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En un mercado donde cada nueva versión de un producto eclipsa a la anterior, y en el que la vida útil media de un teléfono en España apenas alcanza los tres años y medio, hablar de electrónica “sin obsolescencia” parece casi una quimera. Sin embargo, la nueva ola regulatoria europea y una mayor conciencia de parte de los consumidores están abriendo grietas en la lógica de renovación acelerada. El objetivo es claro, y pasa por conseguir dispositivos cuyos componentes clave sobrevivan holgadamente al umbral de los dos años y sigan siendo útiles, reparables y eficientes.

Más allá de la garantía mínima

La garantía legal de tres años en la Unión Europea es solo un punto de partida. El verdadero salto lo marca la normativa que ha entrado en vigor el 20 de junio de 2025. Esta exigirá que móviles y tabletas cuenten con baterías más duraderas, repuestos disponibles durante siete años, actualizaciones del sistema operativo por un mínimo de cinco años y un etiquetado energético acompañado de un código QR con información técnica completa. Esta obligación de transparencia permitirá a los consumidores saber, antes de comprar, no solo cuánta energía consume un dispositivo, sino qué facilidad tendrá para repararlo y durante cuánto tiempo recibirá soporte oficial.

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En paralelo, la estrategia del “derecho a reparar” de la Comisión Europea obliga a los fabricantes a mantener piezas de recambio y manuales técnicos durante al menos una década en determinados productos. Esta medida pretende romper con el círculo vicioso de la obsolescencia programada, responsable de buena parte de los 60 millones de toneladas de residuos electrónicos generados en 2023, de los cuales apenas un 17% se recicló correctamente.

Identificar el talón de Aquiles: los componentes

A la hora de buscar dispositivos que duren, la clave está en conocer qué piezas suelen fallar primero. En muchos equipos electrónicos, los condensadores son los elementos críticos: un solo componente de baja calidad puede reducir la vida útil del aparato a la mitad. Por eso, conviene priorizar marcas que utilicen condensadores sólidos de alta durabilidad o modelos con certificaciones reconocidas de fiabilidad en entornos industriales.

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En el diseño de circuitos impresos, la gestión proactiva del ciclo de vida de los componentes es esencial. No solo se trata de calidad, sino también de disponibilidad: alrededor del 15% de los componentes electrónicos desaparecen del mercado cada año, y más del 50% de los circuitos integrados tienen una esperanza de vida inferior a cinco años. Un fabricante que diseñe sus productos pensando en utilizar componentes estándar y que sean fácilmente sustituibles reduce drásticamente el riesgo de que un fallo puntual convierta en chatarra todo el dispositivo en cuestión.

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Trucos prácticos para elegir mejor

El consumidor no siempre tiene el derecho de abrir un aparato antes de comprarlo, pero sí que puede fijarse en una serie de señales que le ayudarán a elegir modelos que pueden ser más duraderos:

  • Compatibilidad y estandarización: Elegir dispositivos con puertos USB-C, memorias y baterías no propietarias, y tornillería estándar. Evitar modelos con adhesivos o sistemas de cierre patentados que dificulten el acceso a las piezas.
  • Documentación y repuestos públicos: Buscar marcas que publiquen sus manuales de reparación y vendan recambios originales o compatibles directamente con el usuario o a través de talleres independientes.
  • Actualizaciones garantizadas: confirmar el número de años de soporte antes de comprar; cinco años de actualizaciones deberían ser la norma mínima a partir de 2025 en la UE para móviles y tablets.
  • Componentes de nivel industrial: aunque son más caros, resisten mejor las temperaturas, la humedad y los picos de tensión, prolongando la vida del aparato.

Además, alargar la vida útil tiene un impacto ambiental tangible: duplicar la de móviles y portátiles en España evitaría emisiones de CO₂ equivalentes a las que generan 17 000 coches en un año.

Una cuestión de diseño y de cultura de consumo

La obsolescencia no es solo técnica, también es cultural. Un teléfono que sigue funcionando puede acabar olvidado en un cajón por la presión de las campañas de marketing o la imposición de nuevas funciones accesorias. La información que aportará la nueva etiqueta energética y el QR técnico, junto con la obligación de mantener repuestos y manuales, permitirá a los consumidores tomar decisiones menos impulsivas y más alineadas con la durabilidad.

Comprar electrónica sin obsolescencia absoluta es imposible, pero sí se puede elegir tecnología que no esté condenada a morir en dos años. El reto pasa por combinar regulación, diseño responsable y un consumidor que valore más la vida útil real que la novedad del escaparate.