Gastronomía

Alicante proclamó a los tres nuevos finalistas de los concursos 'Mejor Camarero' y 'Mejor Cocinero del Año'

Ganadores de la semifinal al camarero del año
Ganadores de la semifinal al camarero del año. Cedida
Manuel Villanueva
  • La final se celebrará en Alimentaria 2026 en Barcelona, el próximo mes de marzo

  • Hubo también premios especiales, como el Florette Reinventando los vegetales para Juanma Salgado

Compartir

Alicante amanecía con esa luz del sol tan suya que iba haciendo guiños entre nubes. Con ese runrún que tienen los concursos cuando el aire huele a incertidumbre y los delantales, y las chaquetillas se planchan con esmero. Eran tiempos de semifinales, de dejar encarado el tramo final para coronar al Mejor Cocinero del Año y al Mejor Camarero del Año. Barcelona, en la feria Alimentaria 2026, dictará sentencia.

Todo empezó en abril, en A Coruña, de donde salieron los tres primeros finalistas de cada certamen. Ayer fue el turno de Alicante, en su CdT, capital española de la gastronomía 2025, que ejercía de anfitriona con el porte luminoso de quien se sabe en el centro de todas las miradas.

PUEDE INTERESARTE

Los enseres marcaban el compás en las cocinas. El aroma a fondo reducido y cítricos recién rallados flotaba por los pasillos. En el lado del fuego, Roger Julián (Simposio, San Antonio de Benagéber, Valencia), Paula Gutiérrez (Víctor Gutiérrez, Salamanca) y Juanma Salgado (Dromo, Badajoz) se ganaron su billete a la gran final. En el de la sala, tres nombres también escribían su propia partitura: Javier Gil (Gaytán, Madrid), Paloma Sánchez (Santa Ana, Murcia) y Juan David Marco (Saddle, Madrid).

Finalistas a mejor cocinero del año
PUEDE INTERESARTE

“El camarero no sirve, interpreta”, decía el escritor alicantino, Rafael Azuar. Y esa frase parecía colarse entre las bandejas, los vasos tintineantes y las copas recién abrillantadas.

La semifinal se vivió como un espectáculo coral. Desde las diez de la mañana hasta el anochecer, el CdT fue un hervidero de talento. Más de 250 invitados: chefs, empresarios, periodistas, creadores de contenido, disfrutaron de presentaciones, mesas redondas, catas y showcookings. Alicante respiraba gastronomía por los cuatro costados. Porque si los cocineros encendían el fuego, los camareros sostenían el alma del servicio. Ambos lados del mismo espejo, donde la técnica se convierte en emoción.

El jurado del Concurso Cocinero del Año, copresidido por Susi Díaz (La Finca, Elche) y Joaquín Baeza Rufete (Baeza & Rufete, Alicante), contó con pesos pesados como María José San Román (Monastrell, Alicante), Cristina Figueira (El Xato, La Nucía), Dani Frías (La Ereta, Alicante) o los periodistas gastronómicos José Carlos Capel y Julia Pérez. Valoraron la destreza, la creatividad y la emoción de los platos. Tras horas de nervios y precisión quirúrgica, el veredicto se conoció al caer la tarde: Roger Julián, Paula Gutiérrez y Juanma Salgado, finalistas. “

“Nada hay más poético que lo humilde cuando se mira con atención”, escribió Azorín. Quizá por eso la buena cocina empieza en lo sencillo: un tomate que sabe a tierra, un aceite que recuerda al campo o una brisa marina que se cuela en la receta. “La cocina, decía Gabriel Miró, es también paisaje; es tierra que se hace aroma y fuego que se hace memoria”. Y algo de eso se vio en Alicante: productos de cercanía transformados en alta cocina, sin perder el alma del territorio.

Hubo también premios especiales: el Florette Reinventando los vegetales para Juanma Salgado; el Cirio al mejor aperitivo para Paula Gutiérrez. Reconocimientos que saben a esfuerzo, a jornadas eternas y a vocación.

En el otro lado del salón, el Concurso Camarero del Año brillaba con su propio ritmo. Presidido por el maître y sumiller Antonio Chacón, el jurado lo integraron grandes de la sala como Casto Copete, Elisabeth Gomes, Iratxe Miranda o David Seijas. Evaluaron el gesto, la técnica, la cortesía… Y ahí, Javier Gil destacó con un cóctel que hizo historia (el Premio Juver) y con la sensibilidad de quien sabe que cada detalle cuenta: el aroma del café (Premio Mocay), la elegancia en la cata de aceites (Premio Amarga y Pica), la compostura que no se enseña, se transmite. Juan David Marco conquistó el Premio Florette a la innovación vegetal, y Paloma Sánchez, con su temple y sonrisa, fue ejemplo de naturalidad y oficio. “Los camareros son los poetas del gesto”, escribió Vicente Ramos. Y en tiempos de prisa y ruido, reivindicar el gesto es casi un acto de resistencia.

Mientras tanto, Alicante se mostraba como una ciudad viva, con la gastronomía en el centro de su identidad. La consellera Marián Cano recordó que el Gobierno valenciano destinará tres millones de euros en 2026 para impulsar el turismo gastronómico. Y el alcalde, Luis Barcala, subrayó con orgullo que “este certamen refleja la importancia que la hostelería tiene en nuestra ciudad”.

Entre catas, ponencias y debates, sobre el papel de la mujer en la gastronomía, la sostenibilidad o la nueva era de la mixología, se respiraba una idea común: la hostelería es cultura. Y como toda cultura viva, necesita de sus artesanos. “El silencio también tiene oficio, si se sabe escuchar”, decía Carmelina Sánchez-Cutillas. Y en la sala, donde cada movimiento cuenta, el silencio del camarero es el compás invisible que sostiene la melodía. Un bien muy preciado en el mundo de la restauración actual.

En marzo, en Barcelona, se sabrá quiénes serán los mejores. De A Coruña, proclamados ya en abril vienen: Taigoro Suzuki ( i + T, Salamanca), Pola Hemaia (L’Alkimista, Reus, Tarragona), Jorge Lengua (La Suculenta, Benicàssim, Castellón); en el apartado de cocineros. Sonia García (Cafetería El Estudio - Gescahoteles, Santiago de Compostela), Javier Jiménez (Restaurante Aragonia, Zaragoza), Marcos Eiré (Miguel González, Ourense); serán los otros tres finalistas para el “Mejor Camarero del Año”. Pero Alicante ya dejó su huella: en una jornada donde el oficio se reivindicó con orgullo y donde el talento, tanto en cocina como en sala, se miró de frente, sin jerarquías.

Porque sin el cocinero no hay fuego, pero sin el camarero no hay alma. Y la gastronomía, al fin y al cabo, es eso: un diálogo entre quienes crean el sabor y quienes lo sirven con la elegancia de un objetivo: llevar la felicidad a la mesa.