La australiana Annaliese Holland, con una enfermedad rara, se acoge a la muerte asistida: "No es rendirse, es haber aguantado hasta el final"

Annaliese Holland, de Australia, se ha acogido a la muerte asistida debido a una enfermedad neurológica rara y terminal
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La historia de Annaliese Holland es un ejemplo de resistencia y entereza. Hablamos de una joven de 25 años de Australia Meridional que, tras vivir casi toda su vida con un dolor insoportable, ha decidido acogerse a la muerte asistida para poner fin a su sufrimiento. Desde niña pasó incontables días en hospitales debido a una enfermedad desconocida, mientras su cuerpo lidiaba con náuseas, vómitos y un dolor crónico que nunca cedía.
"Siento como si mi intestino estuviera obstruido, pero en realidad no hay nada que lo obstruya. Simplemente los nervios no funcionan, así que, por desagradable que parezca, mis heces se acumulan tanto que las vomito o se me vacían del estómago", explicó en 'News AU'. "Me colocaron sondas de alimentación y seguía vomitando, y entonces descubrimos que mi estómago no se vaciaba, así que me pusieron nutrición parenteral total (NPT). Debido a la conexión directa al torrente sanguíneo, si se produce una infección, se convierte en sepsis muy rápidamente, lo cual es extremadamente peligroso", agregó la joven, que obtuvo fondos en plataformas como GoFundMe para costearse las terapias.
Su situación comenzó a aclararse al cumplir los 18 años, cuando al pasar de la unidad pediátrica al hospital general recibió el diagnóstico de ganglionopatía autonómica autoinmune, una enfermedad neurológica rara que afecta funciones como la digestión, la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la micción. Para entonces ya llevaba años dependiendo de nutrición parenteral total, lo que la expuso a 25 episodios de sepsis. A los 22 años le comunicaron que su enfermedad era terminal. Sus tratamientos prolongados acabaron provocándole osteoporosis grave, fracturas en la columna y el esternón, y necrosis ósea que ennegreció y debilitó sus dientes. "Me sentía fatal", reconoció. "No se puede cambiar, así que no queda más remedio que aceptarlo. Aunque hay momentos bonitos en mis días, son agotadores y largos. Sufro de un dolor crónico debilitante", precisó.
La seguridad de Annaliese Holland: "Saber que puedo irme cuando llegue el momento es un gran alivio"
Con el paso del tiempo, su día a día se convirtió en una rutina marcada por la supervivencia. Perdió celebraciones como sus cumpleaños 18 y 21, y veía cómo sus amigos avanzaban en la vida mientras ella quedaba atrás. "La vida de todos avanza y yo estoy estancada", lamentó. "No estoy viviendo. Sobrevivo día a día, lo cual es muy duro", añadió. La joven australiana definió su enfermedad como "caminar sobre un campo minado". El punto de quiebre llegó cuando, hospitalizada, no se reconoció en el espejo: "No era yo, estaba agotada". Y describió su rutina así: "Mi vida ahora consiste en levantarme cada día, hacer lo que tengo que hacer médicamente, tomar los analgésicos, intentar aguantar el día, para luego acostarme y volver a empezar".
Para su familia, aceptar su decisión fue especialmente doloroso. Su madre, Armanda, confesó que siempre espera un milagro, aunque sabe por lo que su hija ha pasado. Su padre, Patrick, destacó: "Cada vez que la ingresan en el hospital, lucha por su vida. La he visto al borde de la muerte tantas veces...". Annaliese recordó una conversación clave: "Le dije: ‘Papá, ya no aguanto más’, y él me respondió: ‘¿Entonces te rindes?’". El momento definitivo llegó tras ser reanimada: "Papá, por favor, déjame ir. No te odiaré si me dejas ir". Y detalló: "Si esto vuelve a pasar, no quiero nada… estoy feliz con que me dejes ir y digas que no al tratamiento". Su padre, entre lágrimas, solo pudo decirle: "Entiendo perfectamente que ya no puedas más". Tras las evaluaciones psicológicas pertinentes, le aprobaron la muerte asistida voluntaria, que ella describe como su "manta de seguridad".
En Australia, la muerte asistida es legal para adultos mentalmente competentes con enfermedades terminales y se diferencia de la eutanasia -ilegal- porque es el propio paciente quien se administra la medicación. Para Annaliese, saber que tiene esta opción representa un alivio inmenso. "Creo que es muy raro estar feliz, pero me puse tan contenta cuando supe que me habían aprobado que lloré", recordó. Aunque teme el impacto emocional en su familia, afirma: "Es difícil porque siento dolor y luego paz, pero entonces les transmito ese dolor a mi familia". Para ella, poder evitar el horror de la sepsis o el dolor de no poder alimentarse le da serenidad. "Saber que puedo irme cuando llegue el momento es un gran alivio", explicó. Y concluyó: "Decir que quiero la eutanasia voluntaria es una de las cosas más valientes que se pueden hacer. No es rendirse, es haber aguantado hasta el final y haber luchado con uñas y dientes".
