Javier González Recuenco, superdotado: “Es hora de salir del armario, de no avergonzarnos de nuestro coeficiente intelectual”

  • Sus altas capacidades hicieron de su infancia un infierno ya que durante años sufrió acoso escolar

  • “En varias ocasiones pensé en tirarme debajo de las ruedas de un autobús”, asegura el hoy presidente de Mensa

Hace más de medio siglo, cuando Javier González Recuenco nació, los niños con altas capacidades como él eran "bichos raros". "Monos de feria a los que se nos hacía repetir nuestras habilidades en público", relata a NIUS. Las familias carecían de herramientas para manejar un asunto, el de la superdotación, del que poco se sabía. “Entonces esa palabra ni se utilizaba, se decía que te había salido un niño listo y ya está”, explica. "Para mis padres fue como si les hubiera caído un extraterrestre en casa, como a los padres de Supermán", comenta.  

Javier supo bien pronto que él no era como la mayoría de los niños. "Me subieron de parvulitos, lo que ahora es infantil (3-5 años), a leer con los de segundo de EGB (7-8 años). Me sabía todos los nombres y apellidos de mis compañeros de clase, era capaz de recitar muchas cosas de memoria, recuerdo que organicé la biblioteca del colegio siendo muy pequeño…". Peculiaridades que le convirtieron durante años en víctima de bullying y que hicieron de su infancia un infierno. “En varias ocasiones pensé en tirarme debajo de las ruedas de un autobús”.

Ahora, a punto de cumplir los 52, casado y padre de tres hijas (una de ellas también con altas capacidades), ayuda a otros como él desde su cargo como presidente en España de Mensa, la asociación internacional de superdotados. Recientemente ha participado en el documental Las cebras, de José Reguera, que ha vuelto a poner sobre la mesa el debate de cómo mejorar la vida de los niños superdotados, un colectivo que supone el 2% de la población. 

Pregunta. Que los niños superdotados sufran bullying ¿es un patrón que se repite?

Respuesta. Sí, porque la gente rápidamente identifica al diferente y se ceba con él. Yo lo pasé muy mal. Sufrí insultos, agresiones... fue salvaje, y conozco muchos casos similares. A mi amigo Pepe Beltrán, que está conmigo en la junta directiva de Mensa, le salvó la vida un profesor cuando entró en medio de clase en el momento en que sus compañeros le estaban colgando con el cordel de la persiana.

“En varias ocasiones pensé en tirarme debajo de las ruedas de un autobús”

Pero a pesar de todo esto, soy muy contrario a estas narrativas victimizadoras de la superdotación. Hay gente a la que le va fenomenal, que sabe integrarse y socializar. La vida con altas capacidades no tiene por qué ser terrorífica para todo el mundo. Dejémoslo en que  para algunos de nosotros, la infancia y la adolescencia no es un sitio muy agradable, es más una pesadilla que nos ha marcado para siempre. 

P. ¿No pediste ayuda?

R. ¿A quién y para qué? Es que ni me lo planteé nunca. Tenía la sensación de que nadie iba a entender lo que me sucedía. Mis padres no se enteraban de nada. Yo les daba las notas y ellos tan felices con mis sobresalientes, pero yo lo único que pensaba era en quitarme de en medio. Cuando tienes esa edad el colegio es toda tu vida, y si el colegio es un infierno, toda tu vida es un infierno.

P. ¿Cuándo comenzó el acoso?

R. La cosa empezó a complicarse cuando empezaron los trabajos en grupo en el colegio. Cuando llegaban mis compañeros con su parte yo sencillamente no daba crédito, no entendía nada, decía, esto es una broma, me están tomando el pelo... Y esto, claro, no te hace la persona más popular del mundo. A partir de ahí, como no lo sabes gestionar porque no tienes herramientas, pues todo va cuesta abajo... la empatía no es nuestro fuerte, que digamos, y la gente piensa que eres un borde o que te crees superior.

P. ¿Tú no hacías nada mal o regular nunca?

R. Sí, de hecho es otro punto crítico en mi infancia: cuando aprendí a montar en bicicleta. Lo hice tarde porque fue la primera cosa que intenté y no hice bien a la primera. Implicaba aspectos como la coordinación o el equilibrio que no tenían que ver con la capacidad mental.  Entonces la primera vez que montas y te caes, te subes, pero te vuelves a caer y a la tercera ya no quieres saber nada de la bicicleta y dices que no te gusta montar, pero lo que no te gusta es sentirte incompetente, porque no estás acostumbrado. Así que hasta bastante tarde no aprendí. Y ahora ya no, pero en aquel momento la bicicleta era un elemento de socialización de primer nivel así que aquello contribuyó a aislarme aún más.

