Varios chicos y chicas nos cuentan cómo reaccionaron ante una agresión

  • ¿Cómo debemos reaccionar ante una agresión?

  • Paralizarse, huir, atacar, seguir el juego al agresor… Cada persona reacciona de una forma

¿Quién no se ha preguntado alguna vez cómo actuaría ante una agresión? Vemos vídeos de autodefensa y nos imaginamos plantándole cara al agresor, pero a la hora de la verdad nuestra reacción es inesperada. Al miedo y vergüenza que sienten las víctimas de un robo o de una agresión de tipo sexual se suman los prejuicios de su entorno. A veces con la mejor intención del mundo, caemos en tópicos y hacemos preguntas que no aportan nada salvo culpabilidad.

“¿Y por qué no le pegaste un puñetazo?”

“¿Y por qué no saliste corriendo?”

“¿Y por qué no gritaste para que te auxiliasen?”

Cada pregunta es un granito de arena más en una montaña de dudas e inseguridades. Inevitablemente las víctimas se empiezan a preguntar si podían haberlo hecho mejor o si tienen parte de culpa. La psicología lo tiene claro: no. Hicieron todo lo que estaba en su mano, que ya es mucho.

Tenemos una idea preconcebida de cómo debemos reaccionar ante una agresión, que es o bien atacando o bien huyendo. Sin embargo, muchas personas se paralizan, le siguen el juego al agresor para evitar daños mayores o incluso se disocian ignorando lo que está sucediendo y “dejando que pase”. Por eso mismo no podemos hablar de “reacciones normales” y tampoco de “errores” durante una agresión.

Es fundamental explicarle esto a las víctimas, porque la rumiación continua de la agresión y de estos "errores" inevitables es el caldo de cultivo ideal para anclarse al evento traumático y sufrir reacciones emocionales como ansiedad, depresión o estrés cronificado.

Dejando de lado la teoría, varias personas que han sufrido agresiones han compartido con Yasss su testimonio para visibilizar las distintas formas de reaccionar ante este suceso tan estresante y traumático. Ni mejores, ni peores; cada uno lo hizo como pudo.

Isabel, 26 años:

“Tenía 17 años y sufrí una violación. No era muy tarde, las 12 de la noche o así, y estaba volviendo a casa del cine. Siempre cogía un atajo porque sino tenía que dar mucho rodeo. No se me pasó por la cabeza que fuese a pasarme nada porque había ido mil veces por ese camino. Además, era una de esas ciudades pequeñas en las que conoces a todo el mundo y nunca pasa nada.

Ese día pasó. Había dos chicos bebiendo. Empezaron a gritarme cosas, pero yo les ignoré y eso les cabreó más. Noté que sus voces se acercaban a mí y empecé a andar rápido. Al final me alcanzaron y pasó. Me cuesta escribirlo, pero me violaron.

Al principio les pedí que me dejasen en paz pero dio igual. Después me quedé en blanco. No grité porque pensé que nadie me escucharía. Tampoco intenté huir porque me daba miedo que me diesen una paliza o algo. Pensé que si me quedaba callada y no hacia nada, todo pasaría más rápido y no me harían nada.

Me dejaron tirada allí y me quedé en el suelo una hora llorando. Me daba miedo llegar a casa y contárselo a mis padres, porque estaba convencida de que me echarían la bronca por coger ese atajo. Eso es lo que pensaba.

Llegué a casa y no conté nada, pero pasaron los días y vieron que no estaba bien. Apenas comía y me daba miedo salir a la calle. Cuando salía iba siempre acompañada y miraba a mi espalda constantemente porque notaba que había alguien. Al final se lo conté y denunciamos, pero no fue fácil. Nunca lo es.”

Aleix, 20 años:

“A mí nunca me había pasado nada hasta este año. Nunca me he metido en peleas, nunca he tenido movidas, jamás he llegado a las manos con nadie y me considero muy tranquilo. Pues estaba volviendo a casa de las fiestas de mi facultad y me crucé con un grupo de tíos. Juro y perjuro que no me fijé en ellos ni tampoco me quedé mirándoles. Yo iba a mi bola. El caso es que empezaron a decirme que por qué les había mirado mal. Yo intenté pasar e ir a mi rollo y de repente me dieron una patada en la espalda.

