Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita: “El cuerpo no falla, avisa”

El intestino no es solo un órgano digestivo, es un “segundo cerebro” que no distingue entre el estrés físico y el emocional
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A los 50, cuando el cuerpo empieza a acumular años de ritmos acelerados, estrés crónico y silencios emocionales, hay muchos que descubren que su salud digestiva se convierte en un espejo brutal de lo que llevan décadas ignorando. Lo que parecía solo cansancio, hinchazón o estreñimiento ocasional empieza a convertirse en un lenguaje corporal que grita lo que la mente ha preferido callar. Y no es metafórico. Es literal.
Inmaculada Borrego, especialista en salud digestiva y autora de ‘Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita’, lo tiene claro: la salud intestinal no puede entenderse sin mirar de frente la salud emocional, el estrés acumulado y la historia personal. Su trabajo se sitúa en un punto donde la medicina integrativa, la psiconeuroinmunología y la experiencia clínica dialogan con algo que la ciencia está empezando a asumir con datos: el intestino no es solo un órgano digestivo, es un centro de procesamiento emocional y neurológico, un “segundo cerebro” que no distingue entre el estrés físico y el emocional.
No saber gestionar
Hinchazón constante, gases, diarreas alternadas con estreñimiento, digestiones pesadas, fatiga después de comer… A partir de cierta edad, estos síntomas se convierten en parte del día a día de muchas personas, hasta el punto de asumirlos como normales. “Yo soy así”, dicen. Pero no. No es normal.
Según Borrego y múltiples estudios recientes sobre el eje intestino-cerebro, cuando el sistema nervioso entra en estado de alerta permanente, ya sea por estrés, ritmos acelerados o emociones no digeridas, el aparato digestivo se resiente. Se altera la microbiota, disminuye la capacidad de absorber nutrientes, se debilita la barrera intestinal y aumenta la inflamación sistémica. Es el cuerpo pidiendo a gritos lo que la agenda y la cabeza no han permitido: una pausa.
Pero esto no empieza de repente. Borrego lo explica de forma contundente: “El cuerpo no se salta etapas. Antes de gritar, susurra. Solo que no le hemos escuchado a tiempo”. Esas digestiones lentas, ese cansancio inexplicable tras comer o esa urgencia intestinal no son accidentes. Son mensajes.
Comer bien no siempre es suficiente
Una de las grandes trampas modernas es pensar que con comer sano ya basta. Pero la salud intestinal no se sostiene si va acompañada de prisas, de no parar, de sostener emociones que nunca se gestionaron. “Muchos síntomas no empiezan por lo que comemos, sino por el ritmo que llevamos”, advierte Borrego. Comer de pie, mientras se responde un correo, o dejar para la noche la única comida completa del día mientras el cuerpo está ya en modo descanso, es un cóctel perfecto para desregular el sistema digestivo.
A eso se suma la falsa creencia de que lo saludable es igual para todos. Hay alimentos teóricamente sanos, como las legumbres, brócoli, frutas ácidas o los smoothies, que pueden ser gasolina para la inflamación si la mucosa intestinal está dañada o la microbiota descompensada. Por eso Borrego insiste en que el enfoque no puede ser universal: “No se trata de comer bien en abstracto, sino de comer lo que tu cuerpo está preparado para digerir hoy. Y eso puede cambiar con tu estado emocional, tu nivel de estrés o tu etapa vital”.

Parar antes
El gran aprendizaje que plantea este libro, y que la experiencia clínica respalda es simple pero radical: el cuerpo no falla, el cuerpo avisa. A los 50, cuando la acumulación de estrés, de sobrecarga emocional y de ritmos insostenibles pasa factura, el intestino se convierte en el portavoz de todo eso que no se dijo. Dolores de barriga que aparecen sin causa aparente, digestiones pesadas que no se resuelven con un probiótico, reacciones alimentarias nuevas… Todo eso no es un error de funcionamiento. Es un mecanismo de supervivencia.
Y la solución no pasa solo por eliminar gluten, por tomar enzimas o por seguir la última dieta antiinflamatoria. Pasa por integrar lo físico con lo emocional. Por crear espacios de descanso digestivo, por ajustar los horarios de comida a los ritmos naturales del cuerpo (crononutrición), por revisar qué cargas emocionales no se han digerido desde la infancia y por entender que la salud no es solo ausencia de síntomas, sino capacidad de adaptación.
“Si no le das pausa tú, tu intestino se la toma igual”, resume Borrego. La elección es simple, aunque no fácil: parar antes de que el cuerpo te obligue a parar. Porque, al final, lo que tu mente no puede o no se atreve a decir, tu intestino lo grita… hasta que decidas escucharlo.