Testimonios

Alexia Hartman, la médica aérea que repatría pacientes críticos: "Cualquier error puede causarles la muerte”

Alexia Hartman, durante uno de sus trayectos en avión. CEDIDA
  • Alexia Hartman es médica y se dedica a repatriar a gente enferma en avión a sus países de origen

  • "Un traslado en avión conlleva muchos riesgos y puede causar la muerte del paciente”

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Cuando una vida pende de un hilo, el escenario habitual es una sala de hospital, rodeada de máquinas, protocolos y equipos médicos. Pero hay un puñado de profesionales que asumen la misma responsabilidad a miles de metros de altura, entre turbulencias, con apenas una mochila médica, preparados para resolver cualquier problema bajo presión y con una convicción férrea de que la medicina puede ejercerse más allá de las paredes del quirófano

Alexia Hartman, médica aérea de 27 años, es una de esas figuras excepcionales. Nacida en Berlín y criada en Ibiza, su travesía personal y profesional la ha llevado a adaptar aviones en unidades de cuidados intensivos voladoras. Desde su residencia en Oviedo, Hartman despega cada semana con una nueva misión: traer de vuelta a casa a pacientes que no pueden hacerlo por sí solos.

Sin embargo, nunca imaginó que se dedicaría a esto, aunque sí tenía claro que no quería dedicarse a la medicina tradicional, la que se ejerce entre las cuatro paredes de un hospital. “Cuando terminé la carrera de Medicina hace cinco años, no me gustaba lo que se me ofrecía: la vida hospitalaria. El hospital no me hacía muy feliz y me puse a investigar. Así encontré la posibilidad de ejercer una medicina diferente, que se conoce como medicina de expedición", explica Alexia en una entrevista con Informativos Telecinco.

Sin embargo, médico aéreo no es una especialidad, sino una rama de la medicina. Por tanto, eso la llevó a trazar un itinerario formativo a su medida. “Durante esta fase de exploración, hice diferentes másters y 'construí mi propia especialidad' para acabar como médico fuera de un hospital. Hice la diplomatura de medicina de montaña y medicina en entornos hostiles y rescate por tierra, mar y aire”, explica. 

Además, en paralelo, trabajaba en urgencias y en UVI móvil, hasta que encontró la posibilidad de hacer una formación en transporte aéreo medicalizado. “Fue ahí cuando, tras realizar varios vuelos y realizar de forma eficiente el trabajo, me preguntaron si quería formar parte de una empresa dedicada a ello”, cuenta.

Y es que, la puerta de entrada a esta profesión es, como ella misma reconoce, difusa. “Este tipo de trabajos los ofrecen empresas privadas, y cada una pide requisitos diferentes. Lo que piden es experiencia y formación en el manejo de un paciente crítico. Cómo hayas adquirido ese conocimiento, les da igual”. Aunque destaca un requisito decisivo: “El nivel de inglés es fundamental. Yo hablo cinco idiomas, y eso me ha abierto muchas puertas”.

Un hospital sobre las nubes

Ser médico aéreo no es simplemente atender una emergencia en vuelo. Es hacerse responsable, junto a un equipo de tan sólo tres personas, de la vida de una persona vulnerable durante un trayecto que puede durar hasta varios días. “Nuestra función es mantener al paciente lo más estable posible hasta llegar al destino”, explica Hartman. “Son pacientes que necesitan retornar a su lugar de origen y que tienen una condición médica que les impide hacerlo por sí mismos”.

Pero la dificultad real no está solo en el aire. “La parte más compleja del proceso de repatriación es el traslado: desde la UCI a la ambulancia, de la ambulancia al avión, del avión a otra ambulancia, y de ahí al hospital de destino. Hay que tener mucho cuidado porque el hecho de movilizarlos tanto puede provocar que algo se desconecte o falle. Cualquier error puede causar la muerte del paciente”, asevera.

Y si eso no fuera suficiente, está la soledad y la dificultad de trabajar con un equipo muy reducido. “A diferencia de la medicina hospitalaria, donde tienes apoyo humano e infraestructura necesaria para desempeñar tu trabajo con todas las garantías, en la medicina aérea estás solo. Solo estamos un médico, un enfermero y a veces un paramédico. Asumes una responsabilidad muy grande”.

Por supuesto, también entra en juego el desgaste físico y mental. “He llegado a hacer 36 horas seguidas en un vuelo. Estamos dentro de un avión con mucho ruido y poco espacio, así que es muy difícil descansar. Aún así, intentamos coordinarnos para dormir aunque sea un poco”.

Firmar que un paciente está en condiciones de volar

Uno de los momentos más decisivos de cualquier misión ocurre a la hora de tomar la decisión de trasladar o no a un paciente. “Tienes que firmar, como médico, un documento que certifique que el paciente está en condiciones de volar. El hospital también firma, y si tras una valoración extensa el paciente está preparado, nos lo llevamos. Si no, no viaja, porque puede morir durante el traslado”.