De la paliza que me dieron casi me quedo en el sitio, y como nunca me he peleado con nadie no supe ni reaccionar. No les devolví el golpe. Me puse a llorar de la impotencia, y eso les hizo gracia. Me dieron patadas, puñetazos y me escupieron. Luego se fueron corriendo y una pareja que pasaba por la calle me vio y llamó a una ambulancia. Me fracturaron la costilla y me partieron dos dedos de una mano. Los médicos dijeron que podía haber sido peor.

La policía me preguntó una y otra vez que si yo tenía algo que ver con alguna banda radical. Yo les dije cien veces que no. También me preguntaron que si les había provocado para pegarnos o que si les conocía. Era como si les costase entender que me habían dado una paliza sin más, como si tuviese que haber un motivo oculto o yo lo hubiese buscado. Al final me dijeron que sería o un grupo nazi o unos tíos buscando bronca con cualquiera. Supuestamente me avisarían si les encontraban, pero sigo esperando.”

Anónimo, 25 años:

“Esto que voy a contar no lo sabe nadie más que mi novio, pero creo que contarlo puede ayudar tanto a mí como a otra gente. Tenía 10 años y hacía piragüismo en verano. Al principio varios amigos se apuntaron también como hobby, pero al final lo dejaron y me quedé yo solo. Conocía gente del club, pero tampoco iba allí a hacer amigos. Me gustaba remar sin más.

Había un monitor que no era tampoco muy mayor, tendría entre 20 y 30 años, y que siempre había estado muy implicado conmigo. Decía que le recordaba a él, que podía ser muy bueno en el piragüismo porque tenía potencial y que él me ayudaría. Al principio yo me sentí muy especial y llegué a pensar que era bueno remando y que podía llegar lejos, pero se aprovechó de mi durante todo ese verano.

Me decía que no podía contar nada porque me echarían del club y claro, con 10 años le creí. Me obligaba a hacer cosas que un niño jamás debería hacer y lo peor de todo es que a veces me gustaba, pero siempre me acababa sintiendo mal. Me sentía mayor pero también sucio, y eso me generaba mucha culpa, así que no lo conté.

Al acabar el verano y volver a clase mis notas empeoraron y estuve muy deprimido, así que mis padres me llevaron al psicólogo, pero no le conté nada de esto. Pensaba que era culpa mía, que le había provocado. No volví a piragüismo. Ahora ha pasado mucho tiempo y me gustaría denunciarlo a la federación o al club, pero me da miedo que no me crean.

Gemma, 22 años:

“Por suerte mi experiencia se quedó en un susto, pero lo pasé muy mal. Fue antes de entrar en la universidad. Volvía de fiesta y por aquel entonces era muy inocente e iba por la vida a mi bola. Llevaba los cascos puestos, cosa que ahora me parece impensable cuando voy sola de noche.

En un semáforo me crucé con un señor que me miró y sonrió, pero yo tampoco le di mil vueltas porque parecía un hombre normal y corriente, vestido como podría vestir mi padre y aunque suene absurdo, le vi cara de buena persona. Pensé que me sonrió como cualquier señor mayor sonríe a la gente joven.

Seguí mi camino y de repente me dio por mirar atrás y vi que me estaba siguiendo. Me puse muy nerviosa porque cuando me lo crucé iba en dirección opuesta, así que sí o sí había dado la vuelta a propósito. Me quité los cascos y empecé a andar muy rápido, y él también. Estaba tan asustada que crucé por la carretera en una avenida con mucho tráfico y donde los coches van a 50 km/h. Pensé “si él cruza por aquí también es que me está siguiendo y no son imaginaciones mías”. Efectivamente cruzó. Empecé a correr y él también y me alcanzó. Por suerte yo no había bebido nada y él iba como una cuba, así que le di una patada en sus partes y me fui corriendo. Estaba tan asustada que gritaba “ayuda” por la calle, pero sin parar de correr. Llegué a casa y me senté en las escaleras del portal sin saber qué hacer, porque me daba pánico que me hubiese seguido hasta casa o algo. Al rato subí, pero no conté nada.

Tiempo después se lo conté a mis padres y me dijeron que tenía que habérselo dicho para denunciar, pero en mi mente no había sido para tanto porque conseguí escapar. Ojalá hubiese sabido entonces lo que sé ahora para tener valor.”

Si sufres una agresión de cualquier tipo, háblalo con tus padres o con alguien de confianza y denuncia.