He vivido una semana con uñas postizas y la experiencia ha sido una auténtica pesadilla

yasss.es 13/04/2018 16:15

Un día, dispuesta a terminar con mi inexplicable manía, me compré unas uñas postizas de acabado mate del Primark. Une costaron una libra, porque he de aclarar -tecleo mientras doy un golpe de melena- que las compré en Londres, por lo que si me vais a acusar de cutre por comprarme mis uñitas en Primark, os advierto que tengáis cuidado: soy una mujer cutre y hortera que se compra las uñas en Londres. Watch out, bitches!

Las dejé relegadas en un cajón hasta que me enfrenté a una semana en la que tenía que salir en dos programas diferentes, y mi mayor temor televisivo es, junto a mi anómala y excesiva sudación -lo sé: voy a morir sola gracias a mis textos- que me enfoquen las uñas y se den cuenta de que están grabando a una demente. Así que me planté las uñas postizas.

Resulta que el largo de las uñas postizas es extremado, al menos para mi gusto, porque a mí las uñas XL solo me sugieren dudas. ¿Cómo masturbas a alguien? ¿Y a ti? Y como ser que vive pegado a un ordenador, ¿cómo demonios voy a teclear con las garras de un ave rapaz? Las corté con el cortaúñas hasta lograr un largo aceptable para el día a día y pronto me enfrenté a mi primer problema: esas uñas NO eran mías. Lo sé: se llaman uñas POSTIZAS, pero una cosa es saberlo y otra llevar encima algo que no es tuyo.

Entended por favor que jamás he llevado sujetadores con relleno, pestañas postizas ni absolutamente nada que no me perteneciera -exceptuando esa cazadora que robé en un after y que resultó ser de una conocida, pero ese es ya otro tema-, por lo que esta extensión fantasmal se me antojaba inaguantable. No podía abrir cajones sin temblar de horror ante la idea de que mis garras falsas podrían terminar con todo a su paso. No podía desabrocharme el pantalón sin temer que una uña saliera volando. En definitiva, mis nuevas uñas me habían privado de la posibilidad de hacer cualquier cosa sola.

Al día siguiente fui a grabar el programa de Yasss sobre Mujeres y Humor. Había aprendido de la noche anterior que los botones no eran mis aliados, por lo que me planté un vestido envasado al vacío sin botones de por medio con el que mis uñas no sufrirían. El problema llegó a escasos segundos de empezar a grabar. Fui al baño y al subirme el tanga -¿demasiada información?- , perdí una uña. La primera en la frente. Bueno, en la entrepierna… Nadie tenía pegamento para uñas postizas -no voy a añadir nada ante esta frase absurda que acabo de teclear- y me puse una pieza de celo a doble cara para mantenerla pegada durante el programa. Me pasé la hora y media de grabación creyendo que iba a mover una mano y que mi uña iba a salir despedida, dejando un momento cargado de grima para la historia televisiva. No fue así, gracias a una movilidad nula que me hizo parecer un Playmobil y que se debía únicamente a mi pavor a perder las uñas.

Al llegar a casa, me puse un poco de pegamento extra y me fui al gimnasio. Ponerte un top deportivo que de nuevo va envasado al vacío cuando temes perder las uñas, por cierto, tampoco es sencillo. Estaba entrenando cuando un hombre vino con una de mis uñas burdeos mate en la palma de su callosa mano, la acercó a mi cara y me dijo: “Se te ha caído una uña”. Ahí estaba yo, convertida en una suerte de Hulk armada por una barra con veinte kilos de peso a cada lado y una absurda uña color vino ante mi atónita mirada. Agradecí al pobre hombre que me hubiera devuelto la uña y la guardé en mi top, porque mis leggings carecen de bolsillos internos. Hora y media después, camino de mi casa, saqué la mano del bolsillo y descubrí que tampoco tenía ya mi uña postiza del dedo gordo derecho, que se había quedado en el bolsillo y que termino en el suelo en el instante en el que saqué las llaves para abrir con torpeza ante mi nueva situación la puerta de mi casa. Volví a casa con dos uñas menos y tiré de la bolsa de uñas “por si acaso”, porque parece ser que es muy habitual ir por la vida perdiendo uñas postizas.

Tenía hambre, pero mi nevera es un bostezo inacabable en el que tan solo hay un cuenco con verdura al vapor sobrante de la noche anterior. Como carezco de modales, cogí un pellizquito con mis zarpas y descubrí que ahora tenía un poco de brócoli entre mi uña real y mi uña postiza. Lo sé: soy repugnante.

Al día siguiente me desperté con dos uñas menos. Parece que las uñas no duermen y las mías se habían escapado en plena fase REM. La vida con uñas postizas, en resumidas cuentas, no estaba hecha para mí. Pero, ¿cómo demonios se quitan esas uñas? Porque las supervivientes estaban tan pegadas a mis uñas reales que parecían dispuestas a venirse conmigo a la tumba. En un bowl con agua caliente y un poco de alcohol, metí mis deditos a la espera de que las uñas se ablandaran y abandonaran mi ser. Pero no era tan fácil. Tuve que tirar de ellas, una actividad extremadamente grimosa que parecía salida de la mente de Quentin Tarantino.

Hoy tengo mis uñas reales. Llevo dos semanas sin arañar la tapa de mi boli Bic, porque si de algo me sirvió mi affair con las uñas postizas fue a aprender a prescindir de mi tapita. Pero qué queréis que os diga: la echo de menos. Por primera vez en años, mis uñas están algo largas, pues mi obsesión con las absurdas tapas imposibilitaba su crecimiento. El problema es que ahora sacio mi ansiedad rascándome el cuero cabelludo como un simio. Pronto tendré calvas. Maldita ansiedad. Necesito mis uñas postizas, porque harán que no me rasque la cabeza ni que raspe tapas de bolígrafos. Quizás, esta vez, las pegue con Super Glue. Ya os diré qué tal mi experiencia. Es más que probable que termine calva, sin uñas y oliendo a pegamento. Malditas uñas. Maldita ansiedad. Maldita yo.