DUELO

Cómo se le dice adiós a una madre: “No te permites llorar y no te das permiso para reír"

Las manos de una madre y su hija, entrelazadas
Las manos de una madre y su hija, entrelazadasPixaBay
  • Uxue Razquin aborda en su libro la muerte, un tema tabú en la sociedad, pero también de cómo enfrentarse a lo inevitable con honestidad

  • Explica su experiencia en los últimos días acompañando a su madre, cuando su vida se limitaba a la habitación de un hospital y celebraba dormir un día con sábanas limpias en casa

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Hace falta coraje para hablar de la muerte, un tabú en nuestra sociedad al que todos tratamos de ignorar pero que ninguno vamos a evitar. Más valor hace falta todavía cuando esa muerte es la de tu madre. Uxue Razquin, periodista y escritora, lo ha hecho en ‘Cómo se le dice adiós a una madre’ (Pepitas), un libro que nació de algo íntimo —los cuadernos de duelo y todas las anotaciones que ella iba haciendo mientras acompañaba a su madre en los últimos días hace ya más de siete años— y terminó convirtiéndose en algo capaz de arañar el corazón de cualquiera que lo lea.

"Al principio, todo lo que estaba viviendo lo ponía en papel, pero solo para mí", cuenta. "En un cuaderno escribía lo que pasaba en el hospital, en casa, los primeros meses de quimio… Me ayudaba a pasar lo mejor posible esa tragedia, era una forma de que doliera menos". Aquella fue la forma que tuvo de no desbordarse, por desordenada y caótica que fuera: "Era una vía de escape. Me ayudaba a sentirte más liviana, aunque sea paradójico".

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Cuando su madre murió víctima de un cáncer que escondió para no preocupar a nadie, el cuaderno ya estaba lleno y no había un propósito mayor para aquellas líneas. Pero Razquin decidió hacer el esfuerzo de pasar del desahogo personal a la literatura.

"Poco a poco fui dándole vueltas y pensaba que si encontraba un estilo, una voz adecuada, podía llegar a ser un libro. Jamás me lo planteé cuando mi madre aún vivía. De hecho, si ves ahora mis cuadernos no se parecen en nada al libro. Mi intención ha sido que fuera algo más universal, algo que pudiera transmitir sensaciones y emociones que tienes cuando tienes enfrente una muerte. No sólo mi experiencia", explica.

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Fragmentos y una carta sin comas

El libro, en el que Uxue se abre en canal mientras atraviesa el momento más duro de su vida, se estructura en dos partes. La primera, a base de fragmentos, reconstruye el desorden del duelo. La segunda, una carta escrita “del tirón” a su madre y con una fórmula muy peculiar (ya lo leerán) para que "no se fuera mientras yo la escribía". Uxue lo resume con precisión: "Era una manera de amarrarla también. Porque si terminaba el libro, también terminaba de hablar de ella. Se volvía a morir, de forma simbólica. Mientras yo la escribía no se podía ir".

Era una manera de amarrarla también. Porque si terminaba el libro, también terminaba de hablar de ella. Se volvía a morir, de forma simbólica

La escritura la obligó a un ejercicio de contención dado el tema que tenía entre manos. "Traté de ser bastante clínica, que no fría, y transmitir ternura. No podía hacer pasar al lector por semejante tragedia durante mucho tiempo".

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Lo que muchos no se atreven a decir

Uxue ha escrito de la muerte, sí. De la de su madre, sí. Pero sin dulcificar nada y sin pretender ser la hija perfecta. "No quería romper tabúes, pero sí he escrito de forma muy honesta", dice. Y eso se nota cuando Uxue habla de la culpa, la que nos imponemos y la que nos viene de fuera.

“En esos momentos, todo era súper caótico. Te puedes enfadar con ella por alguna cosa, luego acabas llorando por algo que has escuchado. La estás viendo todo el rato. Incluso te quejas: '¿Por qué tengo que estar yo aquí? Quiero descansar, no he dormido en siete días'. La cabeza no para. Te sientes culpable, enfadada, cansada…”. 

