El arquitecto que elabora un aceite único en Teruel con solo 200 olivos: "No buscamos ganar dinero, solo no perderlo"

El arquitecto Luis Rey se enamoró de 200 olivos de los que consigue sacar apenas 600 botellas de aceite premium por cosecha
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Es raro hablar de árboles después de este verano de incendios. Es raro después de políticos quejándose de que “se politice” el fuego, ergo, de politizar los árboles. Aunque igual en este reportaje se encuentre parte del quid del debate. Igual tenemos que enamorarnos de los árboles. Luis Rey se enamoró de doscientos árboles, de 200 olivos, para los que nadie miraba desde hacía mucho tiempo. Estaban dentro de la finca que se acababa de comprar en el Matarraña, en Teruel, comarca de la que también se había enamorado este arquitecto de ojos abiertos, que ahora produce el, quizá, aceite más insólito de España: doscientos olivos de los que extrae 2.000 kilos de aceitunas de los que extrae apenas 150 litros de aceite de la variedad empeltre que vende en unas 600 botellas de 250 centilitros a unos cien euros el litro. El aceite La Vall son muchos números y poco líquido. Os voy a contar su historia con calma, así que dadme unos minutos de permanencia, la misma que requieren los árboles. No se puede mirar un árbol con la impaciencia de un scroll, ni con la furia de una storie sobre el incendio de un bosque.
Para enamorarse del Matarraña hay que tener los ojos más telescópicos que verticales, como para enamorarse de los olivos, de Guillem Martínez o de Josep Pla, a quienes he leído este verano y de cuya cadencia me he contagiado. El Matarraña es una parte de Aragón de una hermosura tosca, silente y honda (casi tanta como la de su primo siamés, el Maestrazo), belleza propia y magnética que en YouTube y otros lugares virtuales se promociona con el filtro de “la Toscana” baturra, ese anticipo de inferioridad (la Venecia de aquí, el Miami de allá) que confieren las analogías perezosas.
Sin embargo, para enamorarse del Matarraña y de los olivos y de Guillem Martínez hay que salir del filtro y aprender que las ortigas pueden ser hermosas y que además sirven para hacer croquetas. Aunque al rozarlas sin querer con las espinillas bajando al río perjures y las ubiques como las más bastardas de entre las yerbas silvestres.
Luis Rey, con sus ojos telescópicos de arquitecto barcelonés de 55 años, deportista que antaño corría triatlones y que ahora recorre la naturaleza con salacot, husmeando cielos, rocas y gentes, encontró en el municipio de Calaceite una belleza que le detuvo en seco, como hacen las ortigas, pero sin picores: “En este valle hay un pequeño microclima, con una temperatura más radical. Aquí se estanca el viento y da cinco o seis grados más de calor y de frío respecto al pueblo”.

La finca que compró en ese pequeño valle que es secano y nevero a la vez, junto a ese pueblo, Calaceite, cuyo nombre resume una milenaria historia oleica, cuenta con diez hectáreas en total, dos de ellas pobladas por los doscientos olivares. Pero Luis, experto en plantas, alzados y perfiles, no sabía de aquella ni papa de árboles. Ni tampoco de aceites. “Me gustaban los de Córdoba, los de Jaén; aceites fuertes, intensos”. Picuales de escándalo, de los que te montan un tablao en la lengua y taconean sobre tus papilas. En el Matarraña, sin embargo, como en todo el Bajo Aragón, la variedad autóctona es la empeltre, que destila aceites ligeros, discretos. Besos de abuela, suaves. Con una fragancia distinta, más íntima.
Pero Luis quería candela: “Con 200 olivares de unos 50 años tienes que hacer algo especial”, se dijo. Buscó libros, buscó información, buscó gente alrededor. Intentaría convertir la empeltre en un Enrique Morente, o al menos, en el grito de un mozo que llamase a las cabras bajo la luna en una noche de primavera, por decirlo así en plan Lorca del Matarraña, yo qué sé. En realidad, se explica mejor con números: “En lugar de cosechar en diciembre, como se suele hacer con la empeltre, decidimos hacerlo antes, para coger la aceituna más verde. El problema es que si normalmente obtienes entre el 20-21% de rendimiento por kilo de aceituna, nosotros obtenemos alrededor de un 7% al adelantarnos unos meses”. Menos aceite por kilo, pero mucho más fuerte. Ah, y juegas con otra merma de antemano, porque “cuando coges la aceituna a mano, te cae del árbol menos de la mitad”. Un drama neoliberal.
“El primer año, 2023, cosechamos unos meses antes, de prueba, y luego, en diciembre”. La conclusión del experimento fue clara: mejor adelantarse. La empeltre joven se transforma en otro aceite. Mucho más intenso, rebelde, aunque enraizado en el espíritu brusco y silente del Matarraña de una forma inefable. O inefable para quienes no sabemos hablar de aceite con términos profesionales, o sin recurrir a las notas de cata con las que se copiapegan los contenidos habitualmente en internet. ¿En qué se diferencia crear contenidos de hacer periodismo? ¿En qué se diferencia crear de hacer? Luis hace aceite. Y además excepcional: “Con 200 olivares no puedes buscar rentabilidad. Por eso no buscamos ganar dinero, solo no perderlo (ríe). Este no es un aceite para uso continuo, es un aceite muy especial, muy distinto; un aceite para aderezar. Con unas ostras, por ejemplo. O con un buen pan tostado. ¿Es caro a 100 euros el litro? No te tomas un litro en una cena, ni siquiera gastas una de nuestras botellas de 250 centilitros, que cunden mucho. Pero en una cena con amigos te bebes dos botellas de vino de 25 euros”.
Volvemos a lo de siempre: ¿cuánto cuestan las cosas?, ¿qué diferencia hay entre valor y precio? “No pasan ni veinticuatro horas desde que la aceituna está en el árbol hasta que el aceite está hecho y filtrado. Estamos mirando para comprar alguna finca más, pero no podemos hacer mucho más aceite. Somos los primeros en la almazara, pero como no tenemos una propia, cada año dependemos de que estén abiertas y nos hagan un hueco”.
¿Cómo se paga ese entusiasmo? ¿Cómo se paga el amor por los árboles? ¿Cómo se paga el valor social de toda la gente que todavía trabaja en el campo? ¿En qué se diferencia crear de hacer? ¿En qué se diferencia hacer política de politizar? En realidad, hace ya mucho tiempo que los árboles se politizaron. Lo hizo Miguel Hernández, con los olivos precisamente. También lo hicieron con Lorca, por cierto, cuando dejaron su cuerpo en un sendero, no sabemos si boscoso o calcinado.
