La transformación del cerebro del padre y abuelo cuando cuidan: "Sufre cambios estructurales"

Con el nacimiento de los hijos, el cerebro del padre sufre transformaciones estructurales
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Durante décadas, los hombres no participaron en el cuidado emocional y físico de sus hijos. Y muchas veces, cuando lo hacían, la sociedad lo trataba como una especie de afición exótica. Afortunadamente, la sociedad ha evolucionado y ya casi no se escucha el típico “¡Qué majo, cambia pañales!”. La estudiosa Chelsea Conaboy lo resume bien: “El mito del instinto maternal ha servido para hacer menos por apoyar a las familias y para perpetuar la idea de que los hombres no están hechos para cuidar”. Las cosas están cambiando y a muchos hombres los cambios estructurales les están viniendo en el nuevo siglo, cuando comienzan a cuidar a sus nietos
Esa es la tesis —tan inesperada como necesaria— de ‘Cerebro de madre’, el libro de la periodista científica estadounidense Chelsea Conaboy, que lleva años investigando la neurobiología de la maternidad y, por extensión, la paternidad. Su trabajo desmonta muchas certezas que generaciones enteras.
Lo más sorprendente —sobre todo para quienes crecimos escuchando aquello de que las madres saben lo que hay que hacer por instinto— es que la ciencia está diciendo algo muy diferente. “El mito del instinto maternal no tiene base científica”, asegura Conaboy para situar el punto de partida. Y añade: “La capacidad de cuidar no es innata ni automática ni exclusivamente femenina”. Para quienes sean padres, estas frases suenan casi revolucionarias.
El mito del instinto maternal no tiene base científica. La capacidad de cuidar no es innata ni automática ni exclusivamente femenina
A los hombres de más de una generación les criaron bajo una idea simple: la maternidad era un terreno que les quedaba lejos, física y simbólicamente. Lo suyo era ayudar, no cuidar. La ciencia, sin embargo, está abriendo un camino muy distinto.
“Los padres experimentan cambios hormonales y estructurales en el cerebro cuando participan de forma activa en el cuidado”, explica Conaboy. “Y esos cambios son sorprendentemente similares a los que se observan en las madres”. No es hablar por hablar, es ciencia.
Los estudios muestran que las regiones implicadas en la vigilancia, la motivación y el procesamiento social se activan y reorganizan en los padres que pasan tiempo en contacto cotidiano con sus bebés, exactamente igual que en las madres. Es lo que la antropóloga y primatóloga Sarah Blaffer llama “tiempo en proximidad”.
En palabras de Conaboy, “así es como se forma el cerebro parental, especialmente para los padres no gestacionales”. No importa que nuestro cuerpo no haya pasado por un embarazo. Si cuidamos, cambiamos. E insistimos. No es un cambio subjetivo. Es objetivo.
Para quienes hace años que tuvieron a sus hijos, esta idea podría llegar tarde pero no demasiado. De hecho, puede ayudarles a comprender cosas que quizá no supieron nombrar en su momento.
El padre involucrado

Echemos de nuevo la vista atrás y veremos que hasta los setenta o incluso los ochenta los padres no empezaron a implicarse más por regla general. Sin embargo, hoy en día está completamente normalizado, aunque Conaboy tiene claro que con otros mimbres esto habría sucedido mucho antes. “La tendencia hacia padres más involucrados habría llegado antes si hubiéramos tenido esta información”, dice.
La tendencia hacia padres más involucrados habría llegado antes si hubiéramos tenido esta información
Recordemos ahora cuando nació nuestro primer hijo: miedo, ternura, una hiperalerta difícil de explicar, la sensación de que algo en nosotros estaba cambiando sin saber del todo por qué. Pues bien: estaba cambiando porque el cerebro estaba siendo literalmente reconfigurado.
La revolución silenciosa
Conaboy explica que el cerebro parental se moldea a través de dos elementos: hormonas y experiencia. En las madres, el embarazo provoca un enorme torbellino hormonal que hace el cerebro más plástico. En los padres, el estímulo clave es la experiencia directa con el bebé: sostenerlo, atenderlo, calmarlo, mirarlo.