También habla del egoísmo que se puede sentir con el alivio: “Esos días vives muy cansado. Sufres porque no quieres ver a un ser querido sufrir. Es agotador y te sientes mal. Llegar a casa y sentir las sábanas frías y limpias era una sensación increíble de alivio porque en el hospital no te sientes acogido”. 

Llegar a casa y sentir las sábanas frías y limpias era una sensación increíble de alivio porque en el hospital no te sientes acogido

Uxue no olvida la sensación de estar solo incluso rodeado de gente, de los enfados inevitables con quien se va o de las lágrimas programadas a escondidas. "Te metes en la cama y lloras todo lo que has estado sintiendo. Era el único momento en que me lo permitía".

“Todas esas cosas, con una enfermedad larga y todo lo que provoca, salen genuinamente. Sufres mucho viendo sufrir a quien está en la cama, viendo sufrir a los de alrededor. Son sentimientos que conocemos todos, pero es muy difícil hablar de ellos, sobre todo en el proceso. Yo, por ejemplo, no lo compartía con nadie”.

Prepararse para lo inevitable

"El sufrimiento de una muerte vas a pasarlo sí o sí, y yo no me lo hubiera perdido", confiesa Uxue. "A veces (y así lo cuenta en el libro le pese lo que le pese al lector) pensaba que quería estar en mi casa, pero se me hace impensable no haber estado allí". 

El sufrimiento de una muerte vas a pasarlo sí o sí, y yo no me lo hubiera perdido

¿Qué les diría a quienes sienten que ese momento está cerca? "Que la abracen, que hablen con ella". Y a quienes acaban de perderla: "Que se permitan llorar, aunque sea solos. Que no se sientan culpables por sentir alivio. Que hablen con alguien. Que escriban, aunque nunca enseñen lo que escriben".

El duelo, reconoce, no tiene manual. "No he aprendido a despedirme. De hecho, no sé si fui consciente de que no volvería a verla cuando me despedí. Creo que entras en otro mundo. Quizá si pasara lo mismo con mi padre volvería a bloquearme”. 

No he aprendido a despedirme. De hecho, no sé si fui consciente de que no volvería a verla cuando me despedí. Creo que entras en otro mundo

Lo que sí aprendió fue todo que rodea burocráticamente a la muerte: “Es increíble todo lo que hay que gestionar cuando no sabes ni dónde estás. Eso quizá me ayudará en las próximas pérdidas. Pero lo emocional no sé hacerlo mejor por haber pasado ya por esto".

Tampoco hay un modo correcto de afrontar los días, las semanas, los meses y los años posteriores a una pérdida así. “El permiso está muy ligado al duelo. El permiso de reír, de pasártelo bien. No puedes. Es algo que te impones tú y también lo que te rodea. Yo sentía una profunda tristeza, muy honda, que no he recuperado. Eso me asustó”.

Por supuesto, contó en todo momento con la ayuda de su psicóloga -hizo una preparación individual con ella desde el primer diagnóstico de su madre-, pero aún así todo era cuesta arriba: “No te permites llorar con tus amigas. Te dan el espacio, pero tú no puedes. El momento era la noche. Ahí salía todo. La noche, que siempre me ha dado miedo, tuvo otra dimensión tras la muerte de mi madre. Era el momento de pasar miedo y sentir el desamparo. Los ataques de ansiedad salían ahí, cuando estaba sola".

En el libro, de hecho, explica esta necesidad de llorar en la noche de una manera muy gráfica, asegurando incluso que formaba parte de su agenda el mero hecho de ir a casa y llorar todo lo que no había llorado en el día.

Lo que queda

En ese duelo que no tiene guion hay pequeños anclajes: "El tacto, el olor, la imagen de mi madre diciendo que ya no podía más. Una frase, un gesto, algo que nos recuerda que estuvo ahí", recuerda. Y aunque cada uno se despide a su manera, Razquin insiste: "Hablar ayuda. Compartir el dolor lo hace un poco más llevadero. La muerte sigue siendo un tema tabú, pero no tendría por qué serlo".

El libro nos deja una lección inesperada: que decir adiós es inevitable, que duele, que a veces es más un acto de amor que de tristeza, y que —quizá lo más difícil— el permiso para reír, para seguir, también forma parte de ese adiós que nunca quisiste afrontar.