Trump estaba visiblemente enfadado con la publicación horas antes de un supuesto informe que tendrían en sus manos los servicios de Inteligencia estadounidense y que venía a corroborar no solo la relación entre Trump y el Kremlin sino también que los servicios de inteligencia rusos estarían chantajeando a Trump.
Durante la rueda de prensa Trump negó todo y acusó directamente a los servicios de inteligencia de Estados Unidos de haber filtrado un informe sobre sobre él que sabían que sólo contenía información sin comprobar y sin posibilidad de ser comprobada. Su autor, un ex- agente británico del M16, está en paradero desconocido. Habría sido contratado por una empresa de lobby cercana al Partido Demócrata para buscar "cosas sucias sobre Trump".
El informe, según los servicios de Inteligencia, se realizó entre junio y septiembre de 2016, y fue entregado a los Demócratas primero y a los Republicanos después. De hecho, John McCain, el senador Republicano, ha reconocido que él se lo entregó al FBI cuando se lo dieron –sin avisar por supuesto a su candidato, Donald Trump–.
En la rueda de prensa Trump insistió en decir que "ese informe nunca se debió escribir en primer lugar, y en segundo lugar, nunca se debió filtrar a la prensa, porque todo es falso". Puntualizó que los servicios secretos "ya estaban pagando por ese deshonor".
Y por la noche, bombazo: el jefe de la Inteligencia estadounidense James Clapper llamaba por teléfono a Donald Trump para decirle que efectivamente sus servicios secretos no tenían nada que ver con el informe, que contenía falsedades y que nunca debió llegar a la prensa. La NSA hacía público el informe en su web y esta mañana Donald Trump contaba en su cuenta de Twitter básicamente lo mismo.
La guerra está declarada. Este jueves el Senado de Estados Unidos tiene que aprobar a Mike Pompeo como jefe de la CIA. Pompeo es el hombre elegido por Trump para dirigir y transformar, según parece, los servicios secretos de la primera potencia del mundo.