El diseñador español Emilio de la Morena: un escultor detrás de los vestidos

  • El prestigioso modisto español muestra su nueva colección de primavera-verano en la Semana de la Moda de Londres

  • En ella se ha presentado oficialmente como artista y ha combinado las telas con las esculturas

  • Esta exposición, ‘Troubles’, ha surgido de una crisis personal y del aislamiento obligado por la pandemia

La mañana después de la presentación de su nueva colección de vestidos de mujer en la Semana de la Moda de Londres, Emilio de la Morena se dirige caminando de su casa al estudio, de Kensington a Willesden, como es habitual en él. Emilio ideó la nueva colección en este trayecto de siete kilómetros durante el aislamiento obligado por la pandemia hace seis meses. Pero la persona que camina ahora por Kensington Church Street no tiene nada que ver con la que lo caminaba seis meses atrás. De la Morena es el único modisto español en la sección oficial de la pasarela de Londres con lujosas clientas como Kate Moss, Gwyneth Paltrow o Lana Del Rey. En este viaje de siete kilómetros emergió un artista, un escultor, como la mariposa que nace de la crisálida. Esta transformación y esta evolución han sido una constante a lo largo de su vida.

Su paso es acelerado, como si persiguiera algo. A su lado está su inseparable Martin, un bulldog francés de seis años de edad, el único que le ha acompañado y escuchado en todo este proceso. En su rostro se percibe el cansancio por los frenéticos últimos días de preparación del estreno. Desde sus inicios que siempre ha sido así. Los vestidos finales de la primera colección, en 2006, los diseñó la noche antes. "Los tenía en mi cabeza y los demoré, los iba dejando y dejando. Esos dos días antes del desfile es cuando muchas cosas se hacen porque ya solamente hay tiempo", cuenta. Dos de esos vestidos terminaron en el museo textil de Barcelona.

"A veces el proceso creativo es doloroso y pensar en ello duele más que el dolor en sí. Yo sé que tengo que hacerlo y que hacerlo bien va a doler. Soy vago y me da miedo. Y por eso me demoro", cuenta. La nueva colección no tiene nada que ver ni con aquella primera ni con ninguna de las cuatro anuales que ha presentado durante los últimos catorce años. La Semana de la Moda de Londres no se ha celebrado este año como es habitual. El Covid lo ha alterado todo. No ha habido glamurosos desfiles de modelos bajo los flashes de los fotógrafos. Cada diseñador ha organizado su propio evento privado para presentar su colección. De la Morena ha elegido la galería Noho de Mayfair. El público ha quedado atrapado en una sensual, elegante y alegre conversación entre esculturas y vestidos. Ha sido su presentación oficial como escultor y como artista.

Esta colección, que se llama Troubles ("problemas"), ha brotado de la ira y de una herida. El detonante fue una discusión con Mike, su expareja, con quien sigue viviendo bajo el mismo techo, y el hijo que tienen en común. "Fue un malentendido, una tensión que hizo que se tambaleara mi vida", explica. Mike es la persona que siempre le ha apoyado, con quien empezó la empresa de moda. Tras la discusión, sintió una urgencia de caminar y empezó a recorrer el trayecto de su casa al estudio y del estudio a casa por las calles insólitamente desiertas y mudas. Y se dio cuenta de que aquella discusión tan solo fue el fogonazo, la punta del iceberg de todos los problemas que había en su interior. Llegó a perder hasta catorce kilos durante los meses de confinamiento mientras la mayoría de la gente ganaba peso. Trataba de ordenar sus ideas en medio de aquella tormenta emocional, comprender por qué se sentía de aquella manera, qué era aquello que lo arrojaba al vacío.

Esos seres oscuros y solitarios

Emilio vive con Mike en el lugar donde se imaginó viviendo a los diecisiete años cuando vino a Londres en un viaje del colegio. Se hospedaron en un hotel que se llamaba Queen’s Gate y que ya no existe. Y un día que todos sus compañeros fueron a ver museos, él se fue solo hasta Kensington Market, donde estaban los punks, y a High Street Kensington, que era la zona de moda en Londres. Y se dijo: yo de mayor quiero vivir aquí. Se olvidó de ese pensamiento hasta que años más tarde se instaló en Londres y se dio cuenta de que se había comprado un piso en el mismo lugar donde en aquel viaje escolar dijo que quería vivir de mayor.

