Un mal sueño

telecinco.es 29/10/2010 23:15

El mar embravecía por momentos. La luz del amanecer y la costa ya estarían cerca pero la tempestad se anunciaba implacable. Con suerte, en un par de horas arribarían a puerto y podrían escapar a sus feroces envites.

Despertó acurrucado en el camastro de su camarote después de un mala noche, de haber soñado con ella. Una vez más. Era lo último que deseaba, evocarla, siquiera en las ficciones del ensueño. Se alzó descompuesto, mareado, tiritando, susurrando palabras incomprensibles, febriles y amargas.

Miró alrededor, en la penumbra, intentando reconocer el lugar en el que estaba. Era el acogedor aposento de su barco, su hogar desde hacía ya muchos meses, del que no había vuelto a desembarcar desde aquel día, desde que la perdiera…

Se frotó los ojos e intentó despabilar y serenarse.

En el sueño ella caminaba sobre las aguas mientras él, intentando alcanzarla, daba pesadas y angustiosas brazadas. De tanto en tanto la etérea joven se giraba, miraba sus ojos y le sonreía. Su cabello dorado flotaba ingrávido en el vendaval, los pies acariciaban las crestas blancas de las olas. De tanto en tanto, su cuerpo pálido y desnudo desaparecía tras murallas de marea. Apenas podía verla. Un vendaval salado y enloquecedor lo emborronaba todo tras un millón de gotas de espuma de mar inmaculadas.

Volvió a sentir un frío insoportable. Tenía fiebre, seguro, como la primera vez que pensó en ella deseándola. Bajo de la litera con torpeza y desgana. Miró por el ojo de buey, solo niebla y oscuridad. Por un instante creyó distinguir las luces de la costa cercana.

Pensó en los azares que le habían conducido a encontrarla, que rara fortuna o desgracia se la había otorgado para luego arrebatársela. Apuró una taza de café intentando una vez más extinguir ese abrasador desconsuelo, acallar esa maldita ausencia, olvidar el dolor de saber que hubo instantes y lugares en los que se amaron.

Subió al puente sintiéndose incapaz de aceptar una vida sin ella. Saludó con desgana a sus subordinados y tomó de la percha un impermeable amarillo. Salió a cubierta. Un escalofrío insoportable estremeció su piel de estambre. Dando unos pasos indecisos se acercó al abismo oscuro y luego, sin un atisbo de duda, se dejo caer por la borda.

El agua no tardó en inundar sus pulmones. Todo acababa ahí. Perdió el sentido lentamente. Dejó de sentir frío y volvió a soñar con ella. La chica tiraba de él con fuerza sin dejar de mirarle a los ojos, sin dejar de susurrarle palabras de aliento, impotente y exhausta. No puedo más, le dijo él rindiéndose a la muerte. Emitiendo un raro gemido la mujer tiró aun con más fuerza del pesado cuerpo. No muy lejos, se distinguía ya el fulgor de un puerto iluminado...

El marino despertó muy aturdido, con el corazón latiendo acelerado. Esa misma mañana embarcaría rumbo a Cabo Verde. Se abrazó a ella con urgencia, como un niño temeroso. Pronto se reconfortó en su terso y cálido cuerpo desvestido, en el fragante calor de sus pechos, su vientre y sus muslos. Ella entreabrió los ojos y una maravillosa sonrisa iluminó su rostro. Se besaron. ¿Qué sucede?, le pregunto en un susurro, ¿no has dormido bien? No es nada, respondió él, solo un mal sueño, un extraño sueño en el que te perdía...