Maternidad

telecinco.es 05/03/2009 15:34

Cuánto lamento que los hombres no puedan sentir las maravillosas sensaciones que se experimentan al tener una vida que crece dentro de ti! Ninguna madre recuerda las náuseas, los pies hinchados, los dolores de espalda ni los dolores de parto cuando ve la cara de su retoño. Como madre y mujer, no cambiaría esta experiencia por nada en el mundo y lamento que mi hijo sea varón y nunca lo pueda experimentar.

Mientras tu hijo crece en tu interior te haces mil preguntas ¿Estará bien? ¿Nacerá sano? ¿Será niño o niña? ¿A quién se parecerá? ¿Qué voz tendrá?... (Claro, algunas de estas preguntas se solucionan con las actuales ecografías en 3 dimensiones, pero eso no existía en “mi época”).

Cuando lo tienes en tus brazos y ves aquella cosita pequeña e indefensa, te parece mentira haber sido capaz de crear una vida, un ser humano y te sientes responsable para el resto de tus días de aquel pequeño ser.

Cuando le das el pecho y ves que él intenta coger tu seno y se alimenta de ti y que, tras unos minutos se queda satisfecho y duerme en paz, sientes que aquella relación tan íntima que os unía cuando él crecía en tu vientre, todavía perdura y te sabe mal, te da mucha pena perderla. Pero también sabes que él es un ser independiente y que debe crecer y desarrollarse, cada vez más lejos de ti, aunque tu sentimiento de madre te haga estar en la retaguardia, con los brazos abiertos, para sujetarle si tropieza y para ayudarle a levantarse tras una caída.

Desde el momento en que sabes que vas a ser madre te sientes unida para siempre a tu criaturita; te sientes responsable de ella y tu vida ya no tiene más sentido que hacerla feliz. Te sientas en la mecedora y, mientras te meces, la meces a ella y, acariciándote la tripa, como si esas caricias le llegaran, le hablas, le cantas una nana, escuchas música clásica y le imaginas ya en tus brazos.

Y cuando nace, cada llanto, cada queja, cada silencio te preocupa y corres a solucionarlo para que no sufra.

Y ves que te conoce y te sonríe; ves que balbucea sus primeras palabras; oyes sus primeras carcajadas; ves que le empiezan a salir los dientes, que empieza a gatear, que da sus primeros pasos, que cuando te tienes que ir a trabajar se agarra a tu cuello porque no quiere que le dejes ni un instante,... Y se te parte el corazón cuando no estás con él. Y sufres por si le ocurre algo en tu ausencia...

Sus primeros dibujos, sus primeros amiguitos, su primera “seño”, sus primeras letras... La primera carta a Papa Noël o a los RRMM. La alegría al ver sus juguetes, aquellos que ansiaba, bajo el árbol de Navidad. Vives la magia que él siente y te vuelves niña...

La primera función en el colegio; sus primeros pinitos en el deporte; su grupito de amigos, aquella niña de la clase que es la más guapa del mundo; su primer suspenso, su primer fracaso porque la niña más guapa del mundo no le hace caso,...

Las primeras salidas hasta las 10, las 11, las 12, las 2, sin hora.... La primera novia con la que mantiene relaciones sexuales y entonces te das cuenta de que definitivamente se ha roto el cordón umbilical, te retiras prudentemente y sólo deseas que no sufra demasiado.

Su primer trabajo, su primera intervención quirúrgica, el día que se lleva sus cosas para independizarse, aquella habitación vacía, sin su cama, sin sus ropas, sin su mesa de mezclas, sin su ordenador... Aquel, su olor, que se diluye hasta que ya no lo notas.

Aquel primer día en que el silencio en la casa se hace insoportable, aquellas ganas irresistibles de quemar el teléfono para saber que todo anda bien; aquella primera invitación formal a su casa y la inmensa satisfacción de saber que aquella pequeña e indefensa criaturita es un hombre honesto, de gran corazón, noble, trabajador, inmensamente generoso, amigo de sus amigos, defensor de sus gentes, bueno con las chicas y un “amo de casa” mejor que tú misma.

Y ahora... a esperar. Esperar a que encuentre un trabajo que le permita vivir dignamente y que su novia y él decidan ser padres y me den la oportunidad de volver a cantar nanas, de volver a jugar, de volver a cuidar de un pequeño ser que ha nacido de mi pequeño ser.

Te adoro, hijo mío, y me siento muy orgullosa de ti.

Gracias a todos por vuestra compañía y por el cariño que me demostrais a diario.

Carla.-

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