Lo primero que hay que explicar, según la psicóloga María del Valle de la Orden Parque, es que afecta de manera diferente según la edad, ya que la manera que se tiene de afrontar la vida no es la misma a los 20 que a los 60. Mientras que para los más jóvenes la respuesta normal ante una situación crítica es la de activarse, mediante la huida o la defensa; los ancianos responden, por regla general, paralizándose.
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Después de ese primer impacto, de duelo, lo que ocurra “depende mucho de los recursos que tiene cada persona”. De esta forma, y atendiendo de nuevo a la edad, “los ancianos tienen una sensación de finalidad de todo: si todo lo que has tenido de tu vida desparece hay una indefensión enorme que te puede asumir en una depresión muy importante. No te queda tiempo para reconstruir eso que te ha costado construir toda la vida”. Por ello, una patología típica para esta parte de la población es la de la depresión. Mientras, en gente más joven, “te puede llegar a afectar pero sabes que tienes que salir adelante, te quedan muchos años y tienes conciencia de que tu vida no se puede paralizar así”.
Tras vivir en primera persona esa catástrofe es normal padecer duelo: “Negación, no te crees lo que está pasando; haces una atribución externa a lo ocurrido, tú no eres el culpable, soy mucho más indefenso; creemos que tenemos el control de la vida, pero soy consciente de que realmente no tengo control de nada”. En ese momento “la incertidumbre se hace muy evidente, todos convivimos con ella. Y es que aunque te levantas por la mañana y no sabes si vas a volver a casa, normalmente la obvias porque la vida te da la sensación de que tienes control de la realidad. Al vivir una situación así eres plenamente consciente de que no tienes control ninguno de la realidad”.
Además, la psicóloga explica que “otro choque importante es la aparición del pensamiento supersticioso. Uno empieza a buscar causas cuando no se encuentra justicia a algo que ha sucedido. Hay gente que busca las causas en las causas reales externas, pero hay mucha gente que tiende al pensamiento supersticioso, tiende a pensar que por determinadas razones esto ha pasado”. Así, esa gente que busca una razón externa “suelen ser bastante negativas, algo que puede derivar en trastornos obsesivos compulsivos, que son trastornos del estado de ánimo, de estrés… Ante el estrés uno se obsesiona o emite determinadas conductas de manera repetitiva porque calma la ansiedad. Si tienes una tendencia obsesiva compulsiva se puede terminar en que termine en una patología así”.
Un detalle muy importante a la hora de prevenir esas posibles patologías es acudir a un especialista lo antes posible: “Es conveniente que las terapias se inicien muy pronto. Al principio, mi cerebro, hasta que elabora lo sucedido, va a necesitar un tiempo; luego van a aparecer sueños, pesadillas, agorafobia, miedos que no tenías antes, asociación de ideas, crisis de pánico… Pero a lo mejor aparecen cinco o seis meses después si eso no se ha tratado desde el principio”.
Pero también la terapia necesaria para superarlo depende de cómo se ha afrontado: “Las personas trabajamos con unos estilos de afrontamientos. Hay personas que tienen un afrontamiento activo ante los problemas y otros que lo tienen pasivo o por evitación. Si eres un evitador probablemente lo que te vas a asumir es en una situación de indefensión y miedo”. Por el contrario, los que lo afrontan de forma activa, estaríamos ante el típico ejemplo de persona que ejerce de portavoz ante los medios de comunicación; un perfil menos dado a las patologías más fuertes.