"He soñado algo que va a pasar": ¿Qué hay de realidad en los sueños premonitorios? ¿Podemos fiarnos de lo que dicen?

  • Aunque los sueños premonitorios son bastante frecuentes en muchas personas, la ciencia los ha llevado al paredón. Son fiables... a medias

  • Hasta dejarte la tele encendida por error puede propiciar que tu cerebro perciba esas señales y las cuele de rondón en tu descanso nocturno

¿Alguna vez has visto en tus sueños un evento que iba a suceder? Quizá te haya sonreído esa buena fortuna. Los sueños premonitorios han sido siempre ese territorio psíquico del que abrevan las teorías conspiranoicas y los edictos de psicólogos y psiquiatras, que desmienten las magufadas llevándose las manos a la cabeza. La presencia del psicoanálisis y sus interpretaciones sobre la ‘precognición’, la capacidad de ver o sentir un suceso antes de que tenga lugar, son otra pata de este caballo cojo.

El caso es que las premoniciones son salseo psíquico del bueno. ¿Quién no querría soñar con una maceta llena de rosas rojas e interpretar que su crush le escribirá muy pronto? ¿Y ese sueño en el que te caías por la borda de un trasatlántico al grito de ‘arrobapolisía, decirle a mis gatos que los quiero’? ¿Puedes fiarte de lo que te cuenta tu cabeza sobre el futuro mientras duermes una resaca de mil años?

¿Es normal soñar con el futuro?

Lo cierto es que sí, ya hay muchos casos documentados. Los sueños premonitorios han estado presentes en la psique de los humanos desde mucho antes de que, en 1983, el psicólogo suizo Arthur Funkhouser sintiera que ya había visto antes a un amigo suyo dejando la bicicleta en la puerta de su casa.

Te lo estás preguntando. ¿Eso es premonitorio? Es un déjà vu, pero para el caso, es lo mismo, porque forma parte de los conceptos implicados en la precognición: la paramnesia (déjà vu), la percepción inconsciente, la profecía autocumplida y los sesgos de memoria (seleccionar algo que te pasó para interpretarlo como señal de algo que sucederá).

Hasta Aristóteles habló de estos asuntos mesándose las barbas, en su tratado ‘Acerca de la adivinación’. Mucho antes de Cristo nos contó que, ante la imposibilidad de encontrar evidencias científicas que los justificaran, la precognición era el regalo y el conocimiento que venía de los dioses. Imaginamos que lo dijo contemplando unas vísceras: ‘Veo en este entrecot poco hecho a mi madre. Morirá pronto’.

De la preocupación por registrar lo que la pesadilla veía antes que el ojo salió, a principios del siglo XX, ‘Un experimento con el tiempo’, un libro en el que el ingeniero J.W. Dunne trataba de explicar las correspondencias que había tenido entre sus últimos sueños y los sucesos que le acontecieron más tarde. ‘Algo huele a podrido. Sueño con cosas que pasarán. Es hora de comprar mucho alcohol’.

La ciencia y los sueños premonitorios

Deberíamos dejar de lado el sesgo de confirmación que todas estas visiones traen a la puerta de casa: ver en tu sueño a tu pareja haciendo manitas con una ardilla en un cine no tiene por qué significar que tienes más cuernos que Lady Di a 200 km/h en el Mercedes.

Razones obvias hay para desconfiar: un sueño es una poderosa herramienta psíquica que, por su naturaleza, se resiste a ser interpretado de forma literal. La mayoría de los estudios que se han hecho concluyen que la precognición en los sueños, la capacidad de ver, obedece a la forma particular en la que nuestros procesos cognitivos se desarrollan, un laberinto de estímulos del que solo alcanzamos a ver la superficie.

Del mismo modo, muchos estudios han hablado ya de las percepciones del cerebro a nivel involuntario, todos esos datos que registramos sin ser conscientes de ello y que pueden formar parte de una relectura posterior, intencionada, poco fiable. Sesgos, decíamos. Puedes investigar lo que dijo un equipo de científicos de la Universidad de Edimburgo, en 2014. En su estudio, se concluyó que las personas que tienen sueños premonitorios funcionan por patrones psíquicos no verificables. Interpretan señales ocultas a su alrededor y las resignifican a través de sus visiones. Nocturnidad y alevosía, nunca mejor dicho.

De hecho, son otros factores los que terminan de rematar y cortarle la cabeza a los devotos de la interpretación de sus propias visiones. En otro estudio del año siguiente escrito por Milan Valášek y Caroline Watt, se analizó de dónde venía esta fe de algunas personas en los sueños que les regalaban el oído con lo que iba a suceder. ‘¿Será esa casa a lo Kardashian con grifos de oro y un tigre vivo en la mesa de la cocina algo que voy a conseguir en cuanto persiga mis sueños?’. ‘¿Acaso eso que vislumbré echándome la siesta es la señal de que aprobaré las oposiciones y dejará de lavarme la ropa mi madre?’

Es muy curioso este último estudio. No solo se analizaron aspectos socioeconómicos y demográficos de los participantes, también otros externos: por ejemplo, que dormir con somníferos influye en esta supuesta precognición, el género que más creía en ellos (las mujeres) o la capacidad de una tele que nos hemos dejado encendida para colarse en nuestras cabalgadas con Morfeo.