“Cuando los padres participan activamente en el cuidado, su cerebro muestra cambios funcionales y estructurales”, afirma. Y subraya que esto no es anecdótico: “Son cambios profundos, que se mantienen en el tiempo”.
Cuando los padres participan activamente en el cuidado, su cerebro muestra cambios funcionales y estructurales. Son cambios profundos, que se mantienen en el tiempo
Investigaciones realizadas en adultos mayores revelan que, incluso décadas después de haber criado hijos, su cerebro se muestra “más joven” que el de personas sin descendencia. La constante adaptación emocional, social y logística de la crianza podría actuar como una forma de enriquecimiento cognitivo a largo plazo. Una especie de gimnasio cerebral involuntario.
Quizá lo más interesante de esta investigación no sea lo que explica sobre el pasado, sino el melón que abre para el presente… y el futuro. Para muchos hombres esta información supone un alivio. No hace falta haber nacido “con el chip del cuidado”. No son defectuosos. No les faltaba instinto, sino información y oportunidad.
Como dice Conaboy: “La paternidad es una etapa de desarrollo tan legítima como cualquier otra. Implica una enorme adaptación y también vulnerabilidad”.
Esto, dicho así, justifica ese sentimiento de torpeza inicial, el miedo a no saber interpretar el llanto de un bebé, la inseguridad de no estar “programados” para cuidar. La ciencia desmonta por completo esa idea: estábamos aprendiendo. Nuestro cerebro estaba cambiando.
La presión social
Cuando le pregunto a Conaboy cómo habría cambiado nuestra sociedad si esta información se hubiera difundido hace décadas, es contundente y habla de padres más involucrados, matrimonios distintos, cargas repartidas de otra manera, mujeres más empoderadas y sociedades más adaptadas y justas.
El concepto clave que Conaboy quiere impulsar no es “cerebro maternal”, sino “cerebro parental”. Y lo hace por una razón muy concreta: “Cuidar es una característica básica de nuestra especie. Todos somos capaces de desarrollarla”.
La frase, sencilla pero radical, desmonta generaciones enteras de discursos sobre roles de género. Mueve el foco desde lo biológico hacia lo relacional: no se trata de quién gesta, sino de quién cuida. Eso cambia todo.
Los padres no son, como la historia en ocasiones contaba, invitados secundarios en la historia de la crianza. Son protagonistas de pleno derecho. Y su cerebro responde a ese papel con cambios reales y medibles.
Los nietos y la segunda oportunidad
Pero, ¿y si miramos a los que ya son abuelos? Muchos cuidan hoy más que nunca, porque el mundo laboral de sus hijos es más exigente, las familias son más pequeñas y la red de apoyo, más frágil. ¿Cambia también el cerebro del abuelo cuidador?
La ciencia todavía no tiene una respuesta definitiva, pero Conaboy apunta algo sugerente: “La arquitectura de cuidado que se desarrolla en la paternidad parece mantenerse y reactivarse al cuidar a otros niños, incluidos los nietos”.
La arquitectura de cuidado que se desarrolla en la paternidad parece mantenerse y reactivarse al cuidar a otros niños, incluidos los nietos
Es decir: no empezamos de cero. Todo aquello que nuestro cerebro aprendió durante la paternidad puede ponerse de nuevo en marcha. Quizá por eso muchos hombres descubren que ser abuelo les resulta más natural que ser padre joven. Quizá porque, esta vez, se llega sabiendo más, con un cerebro ya entrenado para el cuidado.
“Convertirse en padre implica una remodelación profunda del cerebro, tanto funcional como estructural. Es una etapa de desarrollo que nos cambia para siempre”, insiste Conaboy.
Quizá la mejor forma de leer esta frase sea también la más sencilla: si alguna vez sentiste que te convertiste en otra persona al nacer tu hijo, tenías razón. Era tu cerebro haciendo su trabajo.