Lo mismo le sucedió con la moda. De niño quería ser modisto pero nunca se lo contó a nadie. A los ocho años solía acompañar a su abuela materna a visitar a su otra abuela. En la casa había una máquina de coser y mientras las dos mujeres hablaban él se sentaba en la máquina y hacía minifaldas y lo que se le ocurría. "Se enganchaba todo el rato, no cogía el ritmo a los pedales", dice. Y cuando llegaba su madre para recogerlo, las dos mujeres le decían: "este niño será sastre de mayor". Pero su madre no le daba importancia. "Pensaba que para ser diseñador tenías que ser gay y como yo no iba a ser gay no podría ser diseñador, me ponía mis propias barreras mentales", cuenta.

A los nueve años desarrolló una obsesión muy grande por la soledad al visitar con su tía la casa de una amiga suya. Era sombría y siniestra y estaba repleta de muñecas antiguas. Le impactó el paisaje triste de aquella casa. "Recuerdo pensar este es tu futuro, esto es lo que te pasará si no te casas, y los modistos no se casan. Por eso rechacé todo lo que tenía que ver con la moda", dice. Para aquel niño, los modistos eran unos seres oscuros y solitarios.

A los diez años se apuntó a clases de dibujo y a un taller de escultura en piedra con cincel y martillo, como Puig, dice. Su padre le decía que tenía un talento para la escultura, que se dedicara a ello. "Pero yo lo interpreté como que me quería decir lo contrario, que no servía para el dibujo y pensé que si no sabía dibujar no podía esculpir. Siempre he tenido una deficiencia para el dibujo porque soy muy perezoso y perfeccionista, soy muy lento y no tengo paciencia", dice. Explica que Rei Kawakubo y Balenciaga, sus modistos favoritos, decían que la gente que solo dibuja no puede ser buena diseñadora porque al dibujar está concibiendo una fantasía y la verdadera creación está en el trabajo con la tela y los patrones.

El sueño alemán

Emilio nació en Albacete, pero sus padres, que eran maestros de escuela, se marcharon a vivir a Las Pedroñeras, en Cuenca, cuando él tenía dos años y a los siete se trasladaron a Alicante y él se siente alicantino. Es el mediano de tres hermanos. "Éramos una familia que hacía mucha piña, no muy abierta, más bien privada, yo era el que siempre traía a algún amigo. Éramos una familia clásica y matriarcal. La persona más fuerte era mi madre, que es una mujer con mucho carácter y con una energía muy positiva. Mi padre era hijo único y se quedó huérfano muy pronto. Tenía una enorme sensibilidad artística, fue la persona que me animó a hacer arte, a ser creativo".

Pero Emilio nunca llegó a desplegar ese lado artístico. Quería tener una vida normal, como todos. En aquella época no estaba bien visto dedicarse a una profesión no convencional y las de modisto y artista no lo eran. "Yo era una persona muy fantástica con mis proyectos de arte, con mis movidas, y al llegar a primero de BUP cambié y empecé a hacer cosas consideradas normales. Y aparqué las actividades creativas". Se abrió, se volvió social y extrovertido. "Creo que en la adolescencia me reinventé. Cuando ves que algo no funciona tienes que cambiarlo". A los dieciséis años empezó a salir con una chica con la que mantuvo una relación de siete años.

A los diecisiete quiso estudiar Bellas Artes pero se decantó por Económicas. Soñaba con independizarse y vivir en el extranjero y la carrera de Económicas le permitía estudiar en Alemania a partir del tercer año. Para ello le hacía falta aprender alemán y se pasó dos años estudiándolo por las noches, escapándose los tres meses de vacaciones a Alemania. Consiguió aprobar el examen de alemán. Le dieron una beca de dos años y a los diecinueve se marchó a estudiar a Aachen. Este cambio le marcaría para siempre. "Me dio mucha seguridad porque supe que podía sobrevivir yo solo", dice. El último año de carrera lo pasó en Edimburgo, donde cursó un máster. Al poco tiempo ya tenía un contrato como analista de negocios. Era 1994. En el 96 se trasladó a Londres y, más tarde, dentro de la permanente búsqueda de la parte creativa de su trabajo, se convirtió en consultor de marca.

