La última fuga por amor del Vaquilla italiano

  • 'Jonny el gitano' se convirtió en un icono como criminal en los ochenta

  • Ha protagonizado varias fugas de prisión, la última hace unos días, cuando huyó con su novia

Al final, por encima de todo, a Johnny siempre le perdieron los sentimientos. Para él, la salida de la cuarentena llegó en el verano. En la cárcel de máxima seguridad de Bancali, en Cerdeña, le habían dado 10 días de permiso. Había respirado aire limpio, fue a la playa y al bosque con un amor de la infancia, pero el primer domingo de septiembre tocaba volver.

La cadena perpetua no perdona los errores del pasado, los asesinatos, robos, secuestros ni las fugas de prisión. Lo esperaban al mediodía y nunca regresó. Se escapó con su novia, una vez más, aunque su fuga apenas pasó de una semana. Las cárceles de hoy no son como las de su juventud, ni a los 60 Johnny es aquel chico que vivió demasiado deprisa.

Lo del nombre le viene de entonces. En realidad, se llama Giuseppe Mastini, pero en la periferia de Roma, donde llegó con 10 años, se quedó con ‘Johnny el gitano’. Sus padres, de etnia gitana, eran feriantes y a él lo que se le daba bien eran los coches. Aprendió a conducir antes que a leer, todo un valor en el currículum para la Banda de la Magliana, la organización criminal romana que se encontraba en pleno apogeo. En Italia eran los ‘años de plomo’ y en el resto del mundo los de la droga.

‘El gitano’ era perfecto para pisar el acelerador y huir después de un golpe. Pero él quería gustar, hacerse respetar entre los capos. Así que un día, con 15 años, fueron a robar un reloj y terminó disparando. El hombre, un simple conductor de tranvía, murió. Johnny, al que no tardaron mucho en pillar, fue a parar a la cárcel de menores de Casal del Marmo. El joven nómada sintió por primera vez lo que era vivir recluido. Allí conoció a Pino Pelosi, considerado autor material de la muerte de Pasolini, en la que también trataron de implicar sin pruebas a ‘el gitano’.

La primera fuga

Lo consideraron un “sujeto socialmente complicado”, pero ya en la prisión común de Rebibbia, en Roma, consiguió algún breve permiso. Y en uno de ellos, huyó. ‘Jonny’ tenía todo el atractivo de la época, pelo largo, vaqueros gastados y una vida intensa, pero él se había enamorado. Con Zaira pensaba volver a empezar como sólo sabía, con el coche y una pistola. Hasta que una mujer, esposa de un cónsul italiano en Bélgica, lo identificó como el presunto asesino de su marido.

Él siempre negó el homicidio, pero no quedaba otra que escapar. Todo lo que viene sucedió en una noche, concretamente la del 23 de marzo de 1987. Se subió a un coche con Zaira, les paró la policía, disparó, mató a un agente e hirió a otro, robó otro vehículo, secuestró a su conductora y puso a toda Roma con el corazón en vilo.

Las imágenes de la caza al criminal abrieron los informativos. Su captura se convirtió en lo más urgente. Y él sólo estaba escondido en un pinar, con el pelo teñido de un rubio oxigenado. Zaira se dejó morir en la cárcel un año después, anoréxica, con 30 kilos de hueso y pellejo, que difícilmente podían haber dado a luz al bebé del que estaba embarazada. Giuseppe Mastini ya había saltado al terreno de la iconografía popular de una época.

Su figura dio para un documental, una canción y, muchos años después, para un libro. Renilde Mattioni, autora de ‘Johnny el gitano, es sólo una vuelta al carrusel’, explica al teléfono que fue “víctima de un periodo muy concreto. Era una persona pobre, marginada, que entra en la mala vida y no es capaz de salir de ahí. Con 10 años ya llevaba una pistola, debía haber sido reeducado, pero las circunstancias lo impidieron”.

Cadena perpetua y nueva huida

Ella lo conoció tras una serie de visitas al penal. Él, que concedió pocas entrevistas, dijo en otra ocasión que le “hubiera gustado ser piloto de carreras” y que lo sentía por los familiares de sus víctimas y sus propios amores. Tras décadas cumpliendo cadena perpetua, volvieron los permisos penitenciarios y en 2017 ocurrió de nuevo. Se enamoró y lo dejó todo.

Desnortado, con la torpeza de quien lleva tres décadas de pisar la calle, ‘Johnny’ llamó a un tío suyo para que lo ayudara. Éste le puso en contacto con Giovanna Truzzi, a la que había conocido cuando ambos tenían 13 años, y fue como si el tiempo no hubiera pasado. Eso o que ambos se necesitaban. Ella, también de raza gitana, tiene ahora 61 años, cuatro hijos y un largo historial delictivo. Él pasó unos días feliz y, cuando tenía que volver a la cárcel, cogió un taxi con el que escapó.

La fuga duró entonces un mes. Sirvió para que una hipotética medida de gracia se retrasara y para que lo trasladaran de Piamonte a la cárcel de alta seguridad en Cerdeña. “Más que sentimental, es una persona romántica al viejo estilo. Tiene un perfil psicológico muy complicado, ni siquiera sé si es muy consciente de lo que ocurre a su alrededor. Su vida quedó congelada en la adolescencia y cuando tiene que volver a afrontar la realidad, vuelve a ese momento. Escapa porque no sabe hacer otra cosa”, señala Mattioni.

Si los italianos fueron capaces de reinventar las películas de vaqueros en lo que llamaron el ‘spaghetti western’, la historia de ‘Johnny el gitano’ parece otra vuelta de tuerca, la de un cine quinqui crepuscular. Todavía teñido de rubio platino, el protagonista se escondía esta vez en un caserío a pocos kilómetros de la cárcel. Cuando los policías le pusieron la mano encima, él respondió: “siempre se huye por amor”.