El poder de la palabra es tal que, de la misma manera que puede ensalzar a alguien, algo, una idea, de mover masas a favor, es capaz también de destrozar, de demoler y de hundir a cualquier persona, cualquier cosa o cualquier idea.
En algunas campañas de “marketing negativo”, se ha llegado a decir que la sacarina producía cáncer, que el aceite de oliva era el más calórico, que el cerdo era la carne más perjudicial para el organismo, o que los potitos de una determinada marca traían cristales triturados en su interior.
¿Qué pretendían entonces estas calumnias, estas palabras lanzadas al viento? Seguramente que estos productos, exitosos en sus ventas, fueran denostados por los consumidores.
Y así cayó en picado, en su momento, la venta de sacarina, de aceite de oliva, de jamón y demás productos del cerdo y de los famosos potitos.
Investigaciones posteriores han demostrado que esos rumores, no sólo eran falacias, sino que habían sido verdaderas calumnias aireadas por la competencia, en unos casos, o por trabajadores descontentos con la empresa en la que trabajaban, en otros.
Estos productos hoy siguen siendo tan exitosos como lo fueron en su mejor momento, e incluso más, pero las pérdidas millonarias que aquellas calumnias trajeron consigo, hicieron un daño irreparable en algunas de las pequeñas empresas que trataban con este tipo de mercancías.
El poder de las palabra, y más en nuestros tiempos, se podría decir que es casi infinito. Los medios de comunicación, incluido internet, hacen posible que cualquier cosa que se diga en un lugar del globo, pueda llegar instantáneamente a cualquier otro lugar de la tierra.
Por eso es tan importante hacer buen buen uso de la palabra, de este poder inimaginable que todos tenemos. Es importante reflexionar antes de decir, antes de escribir, porque a menudo, nos dejamos llevar por impulsos y no somos conscientes del bien o del mal que nuestras palabras pueden llegar a hacer.
Os dejo aquí una sencilla fábula de quien no se conoce la autoría que explica de forma muy sencilla y gráfica, lo que un mal uso de nuestras palabras puede llegar a hacer.
EL SACO DE PLUMAS
Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo...
Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre sabio a quien le dijo:
"Quiero arreglar todo el mal que hice a mi amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?". A lo que el hombre respondió:
"Toma una bolsa llena de plumas de ave y suéltalas por donde vayas".
El hombre al cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo:
"Ya he terminado", a lo que el sabio contestó:
"Esa es la parte más fácil. Ahora debes volver a llenar la bolsa con las mismas plumas que soltaste. Sal a la calle y búscalas".
El hombre se sintió muy triste, pues sabía que eso era imposible. El sabio le dijo:
"Así como no pudiste juntar de nuevo las plumas que volaron con el viento, así mismo el mal que hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho. Sé humilde y reconoce el daño pidiendo perdón a tu amigo, y jamás vuelvas a repetirlo".
(Autor anónimo).
Gracias, queridos amigos, por estar aquí y por el cariño y respeto que me demostrais a diario.
Carla.-
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