Existen, sin embargo, excepciones: las llamadas misiones de compasión. “Son pacientes terminales que van a morir seguro en el hospital, y la familia autoriza el viaje para que fallezcan en su lugar de origen. Aun con el riesgo de que mueran en el avión. No es lo habitual, pero ocurre”, explica.

Asimismo, la coordinación entre sistemas de salud de distintos países es una pieza clave. “Imagina que hay un canadiense que se estrella con la moto en su viaje a Tailandia. Lo llevan al hospital y contacta con su seguro, ya que casi la totalidad de los pacientes tienen un seguro privado. Si el ingreso es muy largo, se activa la repatriación. Ahí es cuando empresas como la nuestra reciben la misión”. 

A partir de ahí, comienza un operativo que implica médicos locales, aseguradoras, aerolíneas, embajadas, y por supuesto, el equipo médico aéreo. Un ajedrez logístico donde cada ficha debe moverse con precisión.

La presión de salvar vidas a 10.000 metros de altura: “La adrenalina me influye para bien"

Si algo distingue a Hartman de otros colegas es su enfoque anticipatorio. “A diferencia de la medicina en tierra, la que se aplica en el aire tiene una mentalidad diferente: eres mucho más precavido, intentas visualizar todos los escenarios posibles y te anticipas”. Por eso, no duda en tomar decisiones que en tierra serían consideradas excesivas. “Si sospechas que un paciente puede tener problemas respiratorios, lo intubas antes de subir al avión. No puedes esperar a ver qué ocurre”, señala.

Los cambios de presión atmosférica durante el vuelo son otra amenaza con la que tiene que lidiar. “La presión atmosférica influye mucho. Dentro del cuerpo tenemos aire, y el volumen del cuerpo humano cambia en el avión. Hay muchas patologías que dependen de esos volúmenes. También hay pacientes que sufren delirios durante el vuelo. Si es grave, aterrizamos en el aeropuerto más cercano”. Y en este punto, la jerarquía es clara. “Si tú dictaminas que hay que aterrizar, el piloto aterriza”, dice Hartman.

Pero, ¿cómo se maneja el estrés cuando uno tiene una vida en sus manos, a 10.000 metros de altura? Para Hartman, la clave es su forma de ser. “La adrenalina me influye para bien. Me activa la concentración. Me focalizo y busco una solución rápida. Esa personalidad también se ha forjado con la experiencia”.

Misiones que dejan huella

Algunas misiones se quedarán grabadas para siempre en la memoria de Alexia. “Me marcó mucho una misión de compasión. El paciente estaba en un estado deplorable y no estaba para volar. Pero la familia quería que llegara a su hogar. Yo tenía mi criterio médico, pero hay decisiones éticas muy complejas que tomar. Afortunadamente, salió todo bien y llegó vivo. Aun así, siempre suministramos todo lo necesario para que no sufriera y tuviera una muerte digna, en caso de que hubiera fallecido”, relata.

Otra experiencia inolvidable fue aquella vez que tuvo que recoger a un paciente en condiciones absolutamente inhumanas. “El hospital estaba en ruinas. Había ratas y cabras por el hospital. Los pacientes estaban vomitados encima. Nadie los limpiaba. Gritaban de dolor. Eso te hace ver que en nuestro país somos unos privilegiados”.

La mayor recompensa: el agradecimiento de los familiares

La recompensa llega al final de cada viaje, sobre todo cuando todo ha salido según lo esperado. “Es muy placentero cuando entregas a tu paciente con vida. Llegas al hotel, te das una ducha tras días sin descansar sin dormir, y sientes una satisfacción enorme”. Aunque la mayor recompensa es la felicitación y el cariño que recibe de los pacientes y familiares. “Algunos familiares siguen escribiéndome después. Tengo muchas cartas de pacientes y familiares. Algunas me hacen llorar”, señala.

Una vez en tierra, toca recomponer tanto el cuerpo como la mente. “Cuando vuelvo a casa, lo primero que hago es dormir. Aprovecho los días libres para hacer deporte, sobre todo en la naturaleza. Y por supuesto, paso tiempo con mi pareja y mis amigos”, dice.

Alexia también ha encontrado en las redes sociales un nuevo canal de vocación. Lo hace a través de su perfil de Instagram, donde ya cuenta con 27.000 seguidores en tan sólo cuatro meses desde que lo abrió. “Lo abrí para hablar sobre medicina de expedición y primeros auxilios, de forma didáctica. Pero en febrero subí un video contando mi trabajo... y se viralizó”. Desde entonces, miles de personas le escriben. “A la gente le parece curioso e interesante. También me escriben estudiantes de medicina que, como yo, no quieren trabajar en un hospital. Y les aconsejo”.

Así, mientras el mundo gira a toda velocidad allá abajo, ella sigue surcando cielos, con un único objetivo: que nadie muera sólo lejos de su hogar.