Los mejores cafés del mundo

En el 2001 rompió con todo. Tenía un magnífico trabajo con un magnífico sueldo pero no era feliz. "Trabajar en algo que no te gusta es horrible", dice. Le generaba ira. Sentía que necesitaba agarrar y tirar para fuera aquel artista reprimido que tenía dentro. Se apuntó a un curso de desarrollo personal. Pensó en convertirse en escultor pero finalmente se decantó por la moda y acabó estudiando diseño en las prestigiosas universidades London College of Fashion y Central Saint Martins. Tenía treinta y un años y se sacó la carrera en un año. "Cuando tomé la decisión era imparable, ya nadie me podía decir que no", confiesa.

Pero la moda es muy distinta a lo que se había imaginado. "Yo lo que quería era crear moda. Pensaba que ser diseñador era dibujar y diseñar. Pero es más un negocio. Yo tengo mi propio negocio. La parte creativa se reduce a las tres semanas antes del desfile y trabajas con un equipo muy grande", dice. Convenció e inspiró a Mike para que creara la empresa de moda con él. "Si tú realmente crees en ti y crees que estás haciendo lo correcto, el poder de convicción es tremendo y no te puede parar nadie", dice.

Se pasó dos años haciendo prácticas de un sitio a otro. Fue aprendiz de Jonathan Saunders y de Mishiko Koshino. Era una esponja. "No me dejaban ni entrar en el estudio y solo hacía cafés y cuando vieron lo bien que hacía el café, me pidieron que ayudara a organizar la parte VIP de los desfiles. El día antes del desfile le dijeron a Koshino que nunca las modelos habían estado tan bien cuidadas y los cafés tan bien hechos. Todo lo que había que hacer, yo lo hacía lo mejor posible", cuenta.

"Para mí cualquier cosa era una experiencia positiva", afirma. Con estos diseñadores lo aprendió todo: dónde compraban la seda en Londres, cómo clavaban los alfileres en los vestidos, cómo cogían la tela. Y poco a poco fue creando su propio estilo. Emilio siempre ha trabajado la tela de una manera muy escultórica, drapeando, creando volúmenes. "La tela tiene una caída, un peso, una fluidez —dice—. Si tú modelas, creas algo nuevo, si dibujas no creas, trabajas la memoria, a no ser que seas un Dalí. Yo trabajo con la simetría, tiro de la tela, voy tirando y al final sale una forma, me sale de manera natural". Sus vestidos se convierten en auténticas esculturas.

Su forma de crear es a través del juego. De pequeño con su hermano tenían una obstinación por el Lego. Se pasaban horas y horas jugando. "Yo creaba todo el rato. No sabía lo que quería hacer. Creaba y destruía. Cada persona se acerca a un problema o a un proyecto de una forma distinta. La mía es esta, crear y destruir hasta que me gusta algo —cuenta—. No me agobia. No tengo miedo. Sé que lo voy a hacer y que lo voy a hacer bien, y si no, pues lo hago otra vez".

Tótems

Mientras caminaba estos siete kilómetros durante el confinamiento tras la pelea en casa, en un ejercicio de honestidad consigo mismo, se dijo que estaba cansado del mundo de la moda y que no quería seguir diseñando. Sentía una necesidad, un impulso de esculpir, de sacar afuera aquel talento oculto en su interior. Como su sexualidad. No se atrevió a experimentar con su sexualidad para descubrir si era gay o no hasta los veintiún años. Entonces rompió con su novia de toda la vida, de la que seguía enamorado, por respeto, para poder resolver sus dudas.

Ahora, treinta años después, cuando tenía que preparar la nueva colección de primavera-verano, se encontraba con que no quería hacer vestidos, que todo lo que deseaba era esculpir. "Quería hacer tótems porque tenía una obsesión por Brancusi, el escultor más poderoso que nunca ha habido por sus esculturas minimalistas y geométricas, y también por Louise Bourgeois [conocida por sus esculturas de arañas] porque el ámbito en el que ella trabajaba era el doméstico y yo siempre he trabajado en el espacio doméstico, en casa o en el taller", explica.

