Opinión

Ávila, comida en Caleña y descanso en La Casa del Presidente

Uno de los platos de Caleña
Uno de los platos de Caleña. Maru Serrano
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Llegamos a Ávila en una mañana de nubes que parecían talladas en el cielo; bajo esa luz castellana que “sabe a eternidad”, como la definía el poeta José Jiménez Lozano.

Parada y alojamiento en uno de los hoteles boutique que más está dando que hablar en los últimos tiempos: La Casa del Presidente, que fue hogar de Adolfo Suárez en sus días de jefe de Gobierno: un lugar donde cada detalle cuenta. Su interior huele a madera noble y muestra respeto por la memoria. La estancia es un remanso que parece suspendido en el tiempo: un jardín amplio y verde, donde los árboles dibujan sombras suaves y el fondo azul de la piscina refleja el cielo abulense. A un costado, la muralla de Ávila asoma como testigo de siglos, regalando al conjunto un aire histórico y sereno. Un salón acogedor invita a leer o conversar al calor de la piedra, mientras la bodega aguarda con sus vinos para una velada perfecta. Las habitaciones combinan elegancia y comodidad con naturalidad: tejidos cálidos, detalles bien pensados, camas que invitan a un descanso.

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Quien busque sosiego y bienestar, este es su sitio.

La liturgia del bocado

Cristina y Diego, un prodigio de generosidad y hospitalidad, de esas que no se ensayan: salen solas, nos aguardaban en Caleña (1 sol Repsol), el restaurante adyacente al hotel. Adrián Abella, el jefe de sala, dispuso el menú diseñado por el chef Diego Sanz: la apertura fue con una croqueta de cecina, con su perfume ahumado, casi un abrazo leonés. Luego la empanadilla de lechazo con mojo castellano: crujido que recordaba al fuego bajo del sarmiento. El langostino de Medina yéndose de viaje a Jipijapa, un guiño de Ecuador en pleno altiplano.

El equipo de Caleña
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Berenjena, papada y pico de gallo: fusión de huerta y corral, dulzor y grasa bien entendida. La judía verde se presentó arropada con torrezno de Ávila, yema y queso Canto Viejo: pura Castilla en tres texturas. Los riñones de lechazo, almendra y caviar, un lujo sin estridencias; el pincho de lechazo al sarmiento, un golpe maestro encargado de cerrar la parte salada.

El carro de quesos de Castilla y León es un territorio para perderse, y los postres juegan en otra liga: melocotón con helado de lima y aceite de oliva, y esa achicoria con helado de bourbon y chocolate blanco que nos hizo sonreír como a niños que se colaban en la despensa.

La cocina de Caleña

Los vinos: una completa selección

Diego, que es además parte fundamental de la bodega familiar Alta Pavina (junto a su hermano Hugo), y Adrián hicieron un apabullante despliegue de vinos para ir probando, seis botellas que hablaban más que muchos discursos:

Louis Roederer Collection: burbuja fina, de las que acarician el paladar y te hacen mirar al cielo.

Linarejos 2023: producido en la Sierra de Gredos, al amparo de la DO Cebreros. Un monovarietal de Albillo Real, mezclado al 6% con una Manzanilla de Sanlúcar. Lo que lo convierte en un vino único y realmente diferente. Un blanco con nervio, salino y vertical, un susurro de tiza y fruta blanca.

El Jorco: Es un proyecto de Raúl Pérez, César Ruiz, Flequi Berruti y Nacho Jiménez, del equipo de Alma Vinos Únicos y La Tintorería Vinoteca en el Paraje del Jorco, Cebreros. Asesorados por Telmo Rodríguez. Una garnacha de altura, pura elegancia sin maquillaje.

La Bruja de Rozas 2021: un nombre que transporta a más de uno a la infancia, a aquellos años de televisión transgresora y didáctica. Un monovarietal elaborado con uvas de 3 pequeños viñedos de entre 50 y 90 años plantados sobre suelos graníticos a una altitud de 800-900 metros. Un vino equilibrado y expresivo que enamora desde el primer sorbo. frutal, sedoso, con la frescura de la Sierra de Gredos en cada trago.

Los Arroyuelos 2023: Cuentan en Las Pedreras que Arroyuelos es el conjunto de los pueblos del Alto Alberche. Así, a través de un vino fresco y que destaca por su acidez y su equilibrio, trata de representar el alma de este pequeño rincón abulense. Crianza ligera para transmitir la esencia de la Garnacha, que es la variedad solista en este tinto. Tierra, hierbas y un punto de misterio, como un paseo por el pinar después de la lluvia.

La Pavina Pinot Noir 2019: La bodega se encuentra en una finca situada en el término municipal de La Parrilla (Valladolid), a 1.000 metros de altitud. Diego y su familia hacen vinos de fuerte personalidad que necesitan nacer en un terreno especial, como sucede en la finca del Pago de la Pavina. La Pinot Noir aporta finura delicadeza borgoñona en suelo castellano, seda roja que pide conversación larga.

Uno de los platos de Caleña

Un alto de mística y palabra

Nos despedimos de nuestros imbatibles anfitriones, Cristina y Diego que habían de regresar a sus obligaciones madrileñas. La ciudad nos invita a pasearla con un recogimiento distinto: la iglesia y museo de Santa Teresa, de estilo barroco carmelitano. Piedra y silencio. El clima, frío en invierno, muy caluroso en verano, y el recinto amurallado han alentado desde siempre la espiritualidad. No en vano esta ciudad ha acogido a los dos grandes místicos españoles: santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. “Viendo Ávila se comprende cómo y de dónde se le ocurrió a santa Teresa su imagen del castillo interior”, dejó escrito Unamuno.

Al atardecer brilla el sol sobre la basílica de San Vicente, uno de los mayores exponentes arquitectónicos y escultóricos de los periodos románico y gótico. Un ejemplo único del románico hispano, declarado monumento nacional en 1923 y patrimonio de la Unesco.

Más que un templo cristiano, la catedral de Ávila parece una fortaleza: está adosada a la muralla y su ábside sobresale de esta (lo llaman “cimorro”). Tenía labores defensivas, como lo demuestran sus almenas, y fue el laboratorio del gótico español.

En el claustro de la catedral, con bóveda de crucería, están enterrados en tumbas contiguas Claudio Sánchez-Albornoz, presidente del Gobierno republicano en el exilio, y Adolfo Suárez, el artífice de la Transición.

Nos subimos a la muralla, donde la caída del sol convierte a cada almena en un destello de oro. Nueve son las puertas de este monumento entre las que elegir para acceder al interior de la ciudad. El recorrido es obligatorio por los 2,5 kilómetros de extensión. Y terminamos nuestro breve paseo en la Plaza del Mercado Chico, llena de animados bares y terrazas. De regreso al hotel, pasamos por la iglesia románica de San Pedro, frente a la cual, en el siglo XV, Torquemada presidía los autos de fe.

La Casa del Presidente es un homenaje al sosiego, al respeto por el tiempo y a la calidad. Cada elemento está elegido con mucho mimo para ofrecer una experiencia única y de calidad a sus huéspedes en cada estancia.

Ávila es una ciudad tranquila, con buena calidad de vida, donde pasea la gente sin prisa. “Un diamante de piedra berroqueña dorado por los soles de siglos”, en palabras de Miguel de Unamuno.

Uno de los espacios de Caleña

Una fragancia mítica

En La Casa del Presidente se apreciaba un agradable aroma, no era otro que el de una exclusiva fragancia que se puede adquirir allí mismo: “Eight and Bob”, un perfume que pertenece al olimpo de las fragancias, con una curiosa historia, digna de las páginas del Gran Gatsby, que comenzó como un brindis elegante en un club privado: verano de 1937, la Costa Azul francesa. Un joven John F. Kennedy —sí, ese Kennedy— se cruzó con Albert Fouquet, un aristócrata dandy con un olfato que podía separar una bergamota de una toronja a tres metros. JFK se encaprichó del perfume personal de Fouquet, una mezcla exquisita de maderas secas y frescor mediterráneo que no estaba a la venta.

Fouquet, seducido por la idea de un admirador ilustre, le envió una caja con frascos decorados con la discreción de un mayordomo inglés. Dentro, una nota que decía: “Eight & Bob”—ocho frascos para él, y “and Bob” (el otro Kennedy) para compartir con sus amigos. Lo demás es leyenda: el perfume se volvió clandestino durante la ocupación nazi; las botellas viajaban camufladas en libros huecos para burlar a los oficiales, como si cada gota fuese un telegrama perfumado de la Resistencia.

Hoy, cuando uno rocía la fragancia, no solo se lleva la mezcla precisa de cardamomo, sándalo y un guiño de cítrico. Se pone en la piel la elegancia insolente de una época en la que un simple frasco fue capaz de contar historias de amistad, conspiración y lujo discreto. Un perfume que, como en los versos de Eloy Sánchez Rosillo, “revela los lazos que aúnan cada cosa con las demás y el todo”.

Regreso a Madrid

El día siguiente comenzó con un desayuno memorable, servido en la antigua cocina de la casa, que conserva su encanto rústico sin renunciar a la buena mesa. Es este un rincón que acaricia los sentidos: historia, quietud y el lujo discreto de sentirse en casa.

El desayuno de Caleña

A la salida de la ciudad nos detenemos un instante en el promontorio de las cuatro columnas dóricas unidas por un arquitrabe que muestra el escudo de la ciudad. Esta luz fulgurante de mañana nos regala una panorámica espectacular de la ciudad, patrimonio mundial de la Unesco.

Nos vamos con la certeza de que volveremos: porque hay viajes que no se cierran, sólo se posponen.

En las páginas de la poeta abulense Nieves Álvarez se encuentra un verso que es pura ciudad amurallada: «Ávila, piedra y viento, corazón que nunca cede».