Verano

Emilia Redolar, neurocientífica, sobre cómo afecta el verano a tu cerebro: "Activa redes que el estrés apaga el resto del año"

Disfrutando de la playa y el verano. Pixabay
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El verano no es solo sol y calor, sino que además supone una reconfiguración profunda en el modo en que nuestro cerebro funciona. Mientras algunos de nuestros hábitos estacionales pueden activar redes neuronales dormidas durante el año, otros, como el exceso de luz o el calor, también pueden llegar a debilitar funciones cognitivas críticas.

Según la neurocientífica y profesora de la UOC, Emilia Redolar, la estación estival despierta áreas como el hipocampo y el núcleo accumbens, estimulando la memoria y la motivación. Pero al mismo tiempo, también pone a prueba nuestros ritmos circadianos y ciertas funciones ejecutivas. Seis hábitos que potencian o erosionan nuestro cerebro:

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Plasticidad neuronal

El buen tiempo impulsa las relaciones sociales que actúan como poderosos moduladores del cortisol (hormona del estrés), favorecen la oxitocina y la dopamina, y mejoran el aprendizaje y la resiliencia emocional, según Emilia Redolar. Al mismo tiempo, la mayor exposición a luz solar fortalece el estado de ánimo, aunque puede poner en compromiso el ritmo circadiano, retrasando la liberación de melatonina y dificultando la tarea de conciliar el sueño.

La luz fuerte por la noche altera los ciclos de sueño, mientras que un estudio de Cambridge vincula esas alteraciones con menor volumen cerebral y peor rendimiento cognitivo. El verano, por lo tanto, revela una dualidad curiosa, ya que estimula la vitalidad mental, pero desarticula los mecanismos de descanso.

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Sueño fragmentado

El calentamiento global intensifica un problema clásico: noches cálidas que interrumpen el sueño. Estudios recientes de Nature Communications y conferencias de la ATS muestran que, por cada aumento de 10 °C en la temperatura media, el riesgo de apnea del sueño se dispara un 45 %.

Además, las noches calurosas reducen casi 10 minutos de sueño profundo por noche, siendo este un tiempo esencial para consolidar la memoria y el equilibrio emocional. En definitiva, la salud cerebral y mental penden de un hilo nocturno que el calor estival tensa.

Pantallas: Trampa para la atención

Verano también significa más tiempo libre con dispositivos digitales. Ese incremento en móvil, tabletas y pantallas interrumpe la atención sostenida y la flexibilidad cognitiva, que son funciones esenciales del lóbulo prefrontal dorsolateral. Tanto la UOC como informes de la American Psychological Association confirman que la multitarea digital merma la capacidad para alternar tareas y mantener el foco.

Alcohol: menos brindis

El alcohol es un invitado habitual en el clásico festival de tapas veraniegas, pero sus efectos sobre el cerebro son contundentes. La corteza prefrontal, que resulta esencial para la toma de decisiones, se ve deteriorada incluso con consumos moderados, reduciendo el flujo sanguíneo en redes vinculadas a la memoria y el control ejecutivo.

En casos de consumo crónico, llega incluso a aparecer daño en la materia blanca que conecta corteza y hipocampo, además de elevar el riesgo de depresión, ansiedad, transtorno bipolar e incluso demencia alcohólica .

Frutas, verduras y dieta protectora

El verano trae también frutas y verduras frescas que benefician al cerebro. Un estudio de Nature (2024) comparó ocho patrones dietéticos y concluyó que dietas basadas en plantas, son capaces de hacer mejorar significativamente la función cognitiva y reducen el riesgo de deterioro neurodegenerativo. Estos alimentos, ricos en antioxidantes y micronutrientes, refuerzan la plasticidad sináptica y la función neurotransmisora.

Ejercicio aeróbico: un gran aliado

La actividad física estival, al aire libre o en la piscina, no solo favorece el cuerpo, sino el cerebro. El ejercicio aeróbico incrementa la producción de BDNF, la “proteína del crecimiento neural”, habilitando la neurogénesis en el hipocampo y mejorando memoria, estado de ánimo y resistencia al estrés. Estos resultados, demostrados en modelos animales y humanos, refuerzan la idea de que moverse es una forma de invertir en salud mental.

Cuidar el cerebro con consciencia estival

El verano es una oportunidad: puede despertar nuevas conexiones y motivación, o erosionar el equilibrio interno si descuidamos variables clave. La recomendación de Emilia Redolar es clara: integrar actividad física, alimentos naturales, socialización de calidad, reducir móviles y moderar el alcohol. Y, por supuesto, proteger el sueño: mantener la habitación fresca y oscura, evitar luz artificial intensa y limitar pantallas antes de dormir.

También existen estrategias complementarias que ayudan, como un baño fresco antes de acostarse, ceñirse a horarios regulares incluso durante las vacaciones, reducir alcohol y cafeína nocturna, y crear sombras en la habitación para simular ciclos naturales de luz .

Un solo fin de semana de ejercicio al aire libre ya puede reforzar la plasticidad cerebral, reducir cortisol y despertar vitalidad. Y si combinamos ejercicio y buena dieta, los beneficios se potencian.

El Día Mundial del Cerebro, el 22 de julio, supone la excusa perfecta para revisar nuestros hábitos cotidianos y empezar a cuidar nuestra mente. Si el verano es un catalizador de cambio, que no se convierta en un agente de desgaste. Atención, movimiento, descanso y alimentación pueden mantener nuestras redes neuronales activas mientras el termómetro sube.