Emilio incluso llegó a contar los pasos de su casa al estudio y se montó una especie de rutina que, de alguna manera, estructuraba sus días. Cuando llegaba al estudio de Willesden no había nadie y no se oía más ruido que el de sus pensamientos, como si fuera la última persona en la faz de la tierra. La inmensidad del estudio multiplicaba su soledad y la frialdad de aquel espacio con las máquinas de coser calladas y los maniquís olvidados. Y se instaló en el área de recepción, frente a la puerta, para sentirse más recogido, más protegido, junto a Martin. Y empezó a experimentar.

No quería intelectualizar todos aquellos sentimientos que le quemaban bajo la piel. Y se dejó llevar por las entrañas. Su primer impulso fue el de buscar martillos y cinceles para trabajar la piedra como hacía de niño, pero por el camino encontró herramientas de carpintería que le fascinaron y empezó a coleccionarlas. Las compraba por internet, en tiendas de artículos usados. Se las traían de Polonia, de Hungría, de todas partes. "Me parecía honesto utilizar artilugios de carpintería como metáfora de buscar las herramientas para transformar mi vida. El objetivo era la belleza. Todo tenía sentido en mi cabeza pero yo no sabía por qué", dice. Acumuló decenas y decenas de martillos de acero y cepilladoras de madera. Hizo también moldes para hacer sombreros y recolectó cristal teñido en uranio que resplandecía de noche y le dio la sensación que era como sus problemas.

Tres vestidos por clienta

Cuando empezó a levantar los tótems, las columnas se caían. "Les coloqué unos pinchos y empecé a hacer unos agujeros muy pequeños y salió un tótem muy fino y alto y dije esto es lo que quiero", cuenta. Para construirlos combinó las herramientas con piezas de juegos infantiles. El suelo de su taller se llenó de retazos de juguetes como cuando jugaba al Lego de pequeño. Y organizó la obra según los cinco problemas que concluyó que tenía: el ruido o la ausencia de ruido, el amor y el sexo, el dinero, la rabia y la obsesión.

El tiempo para la presentación de la Semana de la Moda se le echaba encima de nuevo y no tenía ningún vestido. "Intenté evitar la moda hasta el último momento", confiesa. Se sentía defraudado con la moda. Sin embargo, se obligó a dibujar todos los días en las páginas en blanco de viejos cuadernos. Dibujaba con un rotulador de pincel acrílico y luego perfilaba los esbozos con un pincel negro.

Cuando en agosto regresó su equipo al estudio tras el confinamiento, ya tenía todos los vestidos de esta temporada dibujados. Se los entregó y comenzaron a crearlos. Fue un proceso completamente nuevo para él ya que nunca había creado a partir de dibujos. Siempre era él el que drapeaba y moldeaba todos y cada uno de los pliegues de sus vestidos. Era un obseso del control, uno de los cinco problemas con los que cargó en sus largas caminatas de casa al estudio. Dio libertad a su equipo para crear y esto propició que se generara "una maravillosa harmonía".

Para hacer los vestidos aprovechó las telas que habían sobrado de otras colecciones. Todo lo que ha presentado en la galería de Mayfair son materiales y objetos reutilizados ya sea para los vestidos como para las esculturas. Ha sido como dar una segunda o tercera o cuarta vida a utensilios y ropas. Los ha transformado. Y en este proceso también se ha transformado a si mismo. Ha positivado una experiencia negativa y dolorosa. Su relación con Mike se encuentra ahora en su mejor momento. Y se ha destapado el escultor, el artista que nunca dejó respirar.

Explica que durante todo este proceso se ha cuestionado el funcionamiento de la industria de la moda, su sostenibilidad, la contaminación que provoca. "Entré en la industria por una necesidad creativa y me encontré con que promovíamos unas prácticas que no son ecológicas", afirma. Se ha propuesto no vender más de tres vestidos a cada clienta. Quiere que todas ellas le encarguen vestidos porque realmente los necesitan y que sepan que los van a reutilizar. "Estamos en una posición de poder mover los cimientos de la industria, de ser agradecidos", dice. Y mientras camina hacia su estudio por Scrubs Lane con Martin al lado ya piensa en su siguiente colección y siente el deseo incontenible de seguir esculpiendo.