Las secuelas de un padre distante: “Para mí era un extraño porque siempre estaba trabajando”

Diego, de 31 años, vivió una infancia que cualquiera definiría como feliz. Nunca le faltó ni comida, ni el cariño de su madre, ni los planes con amigos. Tampoco sacó malas notas y aunque algún curso le costó más que otro, se sentía a gusto en el colegio y en el instituto. Sin embargo, había una persona que le hacía sentir incomprendido: su padre.

“Era un extraño porque siempre estaba trabajando”, recuerda Diego, “y cuando estaba en casa, tampoco es como si estuviera. No se sabía ni la música que me gustaba, ni mi asignatura favorita, ni el nombre de mis amigos. En resumen, no se implicaba. Puedes tener poco tiempo porque trabajas, pero había cosas que podía saber”.

A día de hoy, la relación con su padre sigue siendo fría: “si le preguntas qué máster hice o en qué consiste mi trabajo, te va a decir que no sabe. Pero vamos, que tampoco sabe mis aficiones y no es porque yo no se lo recuerde. Es porque no le importa, y me he cansado de esforzarme”, comparte.

La distancia emocional de un padre durante la infancia

Crecer en un hogar en el que el padre no está presente, pasa factura. Y ojo, aquí no solo entra en juego la falta de tiempo, sino la calidad del tiempo que se invierte en los hijos. En otras palabras, puedes pasar una hora con tu padre al día y no más, pero si durante ese tiempo éste se preocupa por ti, se interesa en tus necesidades y se esfuerza para conocerte, valdrá la pena cada minuto.

Hablamos, por lo tanto, de una distancia física y, sobre todo, sino emocional. Es decir, de padres que no solo no tenían tiempo, sino que tampoco tenían ganas de implicarse en la crianza de sus hijos.

¿Por qué mi padre siempre estaba ausente?

Crecer en una familia en la que el padre era distante emocionalmente hablando emocional, es el pan de cada día de la mayoría de jóvenes de la generación millennial.

Aunque en algunos hogares la situación era completamente distinta, lo más habitual era que la madre se responsabilizase del cuidado de sus hijos: ir a las tutorías del colegio, llevarles al médico, comprarles los regalos de cumpleaños, etc.

Los padres delegaban en las madres estos cuidados y, en muchos casos, se desentendían de las necesidades emocionales de sus hijos. A nadie le faltaba un plato en la mesa, pero cuando hablábamos de comunicación o de tiempo de calidad, la cosa cambia.

Entonces, ¿por qué los padres pasaban de sus hijos? Porque, sencilla y llanamente, podían. Antaño, no había repercusiones. A nadie le parecía mal esa desidia, y cuando los niños protestaban, rápidamente se utilizaban argumentos que invalidaban sus emociones: “no te quejes tanto, que tu padre trabaja para que tú puedas tener todo lo que tienes”. Sin embargo, eso no era ni será nunca suficiente para un hijo.

¿Cuáles son las secuelas cuando ese hijo pasa a ser adulto?

  1. Dificultad para poner límites en las relaciones interpersonales. Por ejemplo, te cuesta rechazar planes que no te apetecen.
  2. Represión emocional. Te callas lo que sientes por miedo a que te juzguen.
  3. Sensación de incomprensión. Crees que a nadie le interesa lo que tú puedes pensar o lo que a ti te gusta.
  4. Problemas a la hora de construir la identidad. A veces, te cuesta saber qué quieres hacer con tu vida, cómo eres de verdad o cuáles son las cosas que te gustan.
  5. Autoestima condicional. Crees que tu valor depende de que se cumplan ciertas condiciones, por ejemplo, obtener la aprobación de los demás.
  6. Relaciones interpersonales inestables. Puede costarte formar vínculos sanos, estables y duraderos.
  7. Desconfianza hacia los demás. Vives las relaciones con incertidumbre, como si en cualquier momento fuesen a abandonarte.

No siempre se cumplen todas estas secuelas ni mucho menos, pero basta con que se de una para que la salud mental se deteriore. Por eso, si tu relación familiar te ha provocado secuelas y no sabes cómo gestionarlas, conviene buscar orientación psicológica.