los adultos también apagan sus pantallas y priorizan el sueño, los adolescentes lo perciben como un hábito compartido y no como una imposición.

