Un Pingüino en mi Ascensor: “Tengo el cerebro preparado para escribir tonterías”

José Luis Moro acaba de publicar un libro con sus letras titulado ‘Cuarenta años sin encajar muy bien en ningún sitio’.
Moro y su compañero Mario Gil lograron mantenerse alejados de los malos hábitos de los ochenta: “Las drogas no nos parecían divertidas”.
“De joven no ligaba porque una de las Pingüinettes, las chicas que me acompañaban en directo, era mi novia, y tampoco lo tenía fácil”, revela.
Cuesta creer que exista una porción del público que estime a José Luis Moro como un letrista a la altura de Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat. Eso no impide que el alter ego o líder de Un Pingüino en mi Ascensor (proyecto que inició en solitario pero que desde hace años presenta formación de dúo, junto al veterano teclista Mario Gil, ex de La Mode y Aviador Dro) haya querido celebrar sus cuarenta años en la música publicando un libro que no es una biografía, sino una antología de las letras de sus descacharrantes canciones.
“Mi historia musical es un poco aburrida”, concede. “Leo biografías de The Rolling Stones o Mötley Crüe y eran grupos con muchos trapos sucios. Mario y yo nos lo hemos pasado bien, hemos tenido anécdotas graciosas, pero no tenía morbo”. ¿Una historia aburrida? “Por casualidad nos juntamos dos que por supuesto tomábamos copas y cerveza, pero las drogas no nos interesaban. Eso marcaba una diferencia, porque estaban muy extendidas. Era extremadamente fácil consumirlas. Pero ni nos lo planteamos. Otra cosa es que nunca he tenido nervios ni aprensión al subirme al escenario, y mucha gente sí lo sentía y caía en las drogas por eso. En nuestro caso, no nos parecía divertido”.
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Tampoco constarían en una biografía de Moro copiosas peripecias sexuales como las protagonizadas por otros músicos después de sus conciertos. “Soy muy poco noctámbulo”. alega. “Las discotecas siempre las he odiado, las visito cuando debo actuar en ellas y enseguida me voy. Las chicas hacían fila frente a los camerinos, pero venían conmigo las Pingüienettes [el trío de chicas que lo acompañaban en directo] y una de ellas era mi novia, así que tampoco lo tenía fácil”.
De modo que ha optado por este libro con letras de canciones. “Decidí que había que celebrar el aniversario con algo especial. Soy bastante fan de cancioneros, tengo libros con letras de Vainica Doble, Georges Brassens, Javier Krahe, y es un formato que me gusta. Deseaba hacer una especie de balance”. El título, Cuarenta años sin encajar muy bien en ningún sitio, hace referencia a que Un Pingüino ha sido todo este tiempo un verso suelto del pop español: demasiado comercial para ser indie y ciertamente extraño para considerarse comercial.
“Me parecía que lo que yo hacía —explica— tampoco era tan diferente a lo que hacían Los Nikis, aunque musicalmente no tenía mucho que ver. Cuando me presenté al Concurso de Rock Villa de Madrid en 1986, todos eran grupos y yo aparecí con mi tecladito. Pensaban: ‘¿Esto qué coño es?’. Servando [Carballar, de Aviador Dro y fundador del sello DRO, que fichó a Un Pingüino] pensó que si te gustaban Los Nikis te tenía que gustar esto, pero cuando entré en Radio 3 y empezaba la música indie, lo vieron como algo que no era tan auténtico”. La singularidad del grupo se refleja incluso en el diseño del libro, que no es rectangulal sino pentagonal, lo que, de hecho, hace que no “encaje” bien en ninguna librería. Lo ha diseñado Pepe Medina, reconocido ilustrador y cuñado de Moro.
Un grupo que no encajó en ningún sitio
Un Pingüino en mi Ascensor debutó discográficamente en 1987, cuando los ecos de la movida madrileña comenzaban a difuminarse. “Había vivido la nueva ola como fan”, recuerda. “El primer concierto al que asistí fue la Fiesta de la Primavera, en 1981, donde tocaban todos los grupos que me gustaban, y a los que vi después en salas. Cuando empecé en la música, me había alejado un poco de mi faceta de fan, pero me reenganché”. En su discográfica coincidió con muchos de aquellos grupos. “Era un momento raro: parecía que no había esa especie de expectación en los medios. Con grupos como Dinamita pa los Pollos, que me parecían la leche, no hubo esa recepción tan eufórica como con los grupos del principio de la movida”.
El proyecto de Moro era distinto a todo lo que sonaba esos años, aunque asegura que no recibió muestras de rechazo por parte de compañeros de oficio, muchos de los cuales presumían, guitarra en mano, de ser músicos con todas las de la ley. “Tampoco nos integramos mucho en esos círculos”, dice. “No llegué a percibir desprecio. Es verdad que yo mismo sentía que jugaba en otra liga… Descubrí que eso se llamaba el síndrome del intruso, pero tenía la sensación de que había llegado ahí por casualidad. Tengo más relación con esos grupos ahora que entonces: con Los Nikis, José María Granados [Mamá], Los Secretos, Pablo Carbonell [Toreros Muertos]…”.
Aquellos últimos años de los ochenta fueron fértiles en cosecha de grupos que también aplicaban el sentido del humor a la música, como Los Toreros Muertos, The Refrescos o Inhumanos. “En los inicios de la movida ya estaba eso”, dice Moro. “Lo que trajo la nueva ola fue la idea de que no hacía falta tener canciones de amor o de protesta, que era lo que imperaba en los setenta, sino que se podía decir: ‘quiero ser un bote de Colón’, ‘hay un hombre en mi nevera’ o ‘me pica un huevo’. El humor estaba en el propio planteamiento: esto era para pasarlo bien, no hacía falta saber tocar, y lo que queríamos era subir a un escenario”.
Un humor que, si bien ha conquistado a parte del público, suele restar relevancia a quien lo practica. “Está superinfravalorado, y no solo en la música. Hay un documental muy chulo sobre el dúo Sparks, que siempre jugó con el humor, pero se quedaron en una segunda fila. Lo vendían como el grupo favorito de tu grupo favorito. Alguien dice en el documental: ‘El problema es que nadie se toma en serio el humor’. Siempre se considera una cosa secundaria. Krahe era un genio, pero nunca habría estado tan valorado como Sabina, por ejemplo”.
El día a día de José Luis Moro, en cualquier caso, está más ligado a la publicidad que a la música. Es socio de la agencia Pingüino Torreblanca, que lleva cuentas de importantes firmas de diversos sectores. En ese mundillo comenzó desde abajo. “Aunque me veían con traje, me decían: ‘¡Eres el Pingüino!’, pero con el tiempo conseguí encajar en la parte creativa, que se parece mucho a la música”. Es en su tiempo libre cuando, papel y bolígrafo en mano, se desata siempre con una visión desenfadada del mundo. “Casi me cuesta más escribir algo serio”, afirma. “Tengo el cerebro preparado para escribir tonterías. Es lo que me gusta, y si me sale algo serio, pienso que eso no es mío”.