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Guiomar Alfaro, la modelo que rompe el canon más allá de los 50: "Jamás me he visto tan bella como con mis arrugas"

Guiomar Alfaro
Guiomar Alfaro. Fifth Models
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Guiomar Alfaro (Corella, Navarra, 1969) no llegó a la moda con la ingenuidad de una debutante, ni tampoco con el afán de un regreso nostálgico. Llegó desde el mundo real, tras haber sido madre, profesora y ciudadana común que, tras décadas de vida funcional y silenciosa, decidió volver a las pasarelas y abrazar su reflejo sin filtros. "No lo veo como un trabajo, lo veo como un disfrute absoluto», afirma sin ambages en una entrevista reciente a Hola.

Había desfilado con apenas 18 años mientras estudiaba Filología, pero abandonó las pasarelas a los 28, tras haber elegido dar preferencia a su faceta como profesora y a su familia. Nada hacía presagiar que, a los 50 y tras un largo paréntesis dedicado a la educación, el impulso de su hijo Rubén, también modelo, reactivaría la rueda. 

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“Mamá, la que tiene que volver a desfilar eres tú”, le dijo. La anécdota, aparentemente trivial, se convirtió en todo un hito cuando Guiomar volvió a posar, firmó con agencias prestigiosas e incluso desfiló para Balenciaga o se convirtió en la imagen institucional de la Fashion Week Madrid 2025. “Me dijeron: ‘Tu imagen va a empapelar Madrid’… y lo hizo”

Lejos de la nostalgia o la revancha tardía, su retorno es una insurgencia estética, emocional y simbólica. “Lo estoy viviendo con la ilusión de una niña de 12 años. No lo veo como trabajo. Lo vivo como un regalo”, declaró. En sus campañas, su rostro aparece sin bótox, sin filtros, con canas visibles y arrugas dialogantes: “Jamás me pincharía bótox. No aguanto ni el maquillaje”, reconoció recientemente, afirmando también que "Jamás me he visto tan bella como con mis arrugas" en entrevista al Diario de Navarra. Y, sin embargo, el sistema que durante años excluyó cuerpos que envejecen ahora la celebra.

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Menopausia, autenticidad radical y la revolución de no ceder el espacio

Su testimonio sobre la menopausia, normalmente silenciado en las pasarelas y en los medios, no es solo honesto, sino desafiante. “Empezaba a llorar sin saber por qué… no estaba deprimida, pero sí rozaba la depresión”, confesaba. Ese umbral emocional la empujó a reconectar con la moda, no como una evasión, sino como una forma de reapropiación: de su cuerpo, de su edad, de su presencia.

Ya con 54 años, su energía no resulta impostada. “Me pongo el mundo por montera”, dijo recientemente. Y la industria lo ha celebrado: ha desfilado en Madrid, trabajado en China, fichado por la agencia francesa Silver y ya ha desfilado en la prestigiosa pasarela de Parisina. Lejos de las narrativas condescendientes hacia la “belleza silver”, Guiomar Alfaro encarna una disrupción sin disfraz. “Mi pasaporte dice que tengo 55, pero mi energía desmiente a cualquiera que piense que eso es una barrera”, afirma.

En paralelo, se ha convertido en una voz sobre la necesidad de visibilizar los síntomas reales de la menopausia en contextos cotidianos. En sus clases de idiomas, ya que continúa siendo profesora, no duda en abrir las ventanas, literal y simbólicamente: “Me dan sofocos, pierdo la concentración… y lo digo”, explica. Esa radicalidad de mostrarse sin escudos, lejos de convertirla en un personaje, la revela como lo que es: una mujer que no pide permiso para existir tal y como es.

Mujeres que rehacen las reglas desde el centro

Guiomar no es una anomalía. Es parte de una constelación cada vez más visible de mujeres que se niegan a desaparecer tras cumplir los 50. Como Pino Montesdeoca, ex presentadora y ahora modelo, que reivindicó con claridad: “Somos visibles, interesantes y necesarias”. O Pilar de Arce, que usó sus primeras fotos en redes como un acto político: “Cuando te haces mayor, te haces invisible. Mis primeras fotos fueron un acto de rebeldía”.

Guiomar Alfaro las acompaña desde un lugar singular: no predica juventud eterna ni vende aceptación impostada. Simplemente está. Se deja ver. Se deja vivir. Y, en ese gesto, convoca a miles de mujeres a abandonar el espejo como lugar de castigo y convertirlo en territorio de afirmación. Su arruga no es un defecto, es un poema no corregido. Su paso por la pasarela no es nostalgia, es una declaración política. Y su cana, una victoria que no necesita adornos.