Estudios

Científicos descubren que las preferencias amorosas de los padres se traspasan a los hijos

Elegir a tu pareja ideal puede resultarte familiar. Unsplash
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Las preferencias amorosas que tenemos a la hora de elegir pareja están moldeadas según una serie de factores, entre los que no se pueden obviar los factores biológicos (hormonas, genética, atracción física), psicológicos (personalidad, emociones, necesidades básicas como intimidad), sociales (cultura, estatus socioeconómico, grupo de iguales, medios de comunicación) y relacionales (dinámica de la relación, experiencias previas). Sin embargo, ahora la ciencia ha añadido otro factor que es muy determinante: la influencia de los gustos de tus padres.

Tus padres influyen en tus preferencias amorosas

Puede que nunca te lo hayas planteado así, pero un nuevo estudio de la Universidad de Queensland en Australia publicado en la revista científica Psychological Science viene a demostrar que, por muy raro que suene, puede que tengas más probabilidad de elegir como pareja romántica a alguien que se parezca a uno de tus progenitores, porque en cierta medida heredamos también sus propias preferencias amorosas. Eso no significa que nos vaya a enamorar un clon de nuestra madre o padre, pero sí que hay ciertos aspectos que pueden pasar de generación en generación.

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Según plantean los dos psicólogos evolutivos responsables del estudio, Kaitlyn Harper y Brendan Zietsch, nuestros genes no solamente son una gran herencia a la hora de definir cómo somos, sino también por quién nos sentimos atraídos. Hasta ahora, la psicología evolutiva había demostrado que las personas suelen sentirse atraídas por compañeros sentimentales que se parecen a uno mismo, en un concepto llamado ‘apareamiento selectivo positivo’.

Puede que navegando por redes sociales te hayas podido encontrar con unos contenidos que juegan a que adivines si las personas que se muestran en ellos son hermanos o pareja… y en ocasiones el parecido es tal, que cuesta mucho imaginar que realmente sean pareja y no familiares. Ha sido documentado de sobra a lo largo de los años que tendemos a elegir parejas con rasgos físicos, de personalidad y hasta socioeconómicos similares, rompiendo ese mito de “los polos opuestos se atraen” y esto tiende a aumentar la homogeneidad genética, creando subgrupos que enfatizan la presencia de rasgos compartidos.

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Lo que este nuevo estudio ha puesto de manifiesto es que también los rasgos de afinidad pueden pasar de generación en generación y sus autores ponen un ejemplo práctico que ayuda a entender el concepto. “Si eres alto, es posible que hayas heredado la altura de uno de tus progenitores (por ejemplo, tu madre) y la preferencia por la altura en tu pareja del otro progenitor (en este caso, tu padre). La combinación de estos rasgos heredados significa que existes en el mundo como una persona alta y te sientes atraído por las personas altas”.

Por tanto, el apareamiento selectivo es una consecuencia natural de la variación hereditaria en las preferencias y los rasgos preferidos. Cuando los individuos se aparean según sus preferencias y rasgos preferidos, se forman correlaciones genéticas entre ambos y, de esto mismo se desprende que los individuos preferirían y elegirían parejas cuyos rasgos sean similares a los suyos, ya que preferir un rasgo se asocia con poseer ese mismo rasgo. De esta manera, se espera que el apareamiento selectivo surja como un efecto secundario no adaptativo del apareamiento preferencial.

Descubriendo cómo nos gustan las parejas

Para llegar a esta conclusión, Harper y Zietsch recurrieron a un modelo de simulación por ordenador que creó poblaciones ficticias de individuos con rasgos heredados, así como preferencias heredadas por ciertos rasgos. “Las piezas estaban ahí, pero no se habían conectado de esta manera antes. El modelado basado en agentes nos ayudó a conectar los puntos: al simular poblaciones, pudimos ver que el apareamiento selectivo surgió de forma natural sin necesidad de suposiciones ni procesos adicionales”, dijo Kaitlyn Harper.

Dicho modelo consiste en parejas que se eligen según rasgos y preferencias heredables a lo largo de 100 generaciones, incluyendo modelos con y sin presión selectiva sobre el número de descendientes dentro de cada generación, para así poder evaluar la validez de la teoría en las condiciones más naturales posibles. Hasta con 10 preferencias por rasgos en una pareja, se formaron correlaciones genéticas claras entre los rasgos y las preferencias por esos rasgos, lo que resultó en que los agentes eligieran parejas similares a ellos. Los modelos con presión selectiva generaron correlaciones menos estables, que los autores atribuyen a una menor variedad en los rasgos.

“La fuerza de este hallazgo reside en su simplicidad: demuestra que un fenómeno que ha desconcertado a los investigadores durante décadas puede comprenderse a través de una explicación que estaba oculta a simple vista. Como el mecanismo es tan general, también puede aplicarse al apareamiento selectivo en animales, donde muchas de las explicaciones propuestas para los humanos no tendrían sentido”, cierra Harper.