Isabel Zendal, la enfermera que da nombre al hospital de emergencias de Ayuso en Madrid

  • Fue la primera enfermera del mundo en participar en una expedición sanitaria internacional

  • Cuidó a los niños que se usaron como vacunas humanas de la viruela para inmunizar a las colonias españolas

Era pobre, era mujer y era madre soltera en 1804, con todo lo que eso implicaba para la sociedad de la época. Pero Isabel Zendal (1773) también era enfermera y directora de un hospicio. Y, sobre todo, una mujer valiente, que ha pasado a la historia como la primera enfermera del mundo en participar en una expedición sanitaria internacional. Y con éxito.

Gracias a Isabel Zendal millones de personas salvaron su vida. Gracias a su buen hacer se pudo vacunar contra la viruela a las poblaciones de Canarias, Puerto Rico, Venezuela, México, Cuba, Filipinas... porque ella era la encargada de que llegaran vivos, a las entonces colonias españolas, los niños que (como si fueran vacunas humanas), portaban el virus de la viruela en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (REFV).

El contexto de su hazaña

Hasta que se logró erradicar a mitad del siglo XX , la viruela era una de las enfermedades víricas más mortífera de la historia de la humanidad. Al menos hasta que llegó la vacuna (1796) y aún así, siguió matando. Se calcula que, solo en el siglo XIX, provocó la muerte de una de cada 12 personas en el mundo, y no solo eso, si no fallecías quedabas ciego o marcado de por vida.

Y en este contexto de muertes y vacunas, fue cuando el rey Carlos IV autorizó llevar la vacuna a las colonias españolas a principios de 1800. Su hija Maria Teresa había muerto de viruela, con tres años, y quizá movido por ese dolor, el monarca quiso acabar con la pandemia.

Se organizó una expedición filantrópica, dirigida por el médico de la corte Francisco Javier Balmis. Y con él viajaba Isabel Zendal.

En aquella época (principios del XIX), era imposible transportar la vacuna en frío, así que se pensó que la mejor manera era llevarla dentro del cuerpo de niños expósitos. Huérfanos, de entre tres y nueve años, a los que se infectaba con una variante leve del virus, y de cuyas vesículas (ampollas) se sacaba líquido con el que pasar la "inmunidad" a otro paciente.

Fueron 22 niños los que se embarcaron en la expedición. Pequeños que eran muy valiosos y que tenían que llegar vivos, cuidados, y sin problemas a su destino. Ese era el trabajo de Isabel Zendal. Cuidar a los pequeños para que no enfermarán en el largo viaje que suponía en aquella época cruzar el Átlantico.

Debía, además, evitar que se contagiasen lo que no estaban contagiados para poder inocularles el líquido de la vesícula más adelante. Todo un tetris en una fragata pequeña en la que además de Zendal y los niños viajaban el equipo médico y la tripulación.

Perdió a su madre a los 13 años de viruela

Nacida en una familia muy humilde de la localidad gallega de Santa Mariña de Parada, Isabel perdió a su madre a la edad de 13 años, precisamente de viruela.

Con 20 años empezó a trabajar en la Casa de Expósitos del Hospital de la Caridad como directora, tras pasar unos años trabajando en el domicilio del doctor Balmís.

En el hospicio ganó reconocimiento y respeto. Y allí vivió su embarazo como madre soltera. Un estado que no era fácil de llevar en aquellos años. Quizá por eso, no dudó en aceptar la propuesta de Balmís de embarcarse en la expedición para vacunar a las colonias españolas.

Sea como fuere, Isabel dejó España en 1804, con su hijo como vacuna humana y con otros 21 pequeños. Elegidos porque no tenían nada que perder, y porque el destino que les proponían era casi mejor que morir de hambre y estar abandonados en la España de principios de siglo XIX.

Isabel se encargó de que comieran, de que no enfermaran, de que llegaran vivos (solo murieron dos en el viaje de regreso).

Nada se sabe de la odisea de la travesía. Pero lograron su propósito. Se pudo inocular el líquido de las pústulas de los niños a otros muchos. Y lograr así una inmunidad natural a la viruela.

Muchos de esos pequeños nunca regresaron a España. Tampoco Isabel.

Se quedó a vivir en Puebla (México), donde se supone que murió, aunque se desconoce la fecha exacta. Lo que si sabe es que dejó un buen recuerdo. En México hay hasta una escuela de enfermeras que lleva su nombre.

Ahora en Madrid un hospital defenderá su figura, y con suerte, ayudará a acabar con otra pandemia, la del siglo XXI, la que estamos sufriendo por culpa del coronavirus.

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