Josep Roca, el señor de los vinos

  • El sumiller de El Celler de Can Roca es un camarero de vinos, narrador de cuentos, embajador del vino y gestor de emociones

  • "Hay que escuchar al vino, porque el vino te habla, te da la oportunidad de vivir varias vidas", dice

Dicen que en Taialá el cielo es muy luminoso, y que por ello las estrellas, acompañando el curso del Ter, cantan una canción para cada uno de nosotros, como las viejas lavanderas de río. Dicen también que esas canciones las aprendieron de los aparceros emigrados del sur, que por las noches las entonaban como letanías de añoranza. Dicen, me han dicho, que ese cielo es un abrigo contra la sed que no calma el agua. Todo eso dicen.

Aprendí a querer, a ir, a este trozo de Girona, porque descubrí que hay un hogar lleno de hospitalidad, una casa que daba de comer a los jornaleros, de beber a quien pasaba y de cantar a las estrellas: Can Roca. Allí conocí a los tres hermanos Roca y me prendé de sus afectos, descubrí que profesábamos de la misma trilogía sentimental: la familia, los amigos y la tierra.

Hoy quiero hablar con Josep, el de en medio, el sumiller, el señor de los vinos. Nos vemos cuando podemos, cuando la obligación y la distancia no lo impiden, pero cuando menos una vez al año; y mantenemos, eso sí, una relación fluida y permanente.

Sabe Josep que la vida es caminar sobre las pisadas de sus padres, sobre las huellas de esfuerzo y humildad que han ido dejando en su rastro, sobre semillas de aprendizaje, de tratar a tus clientes como si fuesen tus invitados. Toda esa magia vivía concentrada en una casa de comidas de barrio sobre la que construyeron su proyecto profesional de horizontes lejanos: El Celler de Can Roca. El salto sobre la curva de la experiencia.

“Soy un aprendiz y me temo que lo seré toda la vida”. Con esta palpable humildad arranca Josep su conversación y para terminar de definirse tira de su manual de epítetos: camarero de vinos, narrador de cuentos, embajador del vino, gestor de emociones, un eslabón de la cadena entre los productores y los consumidores.

Uno de mis espectáculos preferidos es ver un servicio en El Celler de Can Roca, dirigido por Josep: una coreografía perfecta al ritmo de una jam session donde cabe la improvisación movida por la energía, la concentración, la gestualidad muy medida y la mirada puesta sobre la línea de la emoción. Todo parece tener, siendo distinto, la belleza de la rutina.

Sus virtudes son muchas, pero sin duda la discreción, el manejo de los tiempos en el servicio y su enorme capacidad de observación en el contexto emocional. La lucidez es su idioma y su acumulación de conocimientos se extiende por el mar callado de su sabiduría. A su lado no hay mejor cosa que escuchar. Eso es aprender.

Y hablando de escuchar entresaco una de sus citas: “Hay que escuchar al vino, porque el vino te habla, te da la oportunidad de vivir varias vidas”. Como la literatura. La prosa descriptiva de Pla escribiendo la grafía de esta tierra hermosa del Empordá. La del poeta y pintor gerundense Narcís Comadira y su sonoridad social en pos de la paz, la justicia y la libertad.

Cuando Josep te enseña su bodega, su espacio íntimo, “el aire se retira y el corazón late nuevamente”, como escribió Carmen Martín Gaite. Suenan las músicas y discurren los espacios: las burbujas danzarinas del champán, la caricia áspera del violonchelo en el Priorat, la fabulación geográfica de Borgoña y “la boca seca” (de Comadira) en la voz inigualable de Miguel Poveda para llegar al esplendor salino de Jerez.

Y su palabra, emocionada, pausada, lírica, envolvente, cercana... Haciéndote entender que solo comulga con aquellos vinos que se hacen con el sentimiento más que con la razón. “Para mí solo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón”. (Carlos Castaneda).

'Tras las viñas', un libro imprescindible

Tras las viñas Tras las viñases un trabajo encomiable, un ensayo humanista firmado con la sicóloga Inma Puig, un bello retrato del alma de los vinos, de la armonía natural entre el viñedo y su hacedor, el saber que cada vino refleja, como en un espejo, a quien lo hace. Sus inquietudes, sus temores, sus saberes y sus esperanzas aquí aparecen ante la mirada incesante de Inma y Josep. Un libro imprescindible.

Por cierto, lástima que Vins compartíts, otro libro escrito con el periodista Marcel Gorgoni, no esté traducido al castellano.

En el año 2013, El Celler de Can Roca consiguió llegar al número uno del mundo y en medio de tanta gloria y un sinfín de halagos, las primeras palabras de los hermanos Roca fueron para su familia y para su barrio, Taialá. Estaban, una vez más, con los suyos, con sus orígenes, como decía Yeats: “Las flores son muchas pero la raíz solo una”. Pues eso.

Aprendieron a gestionar el éxito desde el vértigo de la altura. Sabía Josep de largo que todo esto es algo escurridizo: “Hoy lo tienes y algún día dejarás detenerlo. Se irá. Y ese día seremos felices de seguir sirviendo a quienes veníais ya por aquí cuando esto no nos pertenecía”. Eso me dijo una noche de luna clara en la terraza del Celler después de una jornada intensa de sábado. La memoria se recuerda a sí misma.

Le pregunto si le gusta la noche y me responde que prefiere las luces más atenuadas del atardecer o del alba. Mientras echo de menos el roce de su abrazo le pido que abramos una botella, no titubea, sabe de mi galleguidad militante y va en busca de un Gorvia Tinto de José Luís Mateo y pronuncia las palabras mágicas: paisaje, recuperación, viticultura extrema.

Descubro que la vida es también tomarse un vino con un amigo. Palabra de vino.