Los terremotos y el tsunami convirtieron el suelo de Indonesia en letales arenas movedizas

Rubén Fernández
03/10/201806:35 h.De los terremotos al tsunami, Indonesia lucha por superar, afrontar y comprender una tragedia que, habiéndose cobrado ya más de 1.200 vidas, ha sumado un conglomerado de circunstancias que han terminado dando lugar a un drama desolador. La tierra se estremeció; las olas superaron los 3 metros sin que los sistemas de alerta detectasen el maremoto; y los edificios, casas, coches y todo cuando se encontraba a su paso fueron engullidos por las letales arenas movedizas en que, de pronto, se había convertido el suelo.
Indonesia, y en concreto la isla de Célebes, ha sufrido las nefastas y terribles consecuencias de una fatal sucesión de desastres. Consecuencias que se cuantifican a través de las más de 1.200 vidas sesgadas mientras la ciudadanía ruega por que esos números no sigan creciendo; algo desgraciadamente improbable, porque aún se trabaja a destajo intentando encontrar desaparecidos.
Cuando el país apenas podía hallar fuerzas para dejar atrás otra tragedia reciente, –la de la isla de Lombok, donde una batería de seísmos acabó con la vida de casi 500 personas entre julio y agosto–, ahora ha de luchar con un nuevo drama de todavía mayor magnitud.
SUCESIÓN DE DESASTRES

Todos los factores se aunaron para sumir a la población en el pánico. Primero se produjo un terremoto de 6.1 grados en la escala de Ritcher que sería tan solo el prolegómeno de otro peor de 7.5. Inmediatamente después, llegaría el tsunami; un maremoto aterrador que con olas de más de 3 metros terminó por instaurar el caos. Edificios derrumbándose, casas y coches flotando destruyendo todo cuanto encontraban a su paso, personas atrapadas, ahogadas o sepultadas…
No fue lo único. Porque a estos sucesos hay que sumar el fallo humano y técnico. “El sistema de alerta temprana podría haber salvado muchas vidas en el tsunami de Indonesia”, titula Washington Post, resaltando una cuestión clave: dichos sistemas no saltaron porque llevaban años sin funcionar. La razón: la supuesta falta de financiación para continuar adelante con un proyecto que se inició en 2004 después de que, gracias a donaciones y tras otra catástrofe, instalasen en el mar diversos sensores de alta tecnología destinados, efectivamente, a la detección de maremotos.
De hecho, en 2016 otro terremoto que golpeó a la ciudad costera de Padang puso otra evidencia de que ninguna de las costosas boyas que se colocaron estaban funcionando.
Pero no todo se limita a ese grave déficit en el sistema de prevención. Pese a estas circunstancias, la BMKG, la agencia local de meteorología, climatología y geofísica, desactivó la alerta de tsunami que habían emitido tras el terremoto de 7.5 grados. Concretamente, lo hicieron menos de 30 minutos después de emitirla, justo cuando todo iba ya rumbo hacia la tragedia.
EL SUELO, CONVERTIDO EN ARENAS MOVEDIZAS

Por si fueran poco los factores reunidos para sembrar la destrucción, la geografía --en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico-- y la violencia de los fenómenos que acontecieron dieron lugar a otra circunstancia fatal: la licuefacción del suelo. Esto es, el paso de dicha superficie de un estado sólido a un estado líquido como consecuencia de las fuerzas externas que lo golpean. De este modo, el suelo se convirtió en una especie de arenas movedizas; corrimientos de tierra que resultaron terriblemente mortales, engullendo todo a su paso.
LA VIDA TRAS LA TRAGEDIA
Tras la tragedia, los equipos de rescate trabajan contra reloj para intentar localizar a los posibles supervivientes. Las autoridades temen que el balance de víctimas mortales aumente, ya que la mayoría de las víctimas confirmadas proceden de la ciudad de Palu, pero otras zonas remotas han estado aisladas prácticamente desde el terremoto, ante la destrucción sufrida por carreteras y puentes, y no hay aún una estimación en ellas.

Este martes, la imagen del milagro la ponía un superviviente que, tras cinco días atrapado, aún respiraba y seguía con fuerzas para apoyarse en sus brazos y salir del lugar del que acababa de ser rescatado. Él es el rostro de la vida, mientras la muerte se entierra sin nombre y sin identidad en una fosa común, encerrada en bolsas de plástico.

El paisaje ahora es el de la devastación, y con él, el de la desolación de las familias que, desesperadas, luchan por conseguir alimentos, agua y combustible. Lograron escapar a la muerte, pero ahora quedan las consecuencias del desastre.
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