La pobreza farmacéutica aumenta un 30% en pandemia: “Como patata cocida para pagar mi medicación”

  • María Teresa sufre sufre diabetes, fibromialgia, colesterol y varias enfermedades crónicas más: "30 euros parecen pocos, pero no lo son"

  • Al menos 1.400.000 españoles se encuentran en su situación, una cifra que ha aumentado en pandemia: "No pedimos caramelos, solo medio sobrevivir"

  • Tras dedicar gran parte de su vida al voluntariado, esta granadina residente en Barcelona se pregunta: "¿Cuándo me ayudarán a mí?"

María Teresa reconoce que le cuesta hablar de ello sin que se le caigan las lágrimas, con las que convive desde hace años. Tras un divorcio que tacha de “tormentoso”, la bancarrota de su empresa y superar serios problemas de salud que afectan a tres de sus cuatro hijos, esta granadina afincada en El Prat de Llobregat (Barcelona) vive su enésima batalla: afrontar el copago de sus medicamentos, que asciende a más de 30 euros mensuales. “Cuando los tienes, no parecen mucho, pero si no los tienes…”, lamenta.

Sufre de fibromialgia, diabetes, hipertensión, colesterol, tiroides, cefaleas y migrañas, además de distimia, un estado depresivo constante que también le provoca insomnio. María Teresa toma una decena de pastillas a diario (algunas mañana y noche); también necesita las conocidas como ‘plumas’ para inyectarse insulina. Un historial médico plagado de enfermedades crónicas que le acarrean un coste de hasta 100 euros cuando se le acaban los parches para los brotes de fibromialgia. Unos parches que le duran unos dos meses y que trata de “alargar” todo lo que puede, a pesar del dolor.

La de esta mujer de 63 años es la cara de la pobreza farmacéutica. 400.000 personas no pueden pagarse la medicación que necesitan en Cataluña, en torno a un 5% de la población residente en la comunidad frente al 3,9% registrado el primer trimestre de 2020: la pandemia ha aumentado la pobreza farmacéutica un 30% y afecta a 100.000 personas más que hace un año, lamentan desde la ONG Banco Farmacéutico. En cuanto al resto del país, el 3% de la población española "ha dejado de tomar algún medicamento recetado por motivos económicos", según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas el 2018, es decir, cerca de 1.400.000 españoles.

400.000 catalanes sufren pobreza farmacéutica, 100.000 más que antes de la pandemia; en España afectaba a 1,4 millones de ciudadanos en 2018

"Muchas personas deben elegir entre comer o medicarse y la covid-19 no es democrática, no afecta a todos por igual", incide el responsable del Fondo Social de Medicamentos de la ONG, Homero Val, que insiste: "Las personas más vulnerables arrastran mayores índices de consumo de alcohol, de tabaco, de falta de ejercicio físico, van más en un transporte público abarrotado... y si a esto le sumas una diabetes o que tu hijo y tu pareja sufren alguna otra enfermedad crónica, la situación es todavía peor". Y concluye: "Con la crisis de 2008, incluso personas de alto nivel adquisitivo lo han perdido todo; ahora, después de la pandemia sanitaria, viene la verdadera ola, la económica y social".

Tras medio año en el que Banco Farmacéutico le ha costeado su medicación, María Teresa ahora debe volver a hacer malabares para pagarlos. “Han expirado los seis meses y no te podemos dar más porque no tenemos más”, le dijeron desde la ONG en marzo, según la mujer. No cobra paro ni “ningún tipo de ayuda”, ya que la Seguridad Social le ha rechazado el Ingreso Mínimo Vital aprobado por el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, excusándose en la actividad de su empresa, explica la mujer, cosa que no entiende ya que está inactiva.

De hecho, Banco Farmacéutico ha atendido a más de 7.000 planes de medicación desde 2016 en Cataluña, Aragón y la Comunidad de Madrid, pero se ha visto obligado a dejar de pagar la medicación de sus beneficiarios en varios municipios de las dos primeras comunidades por falta de inversión; el Prat de Llobregat, donde reside María Teresa, es uno de ellos.

Teme que la pandemia haya echado por tierra sus posibilidades de encontrar trabajo

Sus cuatro hijos le ayudan “en lo que pueden” y sus padres la acogen en casa desde hace dos años, cuando un engaño se llevó por delante la empresa con la que vendía electrodomésticos en África: su socio desapareció allí con 33.000 euros. “Tenía que pagar el alquiler de la empresa y de mi casa, y ya no podía cubrir esos gastos, por lo que volví con ellos, de 88 y 82 años, que son jubilados y no me pueden ayudar”. De hecho, la granadina encuentra su mayor alivio en tener un techo bajo el que dormir. “Menos mal”, piensa, a pesar de los problemas de convivencia propios de vivir con personas tan mayores: “Él está muy enfermo y es absorbente y posesivo, mientras que ella es muy sumisa y no soporto que le grite”.

Una situación que le ha llevado a controlar escrupulosamente cada uno de sus gastos porque puede comer “una patata cocida”, pero no puede quedarse sin su medicación, “primordial”. “Hoy he comido patatas cocidas con sal, aceite y un poco de pimienta porque, si dejo mi medicación dos días, al tercero me verás por los suelos”. Asimismo, todos los desplazamientos a pie: “Si tengo que ir a tramitar un papel con la asistenta social en la otra punta de la ciudad, me voy y vengo andando porque no le voy a pedir dinero a mi madre para el autobús”. En este sentido, insiste: “Si hace falta, voy y vengo arrastrándome”.

Hoy he comido patatas cocidas con sal, aceite y un poco de pimienta porque, si dejo mi medicación dos días, al tercero me verás por los suelos

Todo, a pesar de los dolores y la fatiga crónica que sufre y que marcan su día a día: “Me levanto peor de lo que me acuesto y, en torno a las 15h, el cuerpo me dice ‘hasta aquí’ y tengo que estirarme para relajar los huesos”. En una ocasión, cuando la trabajadora de una farmacéutica le cobró 56 euros por sus medicamentos, esta le explicó que "hay gente que los necesita y no se los puede comprar...". "Aquí tienes un ejemplo", le respondió María Teresa, a la que la médica que le expide las recetas tampoco le da soluciones porque no dependen de ella.

Mientras tanto, teme que la pandemia haya echado por tierra cualquier posibilidad de encontrar trabajo. A sus 63 años, ha sido recepcionista, auxiliar administrativa, costurera y limpiadora, entre otras profesiones, y busca un puesto “de lo que sea”, consciente de que “los negocios que no han cerrado están por cerrar”.

¿Cuándo me ayudarán a mí?

“Guerrera” es el adjetivo que elige María Teresa para describirse, además de “muy solidaria”. De hecho, dos calificativos que se ha ganado a pulso tras dedicar gran parte de su vida al voluntariado. Ha sido monitora de manualidades, ha recogido ropa y juguetes para niños desfavorecidos y ha ayudado con comida a familias de inmigrantes sin recursos. Incluso, a pesar de su situación y tras recoger provisiones del Banco de Alimentos la última vez que pudo hacerlo, en enero, dio arroz, garbanzos y lentejas cocidas, congelados y galletas maría a dos personas que pedían en la calle.

Llevo toda la vida ayudando y me gusta pensar que todo se premia en esta vida, pero ahora soy yo quien necesita ayuda

“Se me cae el alma y ayudar a los demás es algo que me llena”, asegura María Teresa que, consciente de lo cruel de la situación, se pregunta: “Llevo toda la vida ayudando y me gusta pensar que todo se premia en esta vida, pero ahora soy yo quien necesita ayuda… ¿Cuándo me la darán a mí?”. En este sentido, y pensando en los otros 400.000 residentes en Cataluña que sufren pobreza farmacéutica, incide en que no piden “caramelos o chuches”. “Tampoco intentamos comer pato en vez de arroz blanco, ni siquiera pedimos curar enfermedades, sino que pedimos medicamentos para medio sobrevivir”.

En medio del “abismo” en el que se encuentra, “cayendo en un pozo que no tiene fin”, recurre a las fotos de la galería de su móvil, que la llevan a tiempos mejores. Especialmente los que vivió en Ghana, el país de su actual marido, su “mejor noticia” (desde el nacimiento de sus hijos) y con el que lleva 15 años, aunque no lo ve desde que estalló la pandemia. Allí, "las personas que no tienen nada tienen otros valores, le das un caramelo a un niño y su sonrisa te dice que te lo has ganado para siempre... si lo llego a saber, me hubiese ido a África hasta nadando, pero claro, no tengo dinero”.