P. El acoso más brutal suele coincidir con la adolescencia ¿en tu caso también fue así?

R. Sí, parte de mi infancia la pasé en un pueblo de Cuenca y de allí guardo buenos recuerdos. Pero a los 12 años aterricé en Madrid, en plena preadolescencia y en un colegio con una fortísima jerarquía basada en la educación física, una aptitud que yo no había trabajado nunca. Era un colegio muy deportivo donde se competía al máximo nivel y en término físicos cuando llegué era como una masa de gelatina, para que te hagas una idea... Eso, junto a la superdotación me convirtió en objeto de burlas y ataques.

“Sobreviví al bullying convirtiéndome en el malote de la clase”

Durante un tiempo les guardé rencor a mis padres porque no se enteraban, porque yo hubiera querido que me ayudaran, pero lo cierto es que jamás les conté nada, esa es la verdad. Con el tiempo te das cuenta de que hicieron lo que pudieron. No tenían herramientas. Me dieron todo el cariño del mundo pero ignoraban mi sufrimiento. Superé aquello solo y a mi forma.

P. ¿Cómo sobreviviste al bullying?

R. Convirtiéndome en el malote de la clase. Cuando llegué a los 15 años, crecí 15 centímetros en un año y de pronto me di cuenta de que la violencia servía. No lo hice conscientemente. Fue puro instinto de supervivencia, pero funcionó. Los maltratadores empezaron a buscar otros sujetos más débiles. De sufrir un bullying salvaje me convertí en el líder de un grupo de gente pelín complicada.

Fue una reacción ridícula, infantil, pero fue mi forma de defenderme de ese mundo que me era tan hostil.

P. El mejor alumno se convirtió en el peor para que le aceptaran…

R. Exacto. Mis notas, claro, empezaron a bajar, empecé a suspender, me quedaron varias asignaturas, incluso para septiembre. Mis padres no sabían qué hacer conmigo. No entendían qué me había pasado. Eso sí, en el proceso de transformación me propuse convertirme en un buen atleta y lo logré. Acabé tercero de BUP igualando el récord de 1.500 metros del colegio, el más inepto físicamente se convertía en el mejor. Ya era como ellos, o eso parecía.

P. ¿Hasta cuándo camuflaste tu inteligencia?

R. Hasta que llegué a la Universidad. COU lo aprobé raspado y entré en la facultad por los pelos, pero allí las cosas se recolocaron. Ya no tenía que demostrar nada a nadie y me saqué la carrera de ingeniería informática por la gorra. Luego hice otra carrera más, Administración de Empresas. Y llegó el éxito profesional.

P. ¿Y cómo es convivir con un adulto superdotado?

R. Jajaja, pregúntaselo a mi familia. Mi mujer ha aprendido con el tiempo a aceptar mis rarezas y mis hijas fardan mucho, ellas son las que mejor lo llevan.

“La línea entre las altas capacidades y el asperger es bastante fina”.

La gente con la que trabajo también se ha acostumbrado, al principio se preocupaban cuando estábamos en una reunión y me veían con el móvil mirando otras cosas. Ya saben que aunque no lo parezca estoy metido completamente en la reunión, pero necesito hacer más cosas a la vez. Soy una musaraña intelectual, no puedo parar en ningún momento. Es como si tuviera un exceso de energía o de espacio en el disco duro que tengo que llenar. Puede parecer enfermizo, pero esa es mi realidad. Es cierto que tienes que rodearte de gente comprensiva porque a veces estás tan metido en tus historias que olvidas los básicos de cortesía humana. La línea entre las altas capacidades y el asperger es muchas veces bastante fina.

P. Hay algo que siempre he querido preguntar a un superdotado: con sinceridad, ¿os interesa la gente?

R. Es una buena pregunta. A mí me interesa cierta gente, me interesan los míos siempre, pero es cierto que no mantengo amigos a lo largo del tiempo. No tengo necesidad específica de estar con nadie. Me llevo muy bien con la soledad.

Y de forma genérica te puedo decir que hay gente en Mensa que, fuera de la asociación, no tiene vida de ninguna clase porque es absolutamente incompatible en términos sociales con el resto de la humanidad.

“Soy un defensor del IQ Pride, el orgullo del coeficiente intelectual”

P. ¿Qué consejos le darías a los padres de niños superdotados?

R. Que les dejen ser niños, que no les agobien con extraescolares como robótica o violonchelo. Que les dejen desarrollarse emocionalmente, que entiendan que tienen que integrarse con el resto de la gente, que les faciliten actividades como los deportes de equipo, dinámicas que en general rechazan porque no se sienten cómodos, pero que son necesarias para su estabilidad emocional. Y por último que les busquen semejantes, que vean que hay más chavales como ellos, que no son los únicos en el mundo.

P. ¿Y los superdotados qué podéis hacer para ser más visibles?

R. Hay que salir del armario. Soy un auténtico defensor del IQ Pride (Orgullo del coeficiente intelectual). No digo que lo exhibamos, pero por lo menos que no nos avergoncemos de ello. No somos bichos raros. Nuestra inteligencia debía ser vista como una riqueza nacional.