"Hagas lo que hagas, ámalo", le decía Alfredo a Totó en Cinema Paradiso. De aquella magia y honestidad está repleta la novela que esta semana nos recomienda Juan Vicente Centelles, de la librería Argot (Carrer de Sant Vicent, 16. Castellón).
Porque en El chico de las bobinas (Editorial Destino) también hay un niño, casi un adolescente, Nil Roig, y una frase: "Quien ama la vida ama al cine". Y de telón de fondo, una Barcelona de la posguerra, ciudad donde "comer poco, tener miedo y sufrir mucho eran los males comunes".
Su autor, Pere Cervantes, relata en esta novela la historia de Nil Roig, un chiquillo que se pasa el día en bicicleta transportando de un cine a otro viejas bobinas de películas. El día que cumple 13 años es testigo involuntario de un crimen y el destinatario de un objeto que nunca debió llegar a sus manos: un cromo de un actor de cine de la época.
Con estos mimbres, Cervantes enriquece más la trama incorporando a miembros de la Gestapo, policías sin escrúpulos y Maquis. Novela negra, con elementos de thriller histórico. Y novela costumbrista donde el autor rinde también homenaje a todas aquellas mujeres anónimas que en los años 40 soportaron las durísimas condiciones de vida de la posguerra, y que aquí están representadas en la madre de Nil, Soledad Riera.
Y el único refugio a tanta penuria, la oscuridad de una sala de cine. Este canto de amor al séptimo arte en la novela toma cuerpo en un puñado de películas inolvidables como Gilda, Murieron con las botas puestas, Ana Karenina de Greta Garbo o El mago de Oz. Todas ellas proyectadas en esta novela en una sala clandestina, donde los republicanos daban rienda suelta a muchos sueños, libres de la censura